Ignacio Ramonet - Medios, poder y contrapoder

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Este libro, que reúne a tres destacados especialistas en comunicación, está orientado por intenciones interconectadas. En la primera parte se examinan formas y efectos de la colonización del imaginario social por parte de los medios corporativos, a menudo con la divulgación masiva de verdades convenientes y rentables. Se analiza la configuración actual del sistema mediático, bajo la fuerte concentración monopólica en torno a megagrupos y dinastías familiares; las estrategias de comercialización de los bienes simbólicos; la subordinación de informaciones de interés general a ambiciones lucrativas; la retórica poco convincente de la corporaciones mediáticas a favor de la libertad de expresión, que oculta el deseo asumido pero no declarado de hacer prevalecer la libertad de empresa sobre las aspiraciones colectivas; la pérdida de credibilidad de la prensa y las implicaciones para la democracia.De ahí la exigencia de una intervención consciente del pensamiento crítico, cuestionando los discursos mediáticos, diciendo verdades al poder y discutiendo alternativas para modificar consensos y consentimientos sociales en los cuales se fundamenta el ejercicio de la hegemonía. Por eso, en la segunda parte, a partir del reconocimiento de las mutaciones comunicacionales en internet, se evalúan premisas y prácticas periodísticas en red con sentido contrahegemónico, esto es, de oposición a las formas de dominación impuestas por clases e instituciones hegemónicas. Dênis de Moraes, Ignacio Ramonet y Pascual Serrano reafirman las convicciones en otro periodismo plenamente posible, ético, plural e irreductible a la resignación y a la cooptación.Un periodismo que haga revivir la inquietud, la energía y la imaginación, y que sea capaz de motivar a tantos a elegirlo no solamente como profesión sino también como destino histórico para espíritus indomables.

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La relación de esas problemáticas con las cuestiones focalizadas en la segunda parte del libro puede traducirse en la magistral síntesis de Edward Said: “Somos bombardeados por representaciones prefabricadas y reificadas del mundo que usurpan la conciencia y previenen la crítica democrática, y es al derrumbe y al desmantelamiento de esos objetos alienantes que, como dijo correctamente Charles Wright Mills, el trabajo del humanista intelectual debe ser dedicado”.[6] De ahí la exigencia de una intervención consciente del pensamiento crítico en la batalla de las ideas, cuestionando los discursos hegemónicos de los medios, diciendo verdades al poder y discutiendo alternativas para modificar consensos y consentimientos sociales en los cuales se fundamenta el ejercicio de la hegemonía.

En los tres ensayos finales, a partir del reconocimiento de las mutaciones comunicacionales en internet, evaluamos premisas y prácticas periodísticas en red con sentido contrahegemónico, esto es, de oposición a las formas de dominación impuestas por clases e instituciones hegemónicas, al mismo tiempo que se priorizan contenidos vinculados a la justicia social, a los derechos humanos y a la diversidad cultural. Por lo tanto, ejercitar, a través del periodismo independiente y colaborativo, un contrapoder en la producción y en la difusión alternativas, basado en lo que Alfredo Bosi calificó como “el esfuerzo argumentativo para desenmascarar el discurso astuto, conformista o simplemente acrítico de los forjadores o repetidores de la ideología dominante”.[7] Por eso el rayo de luz que lanzamos a proyectos promisores como el de las agencias virtuales de noticias latinoamericanas; consolidados como el portal Rebelión, de Madrid, o instigantes como el sitio web Wikileaks.

Finalmente, Medios, poder y contrapoder constituye la oportunidad única para que los tres autores, periodistas, reafirmemos las convicciones en otro periodismo plenamente posible, ético, plural e irreductible a la resignación y a la cooptación. Un periodismo que haga revivir la inquietud, la energía y la imaginación necesarias para que un día superemos el orden social comandado por el capital. Porque, finalmente, fue esa inquietud la que motivó a tantos de nosotros, cuando jóvenes, a elegir el periodismo no solamente como profesión sino también como destino histórico para espíritus indomables.

PRIMERA PARTE

La colonización de los imaginarios sociales

Sistema mediático y poder[8]

Dênis de Moraes

La configuración actual del sistema mediático

Tomo la imagen de un árbol para situar las líneas predominantes del sistema mediático actual. En sus ramas, se refugian los sectores de información y entretenimiento. Cada rama se une a las otras por intermedio de un hilo conductor invisible –las tecnologías avanzadas– que termina por entrelazar y lubricar a las demás en un circuito común de elaboración, irradiación y comercialización de contenidos, productos y servicios. El árbol pertenece a un reducido número de corporaciones que se encargan de fabricar un volumen convulsivo de datos, sonidos e imágenes, en busca de incesante lucro a escala global. Esas corporaciones se establecen gracias a la potencia planetarizada de sus canales, plataformas y soportes de comunicación digitales, que interconectan, en tiempo real y con velocidad inaudita, pueblos, sociedades, economías y culturas. La impresión es que solamente alcanzaremos sintonía con lo que pasa a nuestro alrededor si estamos dentro del radio de alcance de ese sistema audiovisual de amplio espectro. Como si pantallas, monitores y ambientes virtuales condensasen dentro de sí la vida social, las mentalidades, los procesos culturales, los circuitos informativos, las cadenas productivas, las transacciones financieras, el arte, las investigaciones científicas, los patrones de sociabilidad, los modismos y las acciones sociopolíticas. Se trata

de un poder desmaterializado, invasivo, libre de resistencias físicas y territoriales, expandiendo sus tentáculos hacia mucho más allá que la televisión, que la radio, que los medios impresos y que el cine. Ya se infiltró en celulares, tablets, smartphones, palmtops y notebooks, pantallas gigantes digitales, webcams… Todo parece depender de lo que vemos, oímos y leemos en el irrefrenable campo de la transmisión mediática –en actualización continua– para ser socialmente reconocido, vivido, asimilado, negado o, incluso, olvidado.

Trataré de resumir aquí las principales características del sistema mediático. En primer lugar, evidencia capacidad de fijar sentidos e ideologías, formar opiniones y trazar líneas predominantes del imaginario social. Ejerce un poder incisivo, penetrante y permanente en prácticamente todas las ramas de la vida social, aunque escape a la percepción de amplios sectores de la población, acostumbrados a incorporarlo, sobre todo a la televisión, a su cotidianidad. Sin delegación social para eso, el sistema mediático selecciona lo que puede-debe ser visto, leído y oído por el conjunto de los ciudadanos. Elige además los actores sociales, analistas, comentaristas y especialistas que pueden opinar en sus espacios y programaciones, los llamados “intelectuales mediáticos”, en la feliz definición de Pierre Bourdieu, programados para decir y prescribir generalmente aquello que sirve a los intereses del capital y del conservadurismo y, al mismo tiempo, para combatir y descalificar ideas progresistas y transformadoras de realidades injustas. Estamos delante de una “estructura piramidal”, según Milton Santos: “En la cima, quedan los que pueden captar las informaciones, orientarlas a un centro colector, que las selecciona, organiza y redistribuye en función del interés propio. Para los demás no hay, prácticamente, camino de ida y vuelta. Son apenas receptores, sobre todo los menos capaces de descifrar las señales y los códigos con que los medios trabajan”.[9] Así, el sistema mediático elabora y difunde contenidos, rechazando cualquier modificación legal o regulatoria que ponga en riesgo su autonomía. Esto acentúa la ilegítima pretensión de imponer reglas propias, incluso las de naturaleza deontológica, para colocarse por encima de las instituciones y hasta de los poderes representativos electos por voto popular. Simultáneamente, los grupos empresariales de medios mantienen relaciones de interdependencia con poderes económicos y políticos, de acuerdo con las conveniencias mutuas (visibilidad pública, inversiones en publicidad, patrocinios, financiamientos, exenciones fiscales, participaciones accionarias, apoyos en campañas electorales, lobbies, concesiones de canales de radiodifusión, etcétera).

En segundo lugar, el sistema mediático se maneja con desenvoltura en la apropiación de diferentes léxicos para intentar colocar dentro de sí todos los léxicos, al servicio de sus objetivos particulares. Palabras que pertenecían tradicionalmente al léxico de la izquierda fueron resignificadas en el auge de la hegemonía del neoliberalismo, en los 80 y los 90. Cito, de inmediato, dos: “reforma” e “inclusión”. De la noche a la mañana, fueron incorporadas en los discursos dominantes y en dichos masivos y autolegitimados de los medios, dichos que se proyectaban y aun se proyectan como intérpretes y puntales del ideario privatista. Por ejemplo, durante el gobierno del presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), la idea de “reforma” circuló todo el tiempo en los medios de comunicación y en la retórica del oficialismo. Se trataba de una indiscutible apropiación del repertorio progresista, que siempre asoció el término “reforma” al imaginario de la emancipación social. Las “reformas” de Cardoso se referían a privatizaciones, desestatizaciones y desregulaciones, en sintonía con intereses de los agentes del capital (bancos, mercado financiero, corporaciones), y resultaron en el desmantelamiento de la seguridad social, la reducción de las inversiones sociales, el corte de presupuestos para salud, educación y vivienda, y la legalización del control oligopólico de la economía.

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