Afortunadamente, cuando parecía que me asfixiaba y empezaba a perder las fuerzas por falta de oxígeno, llegaron el médico residente y una corpulenta auxiliar de enfermería, quienes encendieron las luces y de inmediato se incorporaron a la inesperada batalla. Después de un intenso forcejeo, gritos, pataleos y bramidos, logramos inmovilizar entre los tres al paciente para que la enfermera, que durante la inusual trabazón había permanecido paralizada por el miedo, pudiera inyectarle una buena dosis de diazepam. Gracias a esto pudimos sujetarlo a la cama, utilizando cuatro sábanas debidamente enrolladas (una para cada extremidad) sin causarle ningún daño.
Una vez que regresó la calma y logré encontrar mis lentes, los cuatro nos dirigimos a la estación de enfermería para tranquilizarnos, acomodarnos las estropeadas ropas y comentar, con un poco de buen humor y una que otra sonrisa, el irrepetible momento que habíamos compartido la madrugada de ese inolvidable sábado. Cuando todos se fueron, me tomé un tiempo para registrar en las notas de evolución de la Historia Clínica, un resumen del incidente y la dosis de medicamento administrado.
Reconfortado gracias a la pequeña reunión mantenida, y bastante más tranquilo, seguramente por efectos del agua de toronjil que compartimos mientras conversábamos, recordé que era mi obligación asegurarme de que el paciente se encontrara bien antes de retirarme a descansar. Me acerqué cuidadosamente a la cama, cuya iluminación individual permanecía encendida y, cuando me disponía a tomarle manualmente el pulso en su muñeca izquierda, me miró por un instante con sus enrojecidos y desorbitados ojos, y al tiempo que me estampaba un salivazo en la cara me gritó:
–¡Mañana te cojo, cuatro ojos!
Lleno de pavor, con esa amenaza pendiendo sobre mi cabeza y aterrorizado ante la posibilidad de que en el futuro tuviera que enfrentarme con pacientes parecidos, abandoné la habitación y, muerto de frío, comencé a caminar hacia mi dormitorio mientras la claridad del alba empezaba a insinuarse en el nublado cielo quiteño.
Pese al cansancio debido a la mala noche que habíamos pasado, cerca de las ocho de la mañana, ya estábamos nuevamente en el piso, listos para comenzar la nueva visita a los pacientes hospitalizados. Sin embargo, en el momento de recibir las historias clínicas, la nueva enfermera de turno nos informó que el paciente de la habitación 101 había desaparecido, que muy probablemente se había fugado del hospital durante el cambio de guardia. No obstante, ya se habían dado las alertas para su búsqueda puesto que, según las imágenes y los informes de los exámenes realizados la tarde anterior, el paciente era portador de una grave, potencialmente contagiosa y mortal enfermedad: meningitis tuberculosa.
Desde entonces, en mis esporádicas pesadillas, siempre me veo huyendo de un ejército de millones de bacilos de Koch que ruidosamente intentan introducirse en mi cabeza a través de mis oídos, de mi boca, de mis fosas nasales… y que, en algunas ocasiones, logran hacerlo. Afortunadamente cuando eso sucede, un sudor frío me despierta...
PARTE I LECCIONES DE COMUNICACIÓN
HISTORIA 1 ETIQUETAR A LOS PACIENTES
DRA. BETZABÉ TELLO PONCE,
DOCENTE PUCE
Sara tiene 26 años. Acudió por un dolor en el cuadrante abdominal superior derecho irradiado a la espalda. Su médica de cabecera le solicitó un eco y se reportó un quiste en la cabeza del páncreas. Se solicitaron, por tanto, nuevos estudios. Entre ellos, una tomografía. Sara acudió con su médica de cabecera a la sala de imágenes. Luego del examen, se suscitó el siguiente diálogo para la entrega del resultado:
Médico de imagen: ¿Cuál es su nombre?
Paciente: Sara Elena Martínez Estrada
Médico de imagen: Ahhhh, ¿la del cáncer de páncreas?
Sara: ¿Qué dijo?
Discusión:
En teoría, todos los profesionales de la salud aprenden “cómo dar malas noticias”. Sin embargo, la medicina es una ciencia que requiere una suma de teoría, reflexión y maduración personal.
El equipo médico es responsable de mantener un secreto profesional compartido, en tanto que el médico tratante es el responsable de comunicar una mala noticia, una vez que tenga certeza de la misma.
En esta historia, el proceso de diagnóstico estaba en curso y el médico de imagen no solamente irrespetó el espacio de confidencialidad y privacidad del paciente, sino que además sentenció, con una frase, un diagnóstico de una enfermedad grave aún no confirmada, obviando todos los elementos para comunicar una mala noticia, entre ellos:
1. Prepararse con antelación: es decir, determinar un lugar apropiado y tiempo suficiente para, sin interrupciones, verificar la identidad del paciente y relacionar los datos clínicos con los hallazgos en las imágenes.
2. Preparar al paciente: saber si la paciente está acompañada o no; conocer cuánto sabe el paciente y/o su familia acerca del posible diagnóstico; comunicar la verdad analizando su estado emocional y consultándole cuánta información desea conocer respecto a la enfermedad y su situación.
3. Preparar emocionalmente al paciente para la mala noticia: no expresar un diagnóstico tan grave sin anticipar que dará una mala noticia; usar frases como: “me temo que los resultados…”, “siento decirle que tenemos resultados que no hubiésemos querido”, “hemos revisado varias veces los datos y hay algo que debo comunicarle…”.
4. Ofrecer apoyo emocional: “Si no está dispuesto a ofrecer ayuda emocional al paciente no está moralmente autorizado a comunicar una mala noticia” (Ayarra y Lizárraga, 2001). Frente a la explosión de la emoción (lloro, grito, negación, enfado, culpa, silencio, temor) no use: “entiendo lo que está pasando” o “sé lo que siente…”, porque no es verdad. Solo el paciente siente cómo le afecta, realmente, la información que le acaban de entregar. Espere que la emoción del paciente (y de la familia, si está acompañado) fluya. Luego, puede acompañar con comunicación gestual (con su rostro, manos) o verbal con frases que señalen que está usted para apoyarle: “Trato de entender lo que significa esta noticia para usted, estoy para apoyarle y aclarar todas las dudas que tenga”.
5. Plan de actuación futura: Pregunte si hay alguien más que debería estar involucrado en el proceso. Escuche con atención las preguntas que le formule el paciente. Informe la estrategia y los posibles pasos a seguir, entregue información para guiar al paciente. Incluya información esperanzadora o positiva (si la hay) junto con la mala noticia. Medique, si es necesario, para conciliar el sueño. Solicite que escriba cualquier pregunta para la siguiente cita, ya sea que surjan por la información entregada o por las preocupaciones. Solicite que el paciente le diga, en sus propias palabras, lo que ha escuchado. Reitere que está para apoyar al paciente y facilite los números a los que puede llamar y las formas de contacto.
Los diagnósticos complejos no pueden ser divulgados por el equipo médico. En la historia de Sara se transgredió el deber del secreto profesional compartido. La médica tratante, que estaba acompañando a la paciente, no pudo resolver de forma adecuada lo sucedido. Menos aún, sostener y apaciguar a la paciente y a sus familiares.
La relación de confianza y acompañamiento entablada entre la médica tratante y la paciente se desvaneció. El equilibrio entre la veracidad y la oportunidad para entregar una mala noticia de forma adecuada se rompió, y el proceso de contención de la paciente fue emocionalmente muy complejo, ya que se trataba de un diagnóstico no confirmado.
HISTORIA 2 SEIS MESES DE VIDA
MTR. DANIEL MALDONADO GUERRERO,
DOCENTE DE LA PUCE
Versión libre de la obra de Jaime Bayly:
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