Título:
¿Te va a sustituir un algoritmo? El futuro del trabajo en España
© Lucía Velasco, 2021
De esta edición:
© Turner Publicaciones SL, 2021
Diego de León, 30
28006 Madrid
www.turnerlibros.com
Primera edición: noviembre de 2021
Ilustración de cubierta:
Carácter cúbico (detalle) © iStock
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ISBN: 978-84-18895-05-0
eISBN: 978-84-18895-81-4
DL: M-27681-2021
Impreso en España
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
turner@turnerlibros.com
ÍNDICE
prefacio. La promesa del futuro
i ¿De qué hablamos cuando hablamos de digitalización?
ii El mercado laboral global está cambiando
iii La pandemia
iv El nuevo mercado laboral
v Los derechos laborales del futuro
vi ¿Qué debería estudiar?
vii El futuro del trabajo para las mujeres
viii Caja de herramientas para gobernantes
Y llegamos al final
prefacio
La promesa del futuro
Te levantas y consultas tus redes sociales. Miras el tiempo en el móvil para decidir la ropa que te pones. En enero de 2021 había 42,54 millones de internautas en España.1 Hay más móviles que personas. Las noticias las lees en la tableta. Si eres de radio, igual la escuchas a la carta mientras desayunas o te pones un podcast de tu programa favorito. Antes de la pandemia probablemente buscaras en alguna aplicación de mapas el transporte público o la ruta más corta para llegar a tu trabajo. En el mundo pandémico, si estudias te conectarás a la plataforma de clases, y si trabajas, tu día será una sucesión de videoconferencias. Llegarás incluso a tener agotamiento por zooms. Si por desgracia estás en un ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) o en el paro, pedirás tu subsidio por la web oficial de turno. Te habrás vacunado pidiendo cita online. Igual encargas algo de comer por una aplicación o haces la compra. Tu día incluye gestiones con el banco, pagar alguna multa, reservar para cenar en un restaurante o en la peluquería. Si tu hijo se encuentra mal puede que hagas uso de la telemedicina. A lo largo de las horas que estés despierta consultarás Instagram, Youtube, LinkedIn o Facebook, que en total suman más de sesenta millones de usuarios en España. Puede que te conectes a alguna aplicación de fitness por la tarde y si no te cuelgas en Whatsapp seguramente te dé tiempo a ver algún contenido en cualquiera de las plataformas que hay en el mercado (HBO, Netflix, Filmin…). Cuando Luna estudiaba periodismo todavía no existía Gmail ni Youtube ni Twitter y ahora no se imagina lo que sería un día sin ellos. La tecnología está cada vez más presente en nuestras vidas, es indudable. Y lo que parecía algo trivial está provocando un cambio profundo.
En un minuto de internet ocurren muchas cosas. Se envían, navegan y reciben millones de mensajes, correos electrónicos y fotos. Solo en Instagram hay veinte millones de personas. Se consumen cientos de miles de horas de contenidos. Una parte importante de nuestra vida ya se desarrolla en esa red. De hecho, en España casi un cuarto de la población pasa entre dos y cuatro horas diarias conectada a través de sus teléfonos inteligentes.2 Hay dos millones que lo hacen más de ocho horas. Pensemos que hace tres décadas apenas usábamos ordenadores. Ahora todo está digitalizado, todo está conectado a la red, todo se ha hecho móvil. Y claro, esto ha creado extraordinarias oportunidades para innovar, para llegar a los consumidores de todo el mundo. Ya no hay forma de vivir de espaldas a la realidad digital.
Estamos en un momento crítico. Tan importante como fue la era atómica. No lo digo yo, lo dice Naciones Unidas.3 Este cambio profundo del que hablamos lleva sucediendo bastantes años, aunque, como siempre, no nos damos cuenta de los cambios mientras pasan. Lo que al principio fueron unas pocas herramientas para mejorar la comunicación global han acabado siendo el elemento central de nuestro desarrollo tecnológico, afectando a nuestra economía y por supuesto, a nuestra sociedad. Estos grandes movimientos que se están produciendo, de manera similar a las placas tectónicas, en algún momento nos harán sentir que el suelo se mueve bajo nuestros pies. Y para en- tonces debemos tener un plan.
Da igual dónde hayas nacido, porque el sistema está pensado para que tengas una oportunidad. Tendrás que estudiar y esforzarte, eso sí. Probablemente más que otros que partan de situaciones familiares con más privilegios, pero podríais llegar al mismo sitio. Los primeros años en el mercado laboral tendrás trabajos peor pagados y te tocará empezar desde abajo, pero irás progresando y podrás llegar, si quieres, hasta lo más alto de lo que sea que hayas elegido. La educación y el trabajo nos igualan para que podamos conseguir aquello que nos propongamos. No hay nada que te impida llegar. Este es el pacto.
Esa historia que se va interiorizando a medida que uno crece ha sido más o menos real en los países con economías desarrolladas hasta la gran crisis de 2008. A partir de ahí la cosa cambió. Por aquel entonces Luna estaba estudiando periodismo. Sabía que solo con la carrera no era suficiente porque nadie miraba un curriculum vitae (CV) que no tuviera un máster. Somos un país con demasiados estudios universitarios y hay que buscar la forma de diferenciarse. Convenció a sus padres para seguir yendo a clase durante otro año y hacerse el máster de turno, previo paso por caja. Su madre es funcionaria del cuerpo administrativo y su padre se dedica al sector inmobiliario. Luna tiene dos hermanos más pequeños. No fue un tiempo fácil para la familia. Cada vez los sueldos dan para menos y mantener a una estudiante de veintipico años suponía hacer sacrificios. Aun así, los hacían porque sabían que pronto despegaría, entraría a trabajar en alguna empresa y a partir de ahí le esperaba una carrera profesional lineal que le permitiría ir construyendo su vida.
Desgraciadamente no fue así. España durante los diez años posteriores a aquella crisis no ha levantado la cabeza y esa generación que nació a lo largo de los ochenta ya no conocería lo que es la estabilidad. Pero no son solo ellos los que ven cómo el suelo del mercado laboral se mueve bajo sus pies. Las cosas están cambiando de manera sigilosa desde hace tiempo y la pan- demia no ha hecho más que acelerarlas.
Antes de que el coronavirus generara un shock en todos los ámbitos de nuestras vidas, la economía mundial sufría fuertes turbulencias que auguraban un cambio relevante en el mercado de trabajo. Las previsiones de crecimiento eran frágiles. Los países con economías más maduras no terminaban de encontrar una fórmula para recuperar un pasado con más y mejor empleo. Había ya tensiones sociales por la creciente desigualdad. Aumentaban las protestas de una ciudadanía cada vez más consciente de las grietas del sistema. Cada día de la semana se manifestaba un colectivo diferente pidiendo que no se desmantelara su parte del Estado del bienestar. Al mismo tiempo, la política se polarizaba y aparecían los partidos populistas que prometían soluciones fáciles a los problemas ordinarios de la sociedad. Los niveles de incertidumbre eran ya, en aquel momento, elevados. España lideraba el consumo de ansiolíticos y antidepresivos.4
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