Esta diversificación del sentido que tiene la noción de organización religiosa también se verifica en este libro a través del crecimiento de las llamadas “expresiones informales” y de diversas organizaciones culturales que se vinculan al campo religioso. Los casos presentes en estas páginas captan agudamente esas novedades y su sentido. Por ejemplo, el análisis que realiza Marcos Carbonelli sobre el periódico El Puente que ha cumplido, como vector de diálogo entre grupos, el papel de densificador y articulador de nociones comunes, disputas y construcciones de hegemonía entre diversos grupos evangélicos (y también su papel al respecto en la articulación de los evangélicos ante el resto de la sociedad). Asimismo, debe contarse con el papel que cumplen en este sentido las organizaciones musicales evangélicas en muy diversos, incluso contrapuestos, sentidos. Los trabajos de Mariela Mosqueira y Luciana Lago nos muestran cómo aparece un espacio de prácticas musicales específicas y diferenciadas, que tienen valor para articular a los fieles del espacio religioso en el que se inscriben. Y nos muestra también cómo ese espacio de prácticas musicales que amplía y pluraliza la vida de las organizaciones religiosas es además un espacio para inscribir en el campo religioso diferencias de comprensión de la pertenencia religiosa y conflictos que se tramitan en términos estéticos. Pero también debemos incluir aquí el caso de organizaciones como la Fundación El Arte de Vivir que promueve una forma de religiosidad a partir de un modo de organización y de práctica que pone en el centro una experiencia físico-moral. En el mismo artículo en el que Nahuel Carrone y María Eugenia Fuentes analizan este caso, ponen de manifiesto que el mundo de la New Age es radicalmente heterogéneo en sí mismo. Si se considera, por ejemplo, que al caso anterior, basado en una oferta específica, se le contrapone el análisis de Deva’s, que debe ser concebido como un nodo que intermedia una producción de cultura masiva que va de productos cosméticos a libros pasando por ediciones de música y alternativas terapéuticas. En este último caso puede verse cómo una organización asocia unos supuestos culturales, los de la Nueva Era, y unos productos comerciales, los que vehiculiza Deva’s para promover religión por fuera de los marcos institucionales tradicionales.
Pero mucho más resulta pertinente para el análisis que venimos realizando el recorrido de los sujetos que generan formas de creencia religiosa a partir de trayectorias que combinan la presencia en medios masivos, la producción literaria o algún tipo de producción cultural. Es, por ejemplo, el caso de un escritor como Bernardo Stamateas, analizado aquí por Leandro Rocca. El caso resulta clave porque, más allá de su origen evangélico, Stamateas activa y disemina una visión de mundo cercana a los supuestos de la Nueva Era, por fuera de cualquier organización religiosa. Su presencia cataliza una versión de esos supuestos y organiza algo así como una corriente de opinión que luego, según las diversas trayectorias de sus lectores, decanta en su inserción en diversas situaciones y organizaciones de práctica o reflexión. Este tipo de realidades nos muestra que existe un punto en que el campo de la literatura masiva, que es cada vez más un campo de cruce de medios masivos que incluye a la industria editorial, no sólo es una vía de apoyo al surgimiento de una conciencia religiosa sino, a veces, una vía privilegiada.
Así, el conjunto de la obra nos presenta nutrida y variada información para responder a las preguntas sobre el significado específico de la tradición y su expresión institucional. En algunos casos nos encontramos con que los productores culturales católicos permanecen fieles a la tradición, ajustándose a lo que interpretan y muy posiblemente sea el mandato atribuido a la ortodoxia y a las instancias institucionales que la promueven. Pero en otros casos podemos encontrarnos con que hay grupos evangélicos que actualizan las más antiguas tradiciones en el marco de un proceso en el que reaccionan contra lo que es dominante en el mundo evangélico: la actualización y la adaptación del creer a formas contemporáneas de autorizarlo. Veamos el siguiente contrapunto. En el caso del citado trabajo de Marcos Carbonelli sobre el periódico El Puente puede verse una tendencia: acompaña la evolución promedio de los evangélicos siguiendo el ritmo de apertura y estancamiento de las fracciones más conservadores; así, apoya las aperturas del mundo evangélico, pero identifica las fronteras más conservadoras en puntos clave como el matrimonio igualitario. De este modo, puede decirse que ese periódico, que no pertenece a ningún grupo evangélico, incide sobre el mundo evangélico al menos de dos maneras: 1) al intentar componer entre las diversas fracciones evangélicas, mueve las posiciones de todos los grupos, y esto porque 2) ha logrado erigirse en una voz que es parte del conjunto de las voces que se oyen y debaten en el mundo evangélico. Tenemos así que unos productores culturales producen creencias sin pertenecer a ninguna instancia eclesial, operando, de forma exclusiva, en el campo “cultural” evangélico, sin ser “ordenados” o pastores. Si los miembros del periódico El Puente ejercen su autonomía pero alineándose con el sentimiento mayoritario en el mundo evangélico, hay grupos como los que describe Mariana Esther Espinosa: su análisis de la editorial de los Hermanos Libres en la Argentina muestra que éstos ejercen su autonomía dentro del mundo evangélico para producir bienes culturales que promueven una enfática identificación con la “tradición” en contraste con las tendencias a la unificación y la actualización conservadora que realiza El Puente.
Todo esto quiere decir que no todas las tradiciones religiosas les imponen las mismas condiciones de acción a sus productores culturales. El repaso anticipado de los casos que ustedes podrán leer en todo su desarrollo muestra que los productores culturales tienen grados estructuralmente variables de autonomía según se trate de tradiciones y organizaciones religiosas como la evangélica o la católica. Pero incluso podemos encontrarnos con un caso como el de Deva’s o de Stamateas. En estos casos tenemos una producción que genera institución religiosa como consecuencia de una orientación cultural que los precede. Así nos encontramos con un hecho: ser fiel a la institución no significa siempre lo mismo por que las instituciones, una vez que salimos de la presunción de que el catolicismo es el metro patrón de la organización religiosa, revela modelos muy diversos. No es éste el espacio para explorar y sistematizar todas las dimensiones. Pero sí podemos capitalizar para nuestro análisis el hecho de que algunas instituciones permiten, de forma estructural, mayores grados de autonomía a sus agentes.
Hemos partido del hecho de que los productores culturales están tensados entre la institución-tradición y el mercado. Pero, de la misma manera que hemos demostrado que la institución obliga de maneras muy variables a repetir la tradición, también es variable la influencia del mercado: éste, en algunos casos obliga a repetir, en otros permite innovar, como veremos a continuación.
El mercado no es sólo cantidad
¿Qué quiere decir que los productores culturales se orientan al mercado? En principio, que buscan realizar la mayor cantidad de ventas posibles. Que apuntan a la ganancia y por lo tanto otorgan importancia y prioridad a aquello que la gente quiere leer u oír. Ahora bien, el mercado, entendido como la demanda, más allá de sus heterogeneidades puramente económicas y su inmensidad, no es amorfo ni acepta cualquier cosa por imposición, justamente porque es una demanda cualificada, segmentada, constituida por motivos que se construyen culturalmente y con los cuales la industria cultural (sobre todo si apunta a nichos tan específicos como el religioso), no puede relacionarse sin diálogo ni formaciones de compromiso que se expresan en la propia producción cultural. En ese sentido resulta llamativo que, cuando los productores culturales se orientan al “mercado” tomando alguna distancia de las prescripciones ortodoxas de su organización religiosa, no lo hacen aleatoriamente. Se orientan respondiendo a una demanda. Ahora bien, ¿cómo funciona esa demanda? Esa demanda no posee tantas formulaciones como sujetos y tiene un modo dominante y abarcativo en la demanda de una literatura que en las etiquetas aparece dispersa, pero en los contenidos y en los usos aparece recurrentemente combinada. Entre los géneros más leídos se encuentran los religiosos y la autoayuda, y si se atiende a los contenidos se puede ver hasta dónde, por ejemplo, el cristianismo, las nociones de superación personal y positivismo anímico dialogan en autores que han sido best-seller en el último lustro como Ari Paluch, Claudio María Domínguez o el citado Stamateas. Y esa misma combinación puede observarse en las bibliotecas personales: como me ha sido posible comprobar en mi investigación empírica, es altamente probable que el consumo de uno y otro género sean correlativos.
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