Las tensiones de los productores culturales y la situación del campo religioso
Algranti señala la existencia de una tensión que atraviesa la experiencia de los agentes que operan en las industrias culturales religiosas. Para algunos de estos agentes se trata de privilegiar las orientaciones religiosas y culturales de la organización religiosa a la que pertenecen. Operan en la necesidad de ajustarse a una doctrina establecida o a unos parámetros limitados para actualizarla, aunque eso no implique ganancias de público y mercado para esos productos e incluso conlleve rechazos de aquellos que son parte de la organización o espacio religioso en que operan, pero no se sienten a gusto con el hecho de que los libros no hagan más que repetir en forma y contenido lo mismo que se ofrece en el culto, por así decir. Para otros agentes culturales se trata de incrementar las ganancias y/o los públicos y por lo tanto de aceptar, dentro de ciertos límites variables y negociables, que se produce cultura orientándose por las exigencias del mercado. Y que para triunfar en el mercado deben hacerse concesiones que implican desvirtuar la ortodoxia y la tradición. El libro en su conjunto nos permite acompañar esta interpretación e incluso presentar un horizonte más amplio en el que esa conclusión se inscribe. Este horizonte más amplio se conecta con los objetivos que planteamos al principio: las industrias culturales operan en la configuración del campo religioso multiplicando sus instancias internas, reforzando tradiciones, pero, también, favoreciendo la emergencia de creencias que se distancian de la tradición cristiana o la renuevan en general favoreciendo consensos transversales sobre los supuestos de la Nueva Era.
Comencemos por dos preguntas que retoman la tensión entre tradición y mercado que viven los productores de las industrias culturales del campo religioso. ¿Hay una misma manera de pertenecer a la tradición y su expresión organizativa en la institución? ¿De qué manera se orientan los productores culturales por y hacia el mercado? Las respuestas a estas preguntas, que es lo que nos hacen saber los capítulos del libro y los resultados de otras investigaciones contemporáneas sobre el campo religioso, llevan a entender que el funcionamiento de las industrias culturales está ligado tanto a una transformación de las formas de organizarse como a un cambio de las formas del creer en el campo religioso. Es que lo que mostraremos aquí es que mercado y tradición, los términos por los que nos hemos preguntado, tienen variaciones y significaciones específicas que organizan las constricciones y los desempeños de los productores culturales de una forma particularmente reveladora. En este contexto podrá observarse el peso y el dinamismo de nuevas articulaciones del creer, de la aparición de nuevas tradiciones creyentes que esta obra nos permite discernir.
Para demostrarlo quiero exponer brevemente tres argumentos adicionales que permiten elaborar la tensión tradición/mercado que afrontan los agentes culturales del campo religioso. Por un lado, el relativo a la necesidad de avanzar en un camino –que sugiere este volumen– que es el de distanciar lo más posible la categoría “organización religiosa” de la categoría “organización católica”. El segundo se relaciona con una observación que atañe a la relación entre el mercado y las categorías de experiencia religiosa. En tercer lugar, en el marco de la conclusión, quisiera referirme a la noción de campo religioso que es precisa para ceñir los fenómenos que aborda este libro.
Organización religiosa es diferente de Iglesia Católica
La proposición que resume el título parece sencilla y obvia. Pero no lo es si se consideran algunos usos habituales en el sentido común y también en las ciencias sociales, incluso las aplicadas a los fenómenos religiosos. Ellos revelan que la distinción entre forma católica de la organización religiosa y organización religiosa tiene dificultades para transformarse plenamente en una guía de los análisis del campo religioso. Esa dificultad se manifiesta, por ejemplo, cuando se clasifica la formación de los agentes religiosos en “formal” o “informal” (adjudicando esta categoría, puramente negativa, a los procesos de formación de curanderos, pastores pentecostales de denominaciones menores que, simplemente, no son como los de un sacerdote católico). Esto implica asumir que las instancias escolares formales, o bien el modelo seminarial del cristianismo y en especial el catolicismo, son una “forma” y las otras, la transmisión familiar, la transmisión experiencial entre elegidos, no son “formas”. Pero esto también sucede cuando se intenta comprender la aparición de nuevas modalidades de práctica religiosa, muchas de ellas ligadas al consumo cultural, como “desinstitucionalización” de la religión. La transformación de la experiencia religiosa y su adecuación a formatos pequeños, autónomos y dinámicos no es reconocida como “institución” (tanto en su aspecto de verbo, de acción de instituir, como en su aspecto de sedimento instituido) porque se confunde la establecida institución católica con la forma de cualquier posibilidad de institucionalización (y por ello tenemos una saturación de diagnósticos relativos a la liquidez, el carácter “post” o a los procesos de “desinstitucionalización”. Si ejercemos la distinción que propone el título de este apartado podemos obtener un dato de gran relevancia para comprender el estado del campo religioso actual y el papel de los productores culturales: veremos que los grados de autonomía de los productores culturales son muy variables y que esos grados les permiten operar de formas muy diversas con relación a “lo tradicional”.
Las religiones evangélicas (el protestantismo, el pentecostalismo y la multiplicidad de denominaciones religiosas que se asocian a la tradición reformada en general) y el catolicismo son religiones de consistencias organizacionales muy diferentes. Mientras el catolicismo ha nacido en intimidad con las instituciones centrales del poder (y con las redes sociales que con más frecuencia lo encarnan), los evangélicos, y en especial el pentecostalismo, han debido hacerse endógenos a la sociedad argentina y salir de una situación periférica para aproximarse al centro todo lo que es posible (la marginalidad de los evangélicos es tal que son raros los casos de miembros prominentes de las elites política, social y económica que pertenecen a esta denominación). En forma paralela y combinada a este rasgo sucede que esas dos expresiones religiosas comparten la necesidad de resolver el dilema que las diferencia. Desde el punto de vista institucional, uno de los problemas centrales del catolicismo, que es fuertemente piramidal, consiste en darle lugar a la diversidad (ni tan poca que implosione, ni tanta que estalle) en una organización piramidal fuertemente reglada. En cambio, el de los evangélicos es casi opuesto. Para ellos es casi imposible, sino imposible, constituir la unidad (ni tanta que ahogue, ni tan poca que debilite). A la división denominacional, sólo superable a través de la constitución de términos que son ambiguos comunes denominadores que permiten su permanente reinterpretación y las consecuentes divisiones, se suman los efectos dispersivos de uno de sus núcleos centrales, el sacerdocio universal que enfatizan los evangélicos y que consagra tanto la autonomía como la multiplicación de emprendimientos religiosos de todo tipo en su espacio. El catolicismo crece o mantiene su grey incorporando subordinadamente unidades de instituciones, personas y cultura bajo su orden. Como resultado de eso, el catolicismo produce su diversidad, que es bastante, pero también un orden que la jerarquiza y hace invisibles ciertas diferencias. Las religiones evangélicas crecen por fisión de sus propias unidades. Con ello los evangélicos producen su unidad que es alguna, variable, transitoria, incompleta, y siempre resultado de esfuerzos conscientes y sistemáticos destinados a revertir los efectos de su matriz dispersiva. Si se mira el campo religioso más allá de las definiciones cristalizadas, se puede observar entonces que la oposición catolicismo/evangélicos se relaciona no sólo con ideologías religiosas sino con formas diferentes de legitimar y priorizar definiciones de organización y, también, de persona, de práctica religiosa y de sacerdocio.
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