Siendo una religión destinada a todos los hombres, en tanto que exige la liberación de todo hombre por su dependencia de Dios, implica un carácter universal, que rompe el restringido límite del «pueblo elegido» que se daban a sí mismos los judíos. Pero lo que confiere este universalismo, esta catolicidad, al Cristianismo es un principio en virtud del cual todos los hombres forman parte de una misma generación no carnal sino espiritual. Es el principio del amor y de la caridad: el auténtico cristiano es el que se siente hermano de su prójimo, no es el hombre que es, sino el que quiere ser. Consecuencia de esto fue la afirmación de la voluntad frente al concepto clásico de la paideia griega, que consistía en la formación de aquellas facultades que constituyen al hombre como tal, la inteligencia y la razón. El precepto veterotestamentario de «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» [4]fue transformado por Jesús en el principio en que se había de fundar toda su predicación, dando sentido al humanismo cristiano: «Los fariseos, habiendo sabido que había cerrado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’. Y Él respondió: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Sobre estos dos mandamientos se funda toda la Ley y los Profetas’» [5].
El Cristianismo se presentó, entonces, como una nueva paideia, como un nueva forma de humanismo, que consistía en preparar hombres capaces de amar a Dios, capaces de amar a los demás hombres en Dios y de amarse a sí mismos. La fe cristiana, al tener como fin esencial aumentar en el hombre el amor, trató de hacer inteligible esa misma fe partiendo del amor. Lo que significó, de alguna manera, el rechazo del intelectualismo y del racionalismo del mundo greco-romano y la afirmación del voluntarismo, que hizo posible que gran parte de la filosofía desarrollada a lo largo de la Edad Media cristiana se concibiera como camino de perfección del amor de Dios, porque amar a Dios con la mente es algo que no se consigue sólo con la fe.
I.2. EL CRISTIANISMO Y LA FILOSOFÍA GRIEGA
Desde sus primeros momentos, el Cristianismo se vio comprometido en una continua obra de difusión del mensaje evangélico. Se encontró con otras concepciones culturales que le obligaron a una elaboración doctrinal de su fe, en la que integró elementos de aquéllas. Hecho decisivo fue la propagación de su mensaje en un mundo dominado por la civilización y la lengua griegas, de manera que hubo de adoptar las mismas formas de expresión usuales en ese mundo. La consecuencia fue la introducción en la doctrina cristiana de conceptos y categorías intelectuales que nada tenían que ver con las primitivas de la nueva religión. Así, la cristianización del mundo griego significó, a su vez, la helenización del cristianismo, tesis sostenida por W. Jaeger y discutida por algunos, pero que pudo ser cierta si pensamos en que la helenización ya había comenzado a ser preparada por los judíos de la diáspora, muchos de los cuales fueron los primeros en aceptar la nueva predicación. Cuando los primeros cristianos se enfrentaron con el mundo que les rodeaba, se vieron forzados a una doble exigencia: adecuar el contenido y la forma de la religión a las circunstancias históricas con las que se encontraron, y evitar que el contacto con esas otras formaciones culturales pudiera desvirtuar y desnaturalizar el verdadero espíritu y el genuino contenido de la revelación cristiana. Uno de los problemas que se plantearon fue el de la actitud que el Cristianismo debía mantener ante el mundo helenístico y ante las realizaciones culturales de éste: aceptarlas e integrarlas o rechazarlas. En la tensión suscitada entre las dos alternativas y en la dificultad de encontrar una respuesta válida está el inicio de lo que llegaría a ser la elaboración doctrinal del Cristianismo, es decir, la «nueva sabiduría», que fue llamada por algunos de sus exponentes con el término griego de «filosofía».
La doble actitud había sido anticipada por el Apóstol Pablo, quien reconoció la existencia de dos clases de sabiduría, una divina, revelada por Dios a los hombres, y la otra humana, adquirida por los hombres. La distinción entre ambas aparece constantemente en sus Epístolas. Al escribir a los Corintios, Pablo describe su predicación, en contraste con la «sabiduría del mundo», como la «sabiduría de Dios»: «¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el literato? ¿Dónde el sofista de este siglo? ¿Acaso no ha hecho Dios loca la sabiduría de este mundo? En efecto, puesto que el mundo no supo, con su sabiduría, conocer a Dios en las manifestaciones de la sabiduría divina, Dios se complace en salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Y dado que los judíos reclaman milagros, y los griegos van en busca de la sabiduría, nosotros, contrariamente, predicamos a un Cristo crucificado, objeto de escándalo para los judíos y locura para los paganos; mas para aquellos que son llamados, sean judíos o griegos, un Cristo que es poder de Dios y sabiduría de Dios… Me presenté a vosotros en un estado de debilidad, de temor y de temblor; y mi palabra y mi predicación no se apoyaban sobre los argumentos persuasivos de la sabiduría humana, sino en la eficacia demostrativa del Espíritu y del poder divino, a fin de que vuestra fe no se fundase sobre la sabiduría de los hombres, sino sobre el poder de Dios. Exponemos, sí, la sabiduría a los cristianos perfectos; pero no la sabiduría de este mundo y de los príncipes de este mundo, abocados a la destrucción. Exponemos una sabiduría de Dios velada por el misterio, sabiduría que permanece oculta, que Dios, antes del origen de los tiempos, preparó para nuestra gloria; sabiduría que no conoce ninguno de los príncipes de este mundo» [6].
Para Pablo, el Cristianismo es sabiduría divina, es un «pleno conocimiento de Dios», cuya aceptación y obediencia es descrita como «fe». Frente a esta sabiduría divina está la sabiduría humana, aquella que entre los griegos llegó a ser conocida por el término «filosofía», aquella que «van buscando los griegos». Y parece reconocer un núcleo de verdad en ella, pues admite que la filosofía griega contiene un anuncio de la creencia en un solo Dios. En efecto, en el discurso que pronunció ante los atenienses en el Areópago, dirigiéndose a una audiencia en la que había filósofos, parece adoptar una cierta actitud conciliadora ante la cultura griega: «En Atenas… pasaba el tiempo discutiendo en la sinagoga con los hebreos y con los creyentes en Dios, y en el ágora con todos aquellos con quienes se tropezaba. También discutían con él algunos filósofos epicúreos y estoicos, mientras otros decían: ‘¿Qué sabrá decir este propagador de novedades?’. En cambio, otros, al oírle anunciar a Jesús y la resurrección, decían: ‘Parece un predicador de divinidades exóticas’. Entonces lo cogieron, lo condujeron ante el areópago y lo interrogaron: ‘¿Podemos saber cuál es la doctrina nueva que vas enseñando? Desde el momento en que nos anuncias cosas extrañas, queremos saber de qué se trata’. Los atenienses en general y los extranjeros residentes allí preferían esto a cualquier otro pasatiempo: decir y escuchar las últimas novedades. Luego Pablo, puesto en pie en medio del areópago, empezó: ‘¡Atenienses! Veo en vosotros un gran temor de los dioses. En efecto, pasando y observando vuestros monumentos religiosos, he encontrado también un altar con la dedicatoria ‘A un dios desconocido’. Pues bien, vengo a anunciaros precisamente a aquel al que vosotros honráis sin conocer. El Dios que ha creado el mundo y lo que contiene, al ser el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos materiales; ni puede ser servido por nuestras manos, como si tuviera necesidad de algo, él que da la vida a todos, la respiración y todo bien. Antes bien, él es el que de un solo hombre ha producido a todo el género humano, a fin de que poblara toda la tierra, fijando los límites de su vida en el espacio y en el tiempo. Por esto ellos buscan a Dios, tratando de sentirlo y de aferrarlo a él, que en realidad no está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, por obra suya tenemos vida, movimiento y existencia, como algunos de vuestros poetas han cantado: ‘En efecto, somos de su estirpe’» [7].
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