He eliminado las biografías de los autores, principales o secundarios, cuyas ideas me han parecido dignas de ser destacadas, en la certeza de que cualquiera que se interese por ellas podrá encontrarlas en otros manuales o en diccionarios de filosofía o biográficos. He incluido al final una muy breve referencia a la filosofía medieval en la Península Ibérica; tómese más como una indicación que como una exposición. En fin, en la bibliografía sólo menciono algunas obras de carácter general; entrar en detalles bibliográficos alargaría excesivamente este libro.
[1]HEGEL: Lecciones sobre la Historia de la Filosofía, trad. W. ROCES, México, FCE, 2.a reimp. 1979, vol. III, p. 104.
[2]Ibidem, p. 106.
[3]Metafísica, I, 2, 982b 11-28.
[4]AL-KINDI: «Sobre la Filosofía Primera», ed. en Rasâ’il al-Kindî al-falsafiyya, ed. M. Abû Rîda, El Cairo, 1950, p. 103.
[5]«Nos esse quasi nanos, gigantium humeris insidentes, ut possimus plura eis et remotiora videre», texto en JUAN DE SALISBURY: Metalogicon, III, 4.
[6]«Oportet amare utrosque, scilicet eos quorum opinionem sequimur et eos quorum opinionem repudiamus. Utrique enim studuerunt ad inquirendam veritatem, et nos in hoc adiuverunt», TOMÁS DE AQUINO: In XII Met., lección IX, n.o 2566.
I
Cristianismo y filosofía
I.1. EL CRISTIANISMO COMO HECHO RELIGIOSO
Mientras que gran parte de los sistemas de pensamiento que surgieron en los últimos siglos de la era precristiana y de los primeros siglos cristianos se presentaron como doctrinas filosóficas, aunque la mayoría de ellas estuvieran impregnadas de doctrinas religiosas, el Cristianismo no se manifestó a los hombres como una especulación filosófica, como un sistema de pensamiento racional. No puede ser considerado, por tanto, como un hecho filosófico en sí mismo, sino como un sistema de creencias o como una concepción de las relaciones entre el hombre y Dios; fue la respuesta dada en un determinado momento histórico a unas necesidades religiosas surgidas en el judaísmo de Palestina. Sus principales ideas doctrinales están formadas por un conjunto de creencias procedentes del judaísmo, a las que se integraron ideas nacidas en otros espacios culturales. Si inicialmente su ámbito de influencia quedó reducido a un grupo de seguidores de su fundador, poco después y por su universalismo confesado comenzó a difundirse por todo el orbe conocido.
Por la expansión que ha alcanzado a lo largo de los siglos, ha contribuido de manera determinante a proporcionar una visión del mundo y una respuesta a muchos de los problemas que el hombre se ha planteado a lo largo de su historia. Dio lugar, igualmente, a profundas transformaciones de tipo social, político e institucional en la vida humana. Por ello, sea cual fuere la valoración que se quiera dar de estos hechos, el Cristianismo debe ser considerado, además de como hecho estrictamente religioso, como uno de los acontecimientos que más han influido en el desarrollo de la historia humana. En tanto que hecho histórico, el Cristianismo generó una dimensión cultural –y no hay que olvidar que la propia Filosofía es otro hecho cultural– que tuvo trascendencia filosófica, no porque él mismo sea en sí una filosofía, que, como se ha dicho, no lo es ni tiene pretensiones de serlo, sino porque, sirviéndose de elementos tomados de la filosofía griega, dio origen a un pensamiento que ha ocupado toda una época de la humanidad, el período medieval latino, y que, incluso, ha orientado la reflexión filosófica en el mundo moderno y en el contemporáneo.
La base del Cristianismo está en la predicación de Jesús de Nazaret, que se presentó ante los hombres como el Mesías, el «Cristo», que había sido anunciado por los profetas. Su predicación no está contenida en ningún libro escrito por él, sino en unos textos compuestos años después de su muerte, conocidos por el término griego de Evangelios, la «buena nueva». En ellos no hay nada que sea filosófico. Sin embargo, uno de ellos, el Evangelio de San Juan, comienza con un término estrictamente filosófico, el Logos, que es presentado así: «En el principio era el Logos, y el Logos estaba en Dios y el Logos era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él y sin Él nada de lo que fue hecho se hizo. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres; y la luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la han comprendido» [1]. Este Logos es identificado con Jesús poco más adelante, cuando se nos dice que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», lo que ha sido interpretado por algunos autores como un primer intento realizado para exponer la doctrina cristiana en términos filosóficos. Esto pudo ser cierto, desde el momento en que sabemos que el autor de este Evangelio lo escribió en la ciudad de Éfeso, donde siglos antes Heráclito había hablado por vez primera del Logos.
Se sabe que el término Λόγος era usado en varios sistemas filosóficos anteriores al Cristianismo, por lo que no es extraño que algunos autores hayan pensado en la influencia de sus usos filosóficos en el Evangelio de Juan. Se ha afirmado que Juan adoptó la platonización de la tradición hebraica realizada por el escritor judeo-alejandrino Filón y que las fuentes del Logos de Juan se hallarían en el platonismo de la Alejandría helenística, donde el Logos estoico, como principio racional que gobernaba el mundo era ampliamente usado. El Cristo Jesús de este Evangelio no sería, entonces, el Dios resucitado de Pablo, sino el abstracto Logos de la filosofía helenística. También se ha señalado que la fuente de Juan estuvo en la literatura vetero-testamentaria sobre la Sabiduría. En el libro de los Proverbios se encuentra una imagen personificada de la Sabiduría: «Yo, Sabiduría, estoy junto a la perspicacia y poseo ciencia y reflexión… Yahvé me creó desde el principio de su poder, antes que a sus obras, antes de entonces. Desde la eternidad fui establecida; desde los orígenes, desde los principios de la tierra» [2]. Es una Sabiduría que, al igual que el Logos de Juan, existe desde antes de la creación, aunque ella misma haya sido engendrada y sería el resultado del primer acto creador de Dios, cooperando con él en la creación del mundo. También el Eclesiástico y el propio libro de la Sabiduría insisten en esta personificación de la Sabiduría. No es preciso recurrir, pues, a las influencias filosóficas para explicar el Logos de Juan, porque los rasgos con que éste se caracteriza ya se hallan en la fuente común a Juan y a Filón de Alejandría: el Antiguo Testamento. Sin embargo, hay diferencias notables entre esa personificación de la Sabiduría y las características del Logos de Juan, porque éste fue el primero en identificar la Palabra misma de Dios con un hombre, Cristo, y en concebir claramente la preexistencia personal del Logos-Hijo y presentarla como la parte fundamental de su mensaje cristiano. El Cristo-Jesús de Juan sería, entonces, la realización de los propósitos de Dios, el Logos que vivió una vida histórica en la tierra y del que Dios había hablado, el Logos que se hizo carne.
Incluso en su aparente presentación filosófica, el Cristianismo de los Evangelios solamente se muestra como una doctrina de salvación, como una religión que intenta aliviar al hombre de su miseria en esta vida, mostrándole cuál es la causa de esta miseria y dónde está el remedio. Por ello, el Cristianismo se manifiesta como revelación de una palabra nueva, como un don de vida, como un fármaco salutífero que, por la realización de la buena nueva, ha de salvar a los hombres. En el Evangelio de Marcos se anuncia en qué consiste la buena nueva: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reinado de Dios. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia» [3]. Jesús vino a predicar el reino de Dios, un reino que no es terreno y material, sino espiritual, y cuya realización tendrá lugar al final de los tiempos, debiendo prepararse el hombre para ese momento ya desde esta vida. A ese reino se accede sólo por la fe y por la conversión interior, con lo que el Cristianismo se configuró como una nueva versión del «conócete a ti mismo». El hombre es instado a descubrir dentro de sí al hombre religioso, un hombre que ya no es ciudadano, ni individuo, ni siquiera hombre, sino un ser cuya razón de ser está en la dependencia que tiene de Dios. Pero se trata de una dependencia que es, a la vez, liberación, porque depender de Dios es algo que libera al hombre de su propio yugo, de sus propias dependencias, haciéndole reconocer que su verdadero destino es el de elevarse hasta Dios.
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