Freud inició un camino que permitió la lectura científica de nuestros sueños individuales. En el camino que él abrió, ahora, otros están pensando cómo leer los sueños que las parejas y las familias sueñan y que a veces se transforman en pesadillas.
Así, Juan quiere ser o mostrar a María que él es alguien muy poderoso. Trata de escribir un cuento con su vida (para él, para María y para todos los lectores posibles); un cuento sobre un deseo no realizado por su propio padre: ser el vecino más exitoso del barrio. Sin embargo, también querría ser su compañero y a veces ser protegido por María; esto raramente ocurre y le causa sufrimiento.
María escribe sobre su vida un cuento basado en el sueño de su madre, que es también el de ella: tener un marido omnipotente, como lo fuera su abuelo materno, importante representante de la comunidad portuguesa en Brasil; “Virrey de Portugal en Brasil”, como bromeaban en casa. Este abuelo había organizado para el casamiento de los padres de María una de las fiestas más importantes de la historia de la ciudad y les regaló una luna de miel en Europa durante la que fueron recibidos en los mayores palacios de Lisboa. Ella escribe sobre la exigencia de que Juan sea el personaje de un sueño infantil transgeneracionalmente alimentado, alguien que abra para ella un mundo de príncipes y princesas que recorren palacios por Europa. Para eso, tiene que permanecer sorda y muda a los deseos de Juan que contradicen ese deseo suyo, así como lo hace el propio Juan poseído por el deseo no realizado de su propio padre. En este juego permanecen alejados de las satisfacciones posibles entre ellos.
Para leer este material, el psicoanálisis clásico cuenta con una concepción de la mente que permite pensar sus producciones en términos individuales; mas para tratar de comprender cómo los sueños de Juan y María provocan efectos recíprocamente entre ellos, y cómo cada uno puede participar de un acuerdo no explicitado (inconsciente) para soñar juntos o compartir una pesadilla, debemos acercarnos a los años 50.
Bion es sin duda uno de los precursores más importante dentro del psicoanálisis, gracias a su descripción de los supuestos básicos que operaban en los grupos. Su pensamiento colaboró para ampliar la investigación en grupos y familias en todo el mundo, y fundamentalmente en Londres.
Fuera del campo psicoanalítico encontramos a Bateson, con su esfuerzo por sustituir las definiciones en términos de esencias y buscar una definición relacional de esos mismos términos. Así por ejemplo “competencia”, “dominación”, “resistencia pasiva” no eran para él más que tipologías que configuraban una estación intermedia del conocimiento. Definir esas características como términos del proceso de una relación en la que éstas se generaban y se mantenían mutuamente, ayudó a abrir los horizontes de muchos autores, como Jackson, que en algún momento llegó a declarar la muerte del individuo. El trabajo y el pensamiento en términos de sistemas cambiaron para siempre la forma de pensar el psiquismo.
Jackson, como Minuchin, Ackerman, Wynne, Lidz, Swerling, Borszomeni-Nagy, Whitaker y muchos otros de los primeros terapeutas familiares norteamericanos provenían de formaciones psicoanalíticas y fueron diferenciando sus caminos. Ackerman, sin duda el psicoanalista de familias más famoso durante los primeros años de la historia de la terapia familiar psicoanalítica, sin alejarse de la teoría psicoanalítica la completó con la teoría de los roles (describió el rol del chivo emisario, del curador dentro de la familia, etc.) y con la teoría de la comunicación.
Pichon Rivière venía trabajando con familias de psicóticos desde los años 40 en el Hospital Borda en Buenos Aires y para fines de los años 50 había diseñado un sistema de pensamiento rico y operativo de la teoría y técnica de los tratamientos de familia que merece algunos párrafos. Frente al trabajo con familias consideraba que deberían ser analizadas las siguientes situaciones universales:
1 La ansiedad frente al cambio de la estructuración anterior de la familia y la ansiedad de ataque frente a una nueva estructuración.
2 Como resultado de lo anterior podría crearse una situación terapéutica negativa por miedo y resistencia a los cambios.
3 Esto originaría sentimientos básicos de inseguridad (que ejemplificaba diciendo que el pensamiento de la familia sería “mejor pájaro en mano que cien volando”).
4 La ampliación de las redes de comunicación dentro de la familia sería el camino para el cambio (el pasaje de la novela familiar a la historia familiar).
5 Enfatizaba finalmente la importancia de analizar las fantasías básicas de enfermedad (v.g. “somos todos pecadores”), de cura (alertando sobre la tendencia a la vuelta a lo anterior evitando una nueva configuración) y de tratamiento (tratamiento equiparado a la confesión de una culpa, a un juicio donde se exige la confesión).
Pichon (1980) recomendaba al terapeuta abordar la familia con un esquema conceptual, referencial y operativo que incluyese las nociones de:
1 Portavoz, el miembro que aparece expresando la enfermedad grupal.
2 Análisis de los roles: madre con rol paterno, padre con rol materno, etcétera.
3 Análisis de los malentendidos básicos.
4 Análisis de los secretos de familia (de lo que todos saben y no se habla).
5 Análisis de los mecanismos de segregación (de los cuales la internación sería el último paso).
6 Análisis de las fantasías de omnipotencia e impotencia.
7 Análisis de la situación triangular básica: el vínculo que une el niño a la madre, el padre y los hermanos.
Pichon pensaba en un aparato mental cuyos conflictos inconscientes se expresaban como síntomas en la conciencia, en el cuerpo y en el mundo externo (familia y sociedad); al referirse a la situación triangular básica ésta era pensada en términos del vínculo que un niño o un paciente establecía con su familia.
Algunos años más tarde Laing señalaba que lo que se internalizaba no eran objetos como tales, sino patrones de relaciones entre presencias humanas (Laing, R., 1964), señalando una diferencia con las ideas de Freud respecto al superyo. Según Laing, la familia estaría unida por la internalización recíproca de las internalizaciones realizadas por cada uno de los miembros de la familia, lo que constituiría la marca de la membresía familiar.
Nuevas concepciones (Berenstein, Puget, Kaës) proponen un aparato mental pensado en términos de una estructura vincular que se desplegaría en los espacios intrasubjetivo, intersubjetivo y transubjetivo, postulando un inconsciente propio de cada espacio.
“Los tres espacios –mundo interno, vincular y sociocultural– son distintos, diferenciados y se reúnen en el sujeto, que a su vez es producto de ellos. Cada uno de estos espacios produce un inconsciente”. (Berenstein, I., 2005). El mundo interno estaría formado por la articulación de representaciones reprimidas y afectos de acuerdo a la circulación topológica clásica. El mundo vincular, en cambio, se produciría con lo que ambos sujetos deberán suprimir, suspender o dejar afuera, aquello incompatible con la relación o que se les presenta como ajeno y traumático. “En el trabajo de subjetivación, siempre pertinente a la relación con otro o con otros, puede producirse nuevo sentido ya que lo vincular genera su propio inconsciente. Nuevo sentido equivale a nueva subjetividad. Se dirá que el sujeto es otro para los otros y otro para sí mismo” (Ibid. p. 142). Finalmente, el inconsciente del mundo sociocultural se instituirá a partir de lo que debe ser suprimido o excluido de lo que determina la pertenencia de los sujetos al conjunto social: “los sentimientos de incertidumbre frente a las amenazas de disolución del conjunto”(Ibid).
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