Se trate de “auto infringida”, “hacia terceros”, “colectiva”, “asociada a un trastorno mental”, en el marco de la neurosis o de la psicosis, la violencia implica la dimensión de la crisis, en el sentido de que le es inherente la carencia de la mediación simbólica que Lacan sitúa con el concepto de Nombre del Padre, teniendo prevalencia la dimensión del actuar.
La función Nombre del Padre pone un freno al goce, pero no sólo en el sentido de la interdicción, sino abriendo otra vía para el sujeto; por fuera del empuje al goce mortífero (Laurent, 2007), posibilita la inscripción en el orden social, al conjugar ley y prohibición, a la vez que da margen al deseo: regula y posibilita un marco para el goce.
Por su parte, Silvia Ons sostiene que asistimos a un proceso de desmaterialización creciente de lo real, en el que los discursos proliferan deshabitados, con palabras sin contenido, produciéndose un abismo entre lo que se dice y lo que se hace, en el que se escabulle lo real de la cosa: “El poder ha perdido legitimidad y la ética se limita a pregonar valores inmutables” (Ons, 2009). Civilización compatible con el caos en ausencia de límites y de significantes-amo en el reino del no-todo. Ons habla del paganismo contemporáneo, que busca la prueba de la existencia de Dios en la sobredosis de sustancias, de trabajo, de deportes peligrosos, del gusto compulsivo por el riesgo.
A la vez, Graciela Brodsky se refiere a “la violencia como síntoma para tratar lo real que subyace en todo relato, en toda ficción, en todo semblante… velo, fantasma llevado al acto para encubrir lo definitivamente imposible de soportar” (Brodsky, 2009).
En nuestras investigaciones hemos localizado que una de las presentaciones frecuentes en la consulta de guardia es el de mujeres golpeadas, una de las formas de la violencia doméstica. De los consultantes que han padecido episodios de violencia, el 40,3% son hombres y el 59,3% mujeres. Lo destacable es que, en el caso de la violencia, para las mujeres es mayoritariamente familiar (20,7%) mientras que para los hombres se distribuye entre social (10,6%) y familiar (15,5%). A su vez, para las mujeres que consultaron, la mayoría de los episodios de violencia fueron ejercidos por un familiar (10,7%); en cambio, para los hombres, la mayoría de las veces era el mismo paciente quien ejercía la violencia (18,6%). Aunque los episodios de violencia no sean el motivo de consulta, está muy presente en la percepción de su incidencia para los profesionales
Estos son tiempos de uso mortificante del cuerpo, sostiene Marisa Morao (2013), entre los cuales se presenta el fenómeno de violencia sobre el cuerpo de la mujer, golpeándolo, arruinándolo, devastándolo; fenómeno llamado feminicidio o violencia de género. El psicoanálisis de orientación lacaniana entiende que el “fenómeno de la violencia sobre el cuerpo hablante femenino muestra el uso devastador que tiene lugar en la pareja estrago” (Morao, 2013). La orientación lacaniana posibilita un movimiento del sujeto femenino, que va desde la pareja estrago a la pareja síntoma, con la posibilidad de soltarse por la vía del discurso analítico más allá del individualismo de masa al que entrega su cuerpo, para localizar el síntoma como acontecimiento del cuerpo, enlazándose así sintomáticamente con el Otro sexo.
Acerca de este tema Irene Greiser (2012) sostiene que debe hacerse una lectura de la virilidad en la época. Freud afirmaba que ésta debía estar amenazada, el atributo fálico debía estar en riesgo de perderse por el padre para poder ponerlo en ejercicio, siendo esa la condición del advenimiento viril. Lacan, a partir del Seminario 22, sostiene que la función de un padre no sólo es derivada como agente de la castración (al introducir la ley), sino que debe haber una trasmisión, es decir, que ese padre da una versión de cómo aloja lo femenino. Ese padre será un padre encarnado, particularizado y viril que aportará una versión del tratamiento de lo femenino.
¿Cuál es la transmisión del padre actual? “El hombre violento, golpeador, el hombre que no puede hablar con ella ni alojarla es una modalidad del macho que al no contar con una excepción que amenace su potencia fálica se ve arrastrado a un goce en el cual esa potencia fálica se muestra ilimitada” (Greiser, 2012).
Abordaje de la violencia en los dispositivos hospitalarios
Desde el punto de vista de la Salud Mental, la idea de diversos procedimientos de asistencia conducen a la noción de dispositivo, en tanto artificio que es construido de manera deliberada y que orienta acciones de las que se espera obtener un resultado calculable, con miras a alcanzar un objetivo determinado (M. I. Sotelo, 2012).
Para el psicoanalista, si su política conduce a la subjetivación de la urgencia, apelará a la responsabilidad como norte de la intervención; “para Lacan el sujeto siempre es responsable. La experiencia analítica es un modo de asunción subjetiva de esa responsabilidad” (Goldenberg & Arenas, 2013).
La intervención psicoanalítica en la clínica de la urgencia y, en particular, en relación con los casos que implican situaciones de violencia, no se orienta, entonces, al control de los impulsos o de la angustia, sino que busca el efecto de ampliación del discurso, que permita al sujeto dar trámite simbólico a la agresividad constitutiva (Sobel, 2005).
Si en el acto violento la palabra (y con ella, la dimensión subjetiva) queda arrasada, el discurso analítico propone revalorizar este recurso como vehículo de un tratamiento distinto del malestar. El incremento de situaciones de violencia que se presenta particularmente en las guardias, conduce a distintos modos de tratamiento: desde la intervención farmacológica hasta la promulgación de leyes que regulen los actos violentos. Con sus diferencias, la psiquiatría, la política, la Salud Pública, la medicina, tienen en común el poner el acento en la prevención, control y supresión de la violencia, la que a su vez irrumpe perturbando que las cosas anden en el sentido de la “norma”; “irrumpe y no deja nunca de repetirse para estorbar ese andar” (Lacan, 1988b). Irrumpe así lo real como lo que “se pone en cruz para impedir que las cosas marchen” (Lacan, 1988b) de manera satisfactoria para el amo.
Este fracaso, desde otra lógica, puede ser el punto de partida para el psicoanálisis, que propone tratar la violencia dentro del dispositivo mismo. La agresividad que hemos situado en tanto goce en lo imaginario, se antepone a la mediación simbólica irrumpiendo como acto violento (acting out, pasaje al acto u otro), siendo la pregunta de Lacan: ¿cómo meter el caballo en el picadero? (Lacan, 2005c). El psicoanalista, con su presencia sostenida en las reglas y principios, lee el acontecimiento violento presente en las consultas de urgencia y propicia un punto de basta que permite alguna subjetivación de ese goce desregulado por parte del agresor o del agredido.
Empuje al consumo (2)
En las guardias y admisiones, es frecuente el ingreso de sujetos atravesados por el consumo de alcohol, drogas o psicofármacos. En las crisis encontramos también que la abstinencia deja a quien consume en urgencia.
Es necesario determinar que si bien el consumo no da cuenta de un síntoma ni de una estructura psíquica, tienen un valor de uso para el toxicómano o el alcohólico, valor que intentaremos esclarecer en este apartado.
La ciencia y la tecnología producen objetos que ofrecen una modalidad de goce que se extiende, multiplica y generaliza. Al estar al servicio de las leyes del mercado, propician un consumo insospechado: cirugías, dietas, aparatos, cosmética, implantes, responden a un imperativo de belleza y juventud del que es muy difícil abstenerse.
El uso permanente de internet con su navegación ilimitada, se transforma en una oferta inagotable que abarca desde material científico o turístico hasta la pornografía, la venta de objetos, de armas o de drogas.
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