Cuando, en cierta ocasión, le preguntaron por qué es una persona tan cordial, respondió: «Yo no tengo cualidades especiales. Quizás ello se deba a que he pasado toda la vida meditando, con toda la fuerza de mi mente, en el amor y la compasión». Eso es, precisamente, lo que, además de sus obligaciones del día o lugar en que se encuentre, hace cada mañana durante cuatro horas y, durante un breve período de tiempo, al finalizar el día. ¡Imagínenselo!
No es sencillo estar presente y tal vez se trate –aunque me atrevería a sugerir que se olviden del “tal vez”– de la cuestión más difícil del mundo. Mantener la presencia es la cosa más difícil –y más importante– del mundo. Cuando uno cae en el campo de la presencia –el lugar en el que suelen vivir continuamente los niños sanos–, lo sabe de inmediato, porque se experimenta como una vuelta a casa y, estando en casa, uno puede permitirse estar, soltar, descansar en su ser, descansar en la conciencia y permanecer presente en su propia compañía.
Kabir, el poeta extático indio del siglo XV reverenciado tanto por hindúes como por musulmanes, expresa de un modo muy claro la llamada de la presencia y lo fácilmente que se nos escapa:
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Amigo, espera al Huésped mientras estés vivo. ¡Salta a la experiencia mientras estés vivo! Piensa… y piensa… mientras estés vivo , porque lo que llamas “salvación” pertenece a un tiempo anterior a la muerte .
¿Crees acaso que, si no rompes tus cadenas mientras estás vivo, lo hará luego tu fantasma?
La idea de que el alma se fundirá con el éxtasis cuando tu cuerpo se pudra no es más que una fantasía .
Lo que entonces encontrarás se halla ya ahora y, si no lo descubres ahora, acabarás arrinconado en la cuidad de los muertos. Si haces hoy el amor con lo divino, en la próxima vida tendrás el rostro del deseo satisfecho.
¡Zambúllete pues en la verdad, descubre quién es el Maestro y cree en el Gran Sonido!
Esto es lo que dice Kabir: Cuando buscas al Anfitrión, es la intensidad de tu anhelo por Él la que hace todo el trabajo. Mírame y verás a un esclavo de esa intensidad .
KABIR
Externamente considerada, la meditación parece aparcar el cuerpo en una quietud que suspende toda actividad e impide que nos entreguemos al flujo del movimiento. En cualquier caso, constituye una representación clara de la atención sabia, un gesto interno que se origina en el silencio y expresa el cambio desde el hacer hasta el ser. Y por más que, al comienzo, pueda parecer artificial, no tardamos en descubrir que, en última instancia, se trata de un acto de amor puro por la vida que se despliega tanto dentro como fuera de nosotros.
Cuando estoy guiando la meditación de un grupo de personas, a menudo les invito a despojarse de la idea de que “yo estoy meditando” y a permanecer despiertos, sin tratar de hacer nada en especial, sin ninguna agenda y sin hacerse ninguna idea de cómo deberían sentirse ni dónde deberían dirigir su atención… y ser conscientes, sin adorno ni comentario alguno, de lo que sucede en el instante presente. Pero ese despertar no es tan sencillo de experimentar, a menos que uno se mantenga realmente en la mente del principiante, 1 algo que es importante saber desde los mismos comienzos de la meditación por más elusiva que, en ocasiones, pueda parecernos la experiencia de una conciencia abierta, espaciosa y sin elección.
Pero, para ello, debemos ser más sencillos y, en consecuencia, lo más difícil, al comienzo, consiste en desembarazarnos lo suficiente de nosotros como para poder degustar la sensación de no-hacer, de descansar en el ser, de permanecer completamente despiertos y sin hacer nada en especial. Ésa es en concreto la razón por la que existen tantos métodos, técnicas, orientaciones e instrucciones diferentes de meditación (a las que en ocasiones me refiero, por cierto, con la expresión “andamios”). El lector puede pensar en estos métodos como medios hábiles a los que apelamos deliberadamente para volver de la miríada de lugares en los que podemos quedarnos atrapados, deslumbrados o confundidos y regresar a un silencio profundo y abierto, a lo que podríamos llamar nuestro despertar original, que nunca ha dejado realmente de estar y que, como el sol, siempre resplandece y, como el agua, siempre está quieta en las profundidades.
Siento que el barco mío ha tropezado, allá en el fondo, con algo grande .
¡Y nada sucede! Nada… Quietud… Olas…
–¿Nada sucede, o es que ha sucedido todo, y estamos ya, tranquilos, en lo nuevo? –
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, «Mares»
Por más extraño que ello parecezca a la mentalidad materialista obsesionada por la velocidad, el progreso, la fama y la vida ajena que caracteriza a nuestra cultura, cuando el ritmo de nuestra vida se acelera debido a fuerzas que se hallan más allá de nuestro control, conviene comprometernos en el acto radical de ser y de amor que supone la meditación. Son muchas las razones que explican esta necesidad, de entre las cuales cabe destacar la conservación de la salud, la recuperación de la visión y de la sensación de sentido y el simple hecho de poder enfrentarnos al estrés y la inseguridad de la época en que nos ha tocado vivir. Cuando nos detenemos deliberadamente y despertamos a las cosas tal como son en el momento presente, sin reaccionar ni esbozar juicios y trabajando sabiamente con tales ocurrencias, con una adecuada dosis de autocompasión cuando no lo conseguimos y dispuestos a permanecer durante un tiempo en el momento presente a pesar de nuestros planes y actividades, dispuestos a llegar a cualquier otra parte, concluir un proyecto o perseguir objetos o metas, descubrimos que se trata, de un acto que es al mismo tiempo desalentadoramente difícil y extraordinariamente sencillo y profundo pero, en última instancia, posible y el mejor de los remedios para recuperar la salud del cuerpo, de la mente, del alma y del espíritu.
Sentarnos y permanecer en silencio con nosotros mismos durante un tiempo es, en realidad, un verdadero acto de amor. De hecho, sentarse de este modo es asumir una actitud ante la vida tal cual es porque, al sentarnos y erguirnos, asumimos una postura aquí y ahora.
El reto de nuestro tiempo consiste en permanecer cuerdos en un mundo cada vez más loco. Pero ¿cómo hacerlo cuando nos hallamos sumidos en la cháchara, perdidos en el desconcierto o desconectados de lo que todo ello significa, de quiénes somos realmente y cuando toda actividad y logro revela su vacío y nos damos cuenta de lo efímera que es la vida? Sólo el amor, en última instancia, puede permitirnos entender lo que es real e importante. Por ello este acto radical de amor por la vida y por la emergencia de nuestro verdadero yo tiene un sentido muy profundo.
Sentarnos y permanecer presentes es el modo más sencillo de restablecer, de manera lenta pero segura, el contacto con nuestros sentidos y de acceder al mundo de la experiencia directa ajenos a todo pensamiento y absorción en uno mismo, para sanar y para saber cómo ser y lo que tenemos que hacer o, por lo menos, por dónde debemos empezar.
1.Expresión acuñada por Suzuki Roshi, fundador del San Francisco Zen Center, para expresar la inocencia de la investigación abierta y libre sobre quién es uno y qué es la mente a través de la experiencia directa que se lleva a cabo en el cojín de meditación. Son muchas las alternativas de que dispone la mente del principiante, pero sólo la mente del experto puede acceder a unas pocas.
¿Se ha dado cuenta alguna vez de que la conciencia del dolor no duele? Estoy seguro de que sí, porque ésa es una experiencia muy habitual, especialmente en la infancia, pero no solemos examinarlo ni hablar de ello porque es muy fugaz y, cuando tropezamos con él, el dolor es muy intenso.
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