Bion sugiere que el paciente es una persona quien, similar a las raíces de un árbol, que no se ven, tiene un inconsciente también oculto, el cual requiere –insiste Bion– que se vea no con los ojos, sino que se mire con los ojos ciegos de la intuición. Al respecto, Resnik interroga:
Cuando usted relaciona las raíces de un árbol con el inconsciente, ¿tiene usted una imagen de algo que pueda experimentarse como raíces del inconsciente o del inconsciente como una raíz?
Bion aclara:
No. El inconsciente es una de esas palabras inventadas por Freud en un intento de llamar la atención sobre algo que realmente existía. Pero comúnmente sucede que uno queda atrapado en la palabra, en esos interminables y desgastadores –por lo menos para mí– argumentos sobre la teoría kleiniana, sobre la teoría de Abraham, sobre todo tipo de teorías.
A este nivel de la conferencia, alguien pregunta sobre “cambio catastrófico” y Bion responde utilizando un vértice diferente al que originalmente él ya había esgrimido, de cómo ciertos cambios experimentados por un equilibrio mental pueden hacerse catastróficos. Posiblemente ahora Bion intentaba mantenerse dentro del tema del seminario, es decir, buscaba evitar un cambio catastrófico producido por la introducción de la pregunta. En este sentido dice:
La palabra “catástrofe” tiene que ser entendida a la luz de algo que va en dirección opuesta [...] Hay dos personas en el consultorio que se juntan al mismo tiempo y en el mismo lugar, pero las direcciones de sus pensamientos son diferentes.
Bion parece referirse al dilema o discrepancia que con frecuencia existe entre el paciente y el analista en cuanto a la verdad, por cuanto el primero –digo yo– quien estuvo allí (testigo presencial de su historia) no desea recordar, mientras el analista, que desea recordar, ¡ no estuvo allí! Bion produce otro ejemplo: “las cualidades invalorables” de poder dormirse y poder despertarse, la forma a como un estado implica un cambio catastrófico para el otro. Cuando estamos despiertos podemos pensar conscientemente y cuando estamos dormidos soñamos; sin embargo, el ser humano aún no da a los sueños la importancia que tienen y que le adjudicó Freud; sería similar a como un fruto llegase a despreciar las raíces del árbol por el solo hecho de estar ocultas.
El lenguaje con el cual el paciente se expresa es también significativo, diferente de la pintura que siempre es igual en todos los idiomas. En inglés, por ejemplo, uno se puede “romper” en diferentes formas: si es solo break significaría “romperse con violencia”, pero si es hacia abajo ( break down ) significaría “colapsar” y si es hacia arriba ( break up ), entonces sería “dispersarse” o “disolverse”; en cambio, romperse hacia afuera ( break out ), significaría “emerger” o “erupcionar”, aunque si se usa off en lugar de out (ambas palabras, off y out, significan “afuera”) significaría “detenerse abruptamente” mientras hacia adentro ( break in ) implicaría “intrusión”; por último, romperse alejándose ( break away ) implicaría “separarse” y romperse a través ( break through ), significaría “penetrar” o “avanzar”. Bion explica que en este sentido, resulta muy importante:
Los pacientes casi siempre no son buenos artistas, aunque sí saben lo que significa sentir sus sentimientos. Cuando tratan de decirte algo, pueden tener un vocabulario escaso. Entonces debe escucharse lo que dicen y mirar lo que son, comparar ambos y luego sacar tus propias conclusiones para ver si están colapsando ( breaking down ) o disolviéndose ( breaking up ) o avanzando ( breaking through ).
¿Cómo lograr romper esas barreras que se interponen entre lo que el paciente realmente siente y lo que el analista cree comprender? ¿Cómo alcanzar esa condición de at-one-ment o de intimidad con la verdad interior de un paciente? Es fácil, por ejemplo, saber a qué se refiere un paciente cuando habla de un dolor físico, pero no resulta lo mismo con el dolor mental, al cual de entrada todo paciente se refiere con diferentes nombres: ansiedad, miedo, terror, vergüenza, embarazo, fastidio, etcétera. Si uno tratara de pintarlos, dice Bion, “utilizaría diferentes variedades de colores, el psicoanalista debe inventar su propio lenguaje. Nuestro material no es visible, no es palpable”. Además, un paciente podría no desear decir nada, sino ser tocado, acariciado; o utiliza el lenguaje como una forma de evacuación, como si las palabras fueran orina o heces. Existen patologías psicosomáticas relacionadas con este mecanismo, como la “colitis ulcerativa”, donde el ano se convierte en un órgano de fonación. “Estos pacientes, cuando hablan”, dice Bion, “están más conscientes de la actividad muscular de expulsión que de la cualidad mental del pensamiento [...] además, no resulta fácil para el analista escoger el lenguaje que ha de utilizar para distinguir entre un trastorno somático y otro mental”.
Resnik interroga acerca de la posibilidad del analista de utilizar, en estos casos, aspectos infantiles de la contratransferencia para comprender e interpretar el material del paciente. Bion, por otra parte, alerta sobre las limitaciones del pensamiento infantil, por cuanto a pesar de que los niños tienen una gran sensibilidad para captar lo que sucede a su alrededor y pueden por lo tanto estar bien informados, al mismo tiempo carecen de la experiencia que posee un adulto. Podría ser muy natural, por ejemplo, que un niño, por lealtad a sus compañeros no pasase información sobre un asunto peligroso para él, a una persona mayor. Tal situación representa una forma de fragmentación, no solamente entre algo consciente e inconsciente, sino ante todo entre el recuerdo de lo que una vez fuiste cuando niño y todo lo que sabes sobre ti hoy en día.
Bion pareciera alertar sobre el uso de aspectos infantiles por parte del analista, los cuales podrían representar lo que él ha llamado una “moda” ( vogue ), lo cual no se refiere a la moda en sí, sino a la presión que el “grupo” ejerce sobre el individuo, induciéndole, con frecuencia inconscientemente, a un tipo de comportamiento en particular que forjaría, según él, un sentimiento de pertenencia al grupo, a la cultura o a su generación.
Bion regresa nuevamente a su paciente de la edad incierta y se pregunta, aunque parece no tener respuesta, sobre las posibles condiciones físicas que pudiesen determinar tales diferencias: ¿son los músculos de la cara?, ¿la forma como habla?, ¿la piel? El recuerdo de otro paciente viene al rescate, alguien que le había tomado tiempo en darse cuenta que no dejaba huellas sobre el diván:
cuando se marchaba era como que nadie se hubiese acostado en él y se me ocurrió que se acostaba siempre en la misma posición, como una especie de catalepsia mental. Nunca trajo un sueño, no estaba despierto ni dormido, ni consciente ni inconsciente. ¿Como podía vivir en ese exacto estado mental? Físicamente podía estar en el diván siempre en la misma posición, luego se hizo claro que también hacía lo mismo mentalmente.
Una voz anónima en la audiencia, que parece no estar interesada en las asociaciones de Bion, interrumpe con una pregunta: “en Francia los analistas no permiten a sus pacientes discontinuar su tratamiento”. Nuevamente pareciera que el hilo clínico pudiese perderse, sin embargo, Bion audazmente logra una síntesis entre la pregunta inoportuna y el tema: “Lo importante es la iniciativa, no la dirección... «¿Quién da a luz a quién?»”, pregunta Bion, “la madre al bebé a término, o el bebé a la madre? ¿Quién quiere ver a quién, el paciente al analista, o el analista al paciente?” “Pareciera”, concluye, “que la situación cataléptica representa un tipo de refugio, en realidad usted no efectúa ninguna de las dos”.
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