“Néstor lo miró fijo, esperó a que terminara de hablar y le dijo, sin vueltas: «Está bien, te podés ir, si no estás de acuerdo con nosotros te tomo la renuncia», dijo a secas, palabras más, palabras menos.”
Prat Gay se quedó sorprendido y hasta enmudecido, pues no tuvo lugar para meter más bocado. Para Néstor, él era un funcionario más que no cambiaría sus planes de gobierno ni su proyecto político, en los que el FMI estaba fuera de la toma de decisiones relevantes para el país.
Capítulo 3
Noche de brujas a solas con los fondos buitre y Griesa
“Ministro, estamos solos en esto. Me parece que tenemos que hacer un llamado a un apoyo local de la oferta.” El subsecretario de Finanzas, Leonardo Madcur, había vuelto de un viaje para negociar con acreedores y bancos en Japón como última escala y, tras haber estado sondeando la oferta de Dubai, regresó a la Argentina con un sabor amargo.
La misma mañana del vuelo de regreso a Ezeiza en octubre de 2003, el funcionario optó por ir directamente a su oficina y se dirigió al despacho del ministro Roberto Lavagna para plantearle la situación.
“Necesitamos que los argentinos apoyen la propuesta. Parece que nosotros hacemos la oferta y el resto mira a ver cómo nos va. En definitiva, si nos sale bien nos beneficiamos todos”, le dijo al ministro, palabras más palabras menos.
Las palabras de Madcur englobaban el contexto de soledad en el que se manejaba el equipo económico para avanzar con la propuesta de deuda, si bien reconocían que tenían el apoyo total del presidente Kirchner, que se cargó al hombro la disputa con el establishment financiero local e internacional y los alentaba a continuar con los esfuerzos y no aflojar con la oferta.
Desde la presentación de la oferta en Dubai el mercado había enviado señales de rechazo con la cotización de los bonos y, desde el empresariado, si bien inicialmente habían manifestado su apoyo, luego se mostraron distantes y estaban a la expectativa de cómo le iba al gobierno.
También miraban de reojo la posibilidad de concretar el acuerdo alcanzado con el FMI, a través del cual se había establecido una meta de superávit primario de 3% al período siguiente de la peor depresión que pudo conocer la Argentina con caída de meses consecutivos en el PBI. Pese a ese dato no menor, los bancos de inversión y los acreedores presionaban, sin mayor sustento técnico, al organismo multilateral para que fuese un número más grande.[28]
Madcur creía que, en consecuencia, había que concientizar al empresariado del esfuerzo que estaba haciendo el gobierno en beneficio el país y venía madurando la idea en cada presentación que hacía el equipo económico tanto fuera como dentro del país.
Lavagna, que advertía el mismo problema, no dudó en poner manos a la obra. El ministro buscaba además recrear un ambiente de confianza, estableciendo una serie de metas secuenciales que pudieran ser cumplidas, para luego pasar al siguiente desafío. El acuerdo con el FMI había sido el primer paso en ese sentido. De esta forma, se generó una especie de cronograma para la realización del canje de deuda, que atravesó numerosas dificultades y fue muchas veces pospuesto. Pero, a la larga, los actores sociales percibirían que se avanzaba en la medida en que se concretaban los pasos establecidos.
El contexto se condimentaba con que faltaban tres días para la realización una audiencia legal clave en Nueva York por la deuda en default –que marcaría la tónica de las que siguieron–, cuyo desenlace era una incógnita: se ignoraba si desencadenaría o no en una traba para la presentación de la oferta final del canje.
A la vez, el ministro padecía una fuerte presión de los bancos de inversión para disminuir la quita a los acreedores. De hecho, el equipo económico acabada de conocer que cinco de los primeros bancos de inversión del mundo habían decidido darle la espalda al gobierno y quedar fuera del llamado oficial para la conformación de los bancos colocadores del canje.
Los grandes estadounidenses, JP Morgan y Citi, los europeos Deutsche Bank y BNP Paribas, y el japonés Nomura buscaron, en un primer intento de muchos otros, presionar por una mejora en la oferta y optaron por quedar fuera.
Tras la charla con Madcur, Lavagna llamó a su vocero Armando Torres y coordinó una convocatoria al empresariado nacional, de la que tuvo una participación activa el ex secretario de pymes Federico Poli y el titular de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), Osvaldo Cornide, para reclutar a los asistentes.
La convocatoria relámpago, realizada en el ex salón Padilla del Ministerio, dio los frutos esperados. Concurrieron los titulares de las tres entidades bancarias, Mario Vicens (ABA), Carlos Heller (ABAPPRA) y Mario Brito (ADEBA), y miembros de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), como Alfredo Coto, Jaime Campos, José María Ranero Díaz, Enrique Pescarmona y Eduardo Elstain, y el titular de Fiat, Cristiano Ratazzi, entre muchos otros.
La reunión fue larga y franca, y encontró a Lavagna y a Nielsen explicando paso por paso el estado de situación y el porqué del accionar del gobierno. Al comprender finalmente la estrategia oficial, los empresarios acordaron emitir un comunicado conjunto, que redactaron ellos mismos con Cornide, el titular de la Cámara de Comercio, al frente, Carlos de la Vega, y el entonces titular de la UIA, Alberto Álvarez Gaiani.
En el comunicado consignaron que renovaban “el apoyo oportunamente expresado a la negociación del gobierno nacional para la reestructuración de la deuda pública externa”. Además, sostuvieron que el superávit del 3% es “un esfuerzo de suma magnitud para la sociedad en su conjunto”.
Para culminar, lograron imponer el concepto de sustentabilidad, cuando sostuvieron que “es fundamental que los recursos que la Argentina asignará a servir los intereses de su deuda sean compatibles con el crecimiento económico y la atención de la deuda social”.
En paralelo, y tras el éxito de la convocatoria a los empresarios, se fue consolidando un grupo de consulta de economistas afines al pensamiento del gobierno nacional, que acudían periódicamente al Ministerio de Economía para ser informados de las novedades que se sucedían con el canje.
Allí eran recibidos en los salones del quinto piso por el secretario de Política Económica, Oscar Tangelson, y en ciertas ocasiones participaban Guillermo Nielsen y hasta el propio Lavagna. Este grupo resultó de ayuda para difundir ante los medios de comunicación el pensamiento del equipo económico y la lógica del gobierno en el proceso de la operación, y frenar el impacto de ciertos intereses como los del mercado, que impregnaban diariamente los medios con especulaciones tremendistas sobre la marcha del canje.
La casi totalidad de quienes participaron de esa charlas periódicas, cada dos o tres meses, según el momento, luego ocuparían cargos clave del Ejecutivo y otros puestos del Estado durante las presidencias de Néstor y Cristina. Se encontraban Roberto Feletti (primero como titular del Banco Ciudad y luego como ministro de Obras Públicas de la ciudad bajo la gestión de Aníbal Ibarra, fue nombrado luego secretario de Política Económica y viceministro de Economía de la Nación, y ahora es diputado nacional por el Frente para la Victoria), Héctor Valle (economista heterodoxo del centro de investigación FIDE, donde trabajó junto a la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, y ahora es director de YPF), Débora Giorgi (que participaba como economista jefa de la UIA y luego fue ministra de Industria), Miguel Bein (consultor de los primeros economistas y ex funcionarios de la Alianza que se acercaron al gobierno de Néstor Kirchner, si bien ahora cultiva bajo perfil y no detenta cargos públicos), Héctor Hecker (devino titular de la Comisión Nacional de Valores, CNV), Felisa Miceli (por entonces titular del Banco Nación y luego ministra de Economía) y Miguel Peirano (también ex economista jefe de la UIA, nombrado primero secretario de Industria y luego ministro de Economía), entre otros.
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