Al año siguiente, debido a un severo recorte de fondos, el equipo de fútbol redujo la plantilla de forma tan drástica que los jugadores que quedaron disponibles debían jugar ¡en ataque y en defensa! Así, Unitas ejerció en cada partido no solamente de quarterback sino también de safety y de cornerback, y como no había más remedio se encargaba también de retornar los kick-offs. Esta situación se mantuvo inalterable durante su tercer año hasta que en el último año universitario, con una plantilla de 34 jugadores, jugó ya solo en su posición favorita.
En el draft de 1955 fue elegido en la novena ronda por los Pittsburgh Steelers, el equipo de su ciudad. En el training camp, junto con Unitas, había otros tres quarterbacks. Uno de ellos debía abandonar la plantilla. A Walt Kiesling, entrenador de los Acereros, no le tembló el pulso al señalar a Unitas como el elegido. Ser rechazado de nuevo fue una gran decepción para el joven Johnny, que tuvo que remangarse la camisa y pasar aquel año trabajando en una empresa de construcción. Su cabeza, sin embargo, seguía centrada en el fútbol. Y con razón.
Pocos meses más tarde, se presentó por fin una nueva oportunidad. Lo llamó el legendario coach de los Colts Weeb Ewbank, y Johnny no se lo pensó dos veces. El quarterback titular de Baltimore era en aquel momento George Shaw, número uno del draft el año anterior. Se esperaba que Shaw fuera el líder que llevara a los Colts, un equipo con mimbres suficientes como para optar a lo más alto. En esa primera temporada, la de 1957, en un partido contra los Detroit Lions, con la contienda decidida, Ewbank dejó que Unitas jugara unos minutos. Entró en el campo encorvado, trotando de una forma un tanto peculiar. Las primeras sensaciones que ofrecía el joven quarterback no invitaban al optimismo. Ese día lanzó un 0 de 2 y una intercepción. Fue un debut desalentador.
Dos semanas después, contra los Chicago Bears ocurrió lo impensable: Shaw se rompió la pierna y Unitas tuvo que sustituirle, esta vez para disputar minutos de verdad. Unitas entró al terreno de juego con parsimonia. Los primeros compases no pudieron ser más catastróficos. Su primer pase fue interceptado y retornado en la end zone, y, poco después, cometió un fumble. La parroquia local lamentaba el infortunio de Shaw. Semejantes desgracias hubiesen destrozado psicológicamente a muchos, pero Johnny ya había demostrado que podía soportar cualquier revés, tanto físico como emocional.
En las semanas siguientes la situación dio un vuelco de trescientos sesenta grados. Unitas jugó de manera espectacular contra Green Bay y Cleveland, y acabó la temporada con un promedio de pases completado del 55,6%, un récord para un rookie. Ya nadie pensaba en el retorno de Shaw. En su segunda campaña, la de 1958, «Johnny U» explotó definitivamente y se hizo con el trofeo de MVP. Su eclosión había sido fulgurante. Había nacido una estrella24.
Baltimore, que jamás había festejado un título en ningún deporte profesional, era considerada poco más que un lugar de paso en el trayecto entre Washington y Nueva York. Solo a mediados de los años cincuenta habían logrado los Orioles, que habían recalado en Maryland tras dejar Saint Louis25, dar alguna alegría a la comunidad local. Faltaba, sin embargo, un símbolo, un héroe, alguien capaz de situar la ciudad en el mapa deportivo profesional. ¿Y qué mejor oportunidad para hacerlo que en Nueva York? ¿Qué mejor marco que el Yankee Stadium?
Corría el año 1958 cuando Unitas llevó a los Colts al partido de Campeonato de la NFL. En el Bronx aguardaban los Giants, grandes favoritos. El combinado de Nueva York había logrado el entorchado dos años antes26 y acababa de dejar a 0 a los Cleveland Browns en la ronda divisional27. La defensa de los Gigantes, liderada por el linebacker Sam Huff, estaba jugando a un gran nivel. La misma mañana de la final el propio Huff28 se topó a la hora del desayuno con los jugadores de los Colts en el hotel de concentración. Ver allí en vivo a aquel hombre desató en los Colts un pensamiento indecente: ¿y si aquella iba a ser la tarde en la que finalmente lo destruyeran? Unas horas más tarde Unitas salió al terreno oliendo aquella hierba donde en veranos pasados habían realizado sus proezas Babe Ruth y Joe DiMaggio, y donde ahora brillaba la estrella de Mickey Mantle29. Y se inspiró.
Ambos equipos ya se habían visto las caras durante la temporada regular, con derrota de los de Baltimore, según Ewbank, porque las esposas y novias de los jugadores habían estado con ellos hasta muy tarde. Por ello, esta vez decretó que a las diez de la noche de la víspera todos los jugadores estuvieran a solas en sus habitaciones. Todos sabían que la derrota durante la temporada regular había sido por una infección de pulmón que había dejado fuera a Unitas, pero el descanso no les vino mal a los pupilos de Ewbank, que pudieron afilar aún más sus armas y convencerse de que la hazaña era posible.
Esa final de Campeonato fue un encuentro tremendamente reñido y espectacular. Los casi 60.000 afortunados espectadores vivieron una serie delirante de emociones. El resultado se mantuvo en vilo hasta el tiempo añadido. Johnny U tuvo una actuación sobresaliente en su conjunto, yendo claramente de menos a más, alcanzando el clímax en el momento cumbre, cuando lideró a los suyos en los últimos segundos del tiempo reglamentario en un drive que supuso la patada del empate. Johnny estuvo calmado, leyó las situaciones del juego de forma inmejorable y sobre todo lanzó de manera brillante, precisa, poderosa. No en vano su brazo derecho era conocido como «Golden Arm».
La victoria de los Colts 17-23 contra los Giants, sellada en la prórroga tras una carrera de Alan Ameche, supuso el primer título para Unitas que, tras aquel laurel, se convirtió en el primer quarterback reconocido globalmente. Johnny U encarnaba el prototipo de mariscal de campo moderno, amado por las masas, portando como un estandarte sobre sus hombros el orgullo de toda una ciudad. La explosión de popularidad fue acunada también por la retransmisión de la NBC, que mantuvo enganchados a 45 millones de espectadores30.
Al año siguiente, temporada de 1959, los Colts volvieron a clasificarse para el partido de Campeonato31, donde de nuevo se encontraron a los Giants de Nueva York, esta vez en el escenario amigo del Memorial Stadium32. La oportunidad de triunfar en casa, revalidando el alirón contra los enemigos de Nueva York, era inmejorable y los Colts no la desaprovecharon. Se llevaron el duelo 31-16 desatando la locura en la ciudad de Maryland. Unitas, endiosado por la multitud, era el amo y señor. Sus gestos delataban emociones intensas.
En los siguientes cursos, los resultados fueron empeorando paulatinamente hasta que la franquicia decidió prescindir de Ewbank. Para sustituirlo, la entidad fichó a un joven Don Shula, que debutaría como entrenador jefe en la temporada de 1963. Shula tendría ante sí la gran oportunidad de festejar un título cinco años más tarde, en el gran baile de 1968, la Super Bowl III, pero ya sabemos que la historia —y Joe Namath— no lo quisieron. En la campaña siguiente a aquella humillante derrota ante un equipo de la AFL, las cosas no funcionaron y el equipo no logró clasificarse para la postemporada. Carroll Rosenbloom, el volcánico presidente de la entidad, ya no se hablaba con el arisco Shula y Don se fue a los Miami Dolphins mientras los Colts elegían como sustituto a Don McCafferty, un tipo simpático y divertido, con un carácter diametralmente opuesto al de su predecesor.
Los Colts arrancaron la temporada de 1970 con una victoria ajustadísima en San Diego. En la segunda fecha se enfrentaron a los ganadores de la cuarta Super Bowl, los Kansas City Chiefs33, que literalmente destruyeron a los de Baltimore, desatando las alarmas a lo largo y ancho del estado de Maryland. En la siguiente jornada, en un partido mediocre contra los Patriots, los Colts se encontraban en situación de gestionar una ventaja. Una acción de play-action de Johnny Unitas, pese a que el entrenador le había indicado hacer cualquier cosa menos pasar el balón, finiquitó el encuentro. Unitas demostraba una vez más su personalidad. En Houston, contra los Oilers, el hombre crecido en los barrios carboneros de Pittsburgh capitaneó una remontada espectacular cuya guinda fue un pase hacia fuera que acabó en las manos de Roy Jefferson.
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