En el siguiente ataque los Jets intentaron jugar por tierra. Los de Queens eligieron cuatro carreras seguidas para Matt Snell, algo impensable en el fútbol moderno. Namath casi encajó una intercepción en el siguiente intento, pero lejos de asustarse, en un tercer down y 4 desde la yarda 48, lanzó una flecha que llegó directa al destino: George Sauer voló hacia el cielo y atrapó el anhelado ovoide. En la siguiente jugada Namath siguió apostando por Sauer con un pase rápido que no fue atajado por los pelos por la defensa de Shula y que acabó entre las manos magnéticas de Sauer. A continuación, Namath encontró a Snell por arriba. Los Jets estaban a solo 9 yardas del touchdown. Snell siguió paulatinamente ganando terreno. ¿Quién sino él para rematar ese legendario drive? Esta vez hacia la izquierda, el portentoso fullback sorteó el desesperado intento de los Colts y marcó los primeros puntos de la tarde.
Aunque faltaba muchísimo tiempo, los Colts parecían noqueados, víctimas de una gran defensa y un Namath inspiradísimo. Sin embargo, a pesar de que Namath olió sangre, los Jets no pudieron aumentar la ventaja y la primera mitad se cerró con un resonante por impensable 7-0 para los neoyorquinos. Los Colts remaban vigorosamente hacia el abismo.
En los primeros minutos de la segunda mitad, los Colts lograron tumbar a Namath, pero no pudieron evitar la patada que ponía a los Jets 10-0 arriba. Ahora había dos posesiones de diferencia. Don Shula se exasperó y ordenó a Johnny Unitas calentar, pero Morrall siguió en el campo para guiar otro ataque que no puso en aprieto a los Jets. Namath por su lado siguió pincelando pases cortos que permitían a los suyos avanzar paulatinamente. El reloj seguía corriendo y, tras otra exitosa patada, los Jets colocaron un inesperado 13-0 a su favor.
Ni siquiera la entrada de Johnny Unitas dio la vuelta a la tortilla. El primer drive del exjugador de la Universidad de Alabama acabó con un punt, una patada de despeje. Namath, imperturbable, se ajustó la corbata. Con los suyos en territorio propio consiguió un fundamental primer down con un pase rápido que atrapó Sauer. En la siguiente jugada completó el envío más largo de la tarde, gracias a la espectacular recepción del mismo Sauer, su diana favorita aquel día. El reloj seguía corriendo y se agotó el tercer cuarto: los Colts estaban ahora sí contra las cuerdas.
Y a todo esto, ¿dónde estaba Maynard? El receptor texano estaba tocado físicamente y Joe intentó solo un pase hacia él, aquel espectacular pero incompleto lanzamiento en el segundo drive. Leyendo a la perfección el tablero, Namath siguió explotando los dobles marcajes que sufría su amigo para ir alimentando a los demás receptores, que gozaban de más espacio. Los Jets acabaron el drive con otra certera patada. La defensa de Baltimore aguantó estoicamente para mantener el partido vivo, pero el ataque hubiese tenido que obrar un milagro —o varios— para darle la vuelta al 16-0 que ya campaba en el marcador.
Unitas intentó nuevamente un pase en profundidad, pero su lanzamiento, fútil y perezoso, acabó en manos de Randy Beverly, que se anticipó al receptor. La lúgubre cara de Shula describía perfectamente su estado de ánimo. El desastre de los Colts era una realidad. Los siguientes diez minutos del último cuarto sirvieron únicamente para maquillar el electrónico. Se consumaba la sorpresa más grande de la historia del fútbol americano: los Jets vencían a los grandes favoritos de forma clara (16-7), y Namath era elegido mejor jugador del encuentro.
Joe estaba en la gloria y, tras volver a Manhattan, no se le ocurrió otra cosa que abrir su propio club, al que llamó Bachelors III. Los tres solteros al que hacía referencia el nombre eran el cantante Bobby Van, su compañero de equipo Tony Abbruzzese y él mismo. El éxito del local de Lexington Avenue fue fulgurante. Todo el mundo quería ver y ser visto en el nuevo club de moda de Manhattan. Deportistas, políticos, actores, actrices y músicos de todas las variedades se convirtieron en asiduos, pero el Bachelors III también sedujo a no pocos mafiosos de la ciudad. El comisionado de la liga, Pete Rozelle, no vio con buenos ojos esa asociación con el hampa y pidió a Namath que se desentendiera del negocio. Enfurecido, Namath organizó una rueda de prensa en la que, entre lágrimas, anunció su retirada del fútbol. Tenía solo 26 años. La afición de los Jets no daba crédito. La NFL no se lo podía permitir. Un mes más tarde, Rozelle y sus abogados convencieron a Namath y la retirada quedó en nada. Namath, el rebelde de la liga, volvía al juego.
Dos años después, las dos ligas se fusionaron y tomó forma la NFL que conocemos hoy en día. Contra los vaticinios de los médicos, Namath siguió jugando más allá de aquella cuarta temporada, aunque, severamente lastrado por las lesiones, nunca volvió a competir al nivel de 1968. Con el paso de los años, Broadway Joe se ha convertido en uno de los jugadores más queridos en la historia de una franquicia que, tras derrotar a los Colts de Shula, ya no ha vuelto a ganar el título.
EL SUAVE CLIMA DE MIAMI no converge en absoluto con el fiero y tenso estado de ánimo que corre y se eriza en las almas colectivas de ambos contendientes. Al sol ardiente que domina el cielo purificador de la Florida, dulcemente mitigado por la brisa marina, se contrapone la ansiedad y tensión de Baltimore Colts y Dallas Cowboys. Ambas franquicias están a punto de medir sus fuerzas en la Super Bowl V. Domingo 17 de enero de 1971. Un día capicúa para todo el planeta excepto aquí.
El mítico Orange Bowl de Miami, ubicado en Little Havana, el barrio de los exiliados cubanos, ya había sido testigo de la destrucción de los Baltimore Colts a manos de los Jets en la Super Bowl III. Guiados por el veterano Weeb Ewbank desde el banquillo y por Joe Namath en el césped, los de la herradura en el casco tuvieron que rendirse a la humillación de ser el primer equipo de la NFL en perder contra el contendiente de la mucho menos glamurosa, y peor considerada, American Football League. Aquella hecatombe provocó un terremoto que en pocos meses sacudió completamente el panorama de la NFL.
Para el arranque de aquella temporada de 1970 que hoy se clausuraba, la fusión de la NFL y la AFL había dado paso a la estructura actual de la NFL: un draft único para todas las franquicias y el mismo número de equipos repartidos entre dos conferencias, NFC y AFC. A raíz de la fusión, algunos conjuntos de la National Football Conference pasaron a la American Football Conference. Aquel había sido el caso de los Colts de Baltimore.
La estrella del equipo de Maryland es el quarterback Johnny Unitas, que a sus 37 años sigue en búsqueda de su primer anillo de campeón de la Super Bowl, galardón que supondría el broche de oro a una trayectoria legendaria. Nacido en Pittsburgh en 1933, cuando el país empezaba a recuperarse lentamente de la Gran Depresión, Unitas pasó su infancia en Mount Washington, un barrio crecido a lo largo de la ribera sur del Río Monongahela, tradicionalmente dedicado al carbón. De ascendencia lituana, su apellido era Jonaitis, pero al llegar sus abuelos a Ellis Island el apellido había sido americanizado por el oficial de inmigración. Adiós Jonaitis, hola Unitas. Su padre, el señor Francis Unitas, lo dejó huérfano cuando solo tenía cuatro años, y su madre tuvo que buscarse dos empleos para que la familia pudiese seguir adelante. La ética de trabajo y el carácter duro como el hierro de Helen Unitas (Superfisky de soltera) hicieron mella en el joven Johnny.
En la escuela secundaria, Johnny Unitas jugaba ya de quarterback, aunque ocasionalmente también lo hacía de running back, algo que le ayudó a la hora de conectar con sus corredores en toda su carrera. De adolescente soñaba con ponerse el casco de los Fighting Irish de Notre Dame23 e incluso llegó a presentarse a una prueba, pero se topó con el juicio inapelable del entrenador Frank Leahy: «Este chico es demasiado flaco, si lo meto en cancha lo van a matar». Rápidamente, Unitas supo transformar la frustración en energía positiva y pronto encontró la oportunidad de jugar como quarterback en la Universidad de Louisville, donde debutó como titular en la quinta jornada de la temporada de 1951. No tardó mucho en exhibir su talento: completó 11 pases seguidos y consiguió 3 touchdowns en un partido contra Saint Bonaventure. Aquella temporada, Louisville ganó cuatro de los cinco partidos en los que Unitas jugó de inicio, y perdieron cuatro de los cinco en los que no fue titular.
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