Durante el último año de liceo le llovieron ofertas de equipos de la Grandes Ligas de béisbol. Su gran sueño era lucir la camiseta de los Pittsburgh Pirates, el equipo de sus amores, liderado por el admirado Roberto Clemente18, amo y señor de la Ciudad del Acero en aquellos años. Sin embargo, la oferta más ventajosa fue la de los Chicago Cubs. Namath estaba muy ilusionado, pero su madre le prohibió aceptar un contrato profesional porque debía matricularse en la universidad. Tras la negativa, muchos ateneos intentaron recrutarlo, pero finalmente Joe optó por la Universidad de Alabama, que ya había forjado a dos de los más grandes quarterbacks de todos los tiempos: Bart Starr y su ídolo Johnny Unitas.
Recién llegado al Sur profundo, encontró un ambiente muy distinto al de su Pennsylvania natal. Acostumbrado a la convivencia interracial, le impactó la estricta segregación que se respiraba en Tuscaloosa19. Su carácter díscolo le causó una suspensión al ser pescado consumiendo alcohol desaforadamente en una fiesta. Pero su talento descomunal enamoró a los aficionados locales y llevó a los Crimson Tide al título nacional20. Las puertas del fútbol profesional se le abrieron de par en par.
Sus primeros tres años como profesional en Nueva York fueron un juego de todo o nada. Se convirtió en el primer quarterback en lanzar más de 4000 yardas en una temporada, pero también fueron habituales las intercepciones. Nunca se puso en discusión su talento. El debate siempre giró entorno a la regularidad y efectividad de su juego.
Guapo y listo, encantador y peculiar, pronto se dejó seducir por la deslumbrante vida de Nueva York, y la sedujo a ella también: Namath copaba portadas y rodaba anuncios como el más experimentado de los actores. Se le podía ver cenando en Toots Shor’s, el famoso restaurante de la calle 51, con su legendaria barra circular en la que se habían sentado todos los grandes: de Sinatra a Hemingway, de Judy Garland a Yogi Berra. Su personalidad y juego convirtieron los partidos en el Shea Stadium, el nuevo recinto construido en el barrio de Queens que los Jets compartían con los Mets, en efervescentes eventos populares. Cuando estaba lesionado, en el banquillo solía lucir un fulgurante abrigo de visón blanco y unos excéntricos pantalones rojos que anticiparon la moda de los años setenta. Era el rey de la ciudad que nunca duerme. Y Namath no perdía el tiempo. Fue un asiduo de la mítica sala de bailes Copacabana —el lugar donde en 1957 Berra, Mantle y otros jugadores de los Yankees se habían enzarzado en una pelea con un tipo que había soltado insultos racistas a Sammy Davis Jr.— y del P.J. Clarke’s, un pequeño bar-restaurante de la calle 55 apreciado también por Nat King Cole y Buddy Holly, por no hablar del Pussy Cat, el antro donde las bailarinas del Copa acababan sus noches. Joe era tan mujeriego o más que Mick Jagger, aunque no le gustaban las citas. «Soy más de salir y ver lo que me encuentro», decía. En la cancha todos los defensores querían romperle las piernas, pero él, dotado de una inquebrantable confianza en sí mismo y un brazo extraordinariamente rápido, no tenía miedo a nada. Weeb Ewbank, su entrenador, sabía que tenía entre manos a un auténtico diamante.
En la primera semana de la temporada 1969, la cuarta de Namath como profesional, los Jets se enfrentaron a los Chiefs. Los de verde y blanco ofrecieron una tarde para el recuerdo y ganaron gracias a tres espectaculares pases de Namath hacia Maynard, desafiando descaradamente a la secundaria de los Chiefs, una de las más respetadas de la liga. En la segunda semana, la ofensiva de los Jets destruyó a los Patriots. La irregularidad seguía siendo, sin embargo, el peor enemigo de Broadway Joe. Tras dos actuaciones inmejorables, los neoyorquinos volvieron a la tierra. En Buffalo, ante los Bills, uno de los equipos más flojos de la liga, ¡las casas de apuestas les concedían 19 puntos de ventaja! Pero Namath lanzó muy mal y provocó cinco intercepciones, dos de las cuales acabaron en touchdown. Durante aquel encuentro, el jugador de los Jets Gerry Philbin acabó hundido. El exjugador de la Universidad de Buffalo tenía la fecha señalada en su calendario ya que los Bills lo habían descartado en el draft de 1964. Fue este defensive tackle quien antes del arranque de la temporada regular convenció a sus compañeros de que eligieran a Namath como capitán para que, de este modo, empezara a mostrar más liderazgo y a calibrar mejor los riesgos que tomaba sobre el terreno de juego. Philbin estaba convencido de que si mejoraba en esos aspectos, Namath era el tipo de jugador que podría llevar al grupo a lo más alto. Pero todo quedó en el aire tras el nefasto domingo en Buffalo: la derrota agudizó aún más las dudas sobre la solidez de Joe Namath.
La semana siguiente los Chargers de San Diego visitaban el Shea Stadium. Era el estreno del equipo en casa porque los Mets de béisbol habían ocupado el estadio durante las primeras tres jornadas. San Diego defendía una ventaja de 4 puntos en los últimos cinco minutos y Namath se encontraba en búsqueda del drive ganador. Los Jets se acercaron a la línea de touchdown, pero tras tres intentos no lograron derribar el muro visitante. Finalmente, en el cuarto intento Emerzon Boozer21 se lanzó como un obús sobre la defensa de los Chargers logrando el touchdown que les ponía por delante. Al conjunto californiano le quedaban poco menos de dos minutos. Se acercaron hasta las 30 yardas. No conformándose con la patada del empate, quisieron ir a por la victoria, pero la defensa neoyorquina se mostró inabordable y logró interceptar a los Chargers. Los Jets regresaban a la senda ganadora.
El domingo siguiente, en Denver ante los Broncos, Joe volvió a las andadas lanzando cinco intercepciones, pero tuvo la posibilidad de redimirse, de nuevo gracias al gran trabajo defensivo. En la última jugada, sin embargo, su pase rumbo a la end zone se estrelló contra el travesaño de los palos, que entonces estaban en medio de la zona de touchdown, y el ovoide acabó volando en una extraña parábola hacia la grada. Esta segunda derrota desató un fuerte debate dentro del vestuario del cual el equipo salió fortalecido. La cuestión era lograr que Namath se quitase de encima la presión, fundamentalmente autoinfligida. Sus compañeros hicieron un intenso trabajo mental con su capitán. La lección era clara: no tenía que hacerlo todo él solo.
En la sexta jornada, contra los Houston Oilers, se disputó otro partido muy reñido. Los Jets, que perdían por un punto, tenían la última posesión y Namath recuperó su mejor versión. Orquestó un impecable drive de 80 yardas que acabó con el acarreo ganador de Matt Snell. En la siguiente jugada los Jets provocaron un fumble que cerró definitivamente la contienda. La mejor defensa de la NFL continuó forzando turnovers y los Jets destruyeron a los malheridos Patriots la siguiente semana, a los Miami Dolphins en la semana ocho y finalmente se tomaron la revancha de la derrota en Buffalo arrasando a los Bills en Queens. Las cuatro victorias consecutivas después de caer en Denver tenían un denominador común: Namath no había superado las 200 yardas y no había lanzado un solo touchdown en aquellos encuentros. Esto es, supo sacrificar sus números personales por el bien del equipo. Al parecer no era tanto una cuestión de brazo, sino de cabeza.
En la semana diez los Jets viajaron a Oakland para medirse a los Raiders, con quienes mantenían una enconada rivalidad. El año anterior el fornido defensa Ike Lassiter había roto la mejilla a Joe Namath, quien a pesar de todo continuó jugando para no darle una satisfacción a su marcador. En el último cuarto del partido, el muchacho de Beaver Falls se puso el esmoquin y pinceló un par de pases antológicos para su receptor favorito, Maynard: primero con una trayectoria de 47 yardas que dejó sin aliento al Coliseo de Oakland, y después completando la obra maestra de la noche con un lanzamiento que cubrió la mitad del campo y puso a los suyos con ventaja en el marcador. Lejos de arrodillarse, Oakland anotó un touchdown tras un memorable drive de 88 yardas, pero poco después Jim Turner, pateador de Nueva York, anotó tres puntos que pusieron a los Jets de nuevo arriba en el marcador a falta de 65 segundos. Eran las 7 de la tarde cuando la cadena NBC, en su emisión para el Este de Estados Unidos, cortó repentinamente la señal desde Oakland y lanzó en emisión la película Heidi . Sí, Heidi . A todos los aficionados de la Costa Este les fueron negados los últimos instantes del encuentro a cambio de ver a la pequeña Heidi correteando por bucólicos parajes alpinos.
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