DE ESCANDINAVIA AL MAR NEGRO
En 1973 moría Gustavo VI Adolfo de Suecia. Fue el último monarca sueco en ostentar el título de Dei gratia, suecorum, gothorum et vandalorum rex , esto es, «por la gracia de Dios, rey de los suecos, los godos y los vándalos». Este era el título tradicional de la monarquía sueca desde los lejanos días en que Olaf Skötkonung (995-1022), hijo de Erico el Victorioso y segundo rey de Suecia, comenzó la larga y difícil cristianización de su belicoso, diverso y complejo reino norteño. En ese reino habitaban los götar o gautas, los godos. Su tierra se denominaba y aún se denomina, Götaland, y se hallaba dividida en muchos señoríos y reinos menores agrupados en dos entidades mayores: Vestrogotia, literalmente, Gotia del Este, y Ostrogotia, esto es, Gotia del Oeste. Al norte de Götaland estaba Sveeland (Svealand), el país de los sveear , es decir, de los suecos propiamente dichos, y al sur se extendía Escania, que formaba parte de Dinamarca y que continuó formando parte de ella hasta el siglo XVII.
A lo largo de toda la Edad Media y hasta tiempos recientes, los habitantes de Götaland, los gautas o götar , han sido considerados y se han considerado a sí mismos descendientes directos de los primitivos godos. Esta identificación de los götar con sus supuestos antepasados godos es tan antigua que se puede remontar, como mínimo, al siglo VIII, cuando parece haberse configurado de forma definitiva el poema épico anglosajón conocido como Beowulf . Un héroe que, recuérdese, aparece en dicho poema como rey de los gautas/godos. 1 Esa temprana y general identificación entre gautas/godos y suecos se prolongó e intensificó a lo largo de todo el Medievo y hasta tal punto que en el Concilio de Basilea de 1431-1438, veremos a los delegados suecos discutir con los castellanos sobre quien de entre ellos, suecos o castellanos, tenía más derecho a atribuirse el título de descendientes de los antiguos godos. Todavía en pleno siglo XVII la idea de que suecos y españoles tenían sus antepasados comunes en los godos era tan fuerte que el diplomático español Diego de Saavedra Fajardo escribió en 1646 una erudita obra: Corona gótica, castellana y austriaca políticamente ilustrada , 2 cuyo propósito era facilitar un acercamiento entre las delegaciones española y sueca durante las negociaciones que, al cabo, darían como fruto la Paz de Westfalia de 1648.
Pero ¿qué hay de cierto en la identificación entre los gautas/ götar de la Suecia altomedieval y los primeros godos?
Jordanes, en sus Getica , obra escrita hacia el año 551, afirma que era de Escandinavia desde donde habían partido los godos y que allí estaba su cuna. 3 Si se lee bien el relato de Jordanes, se advertirá que no retrata a la Escandinavia de alrededor del año 100 a.C. que presuntamente vio surgir de sus ásperas tierras y dilatados bosques a los primitivos godos, sino que dibuja el panorama de la Escandinavia de su tiempo, mediados del siglo VI. En efecto, Jordanes coloca en las tierras árticas a los misteriosos adojit y al sur de ellos a los escrerefenos «que no comen grano, sino que se alimentan con la carne de las fieras y con los huevos de las aves». Un pueblo que se suele identificar con los lapones o con los fineses y que también señalan Procopio y Pablo Diácono. 4 A continuación, Jordanes nos habla de los sueanos, esto es, los sveear o suecos propiamente dichos. De ellos nos dice que criaban excelentes caballos y que comerciaban con pieles finas de un preciado color negro azulado que hacían llegar a los romanos, es decir, a Bizancio, a través de muchos intermediarios. Tras los sueanos se señala a multitud de tribus, llegando así a los gautigodos, de quienes dice que son una «raza de hombres fieros, siempre dispuestos a combatir». Tras los gautigodos estarían, hacia el sur y el oeste, los ostrogodos y los greoringos/ottingis «que viven en refugios excavados en las rocas como si fueran fieras salvajes». Y aún más al sur habitaban los otsuétidas y los daneses, pueblos de «elevada estatura» y tan fieros que habían expulsado de sus tierras a los belicosos hérulos septentrionales. 5 En fin, Jordanes cita también a otros muchos pueblos hasta finalizar su exhaustiva y escandinava descripción con los ranios, a todas luces una subdivisión de los hérulos. 6
La lista anterior es desconcertante y lo sigue siendo pese a los intentos del hipercriticismo de algunos arqueólogos e historiadores; y, lo es, porque ofrece información que podemos contrastar con otras fuentes históricas y porque algunos datos, los nombres de pueblos como los gautigodos, los ostrogodos y los greoringos/ottingis, parecen reforzar la creencia de que los götar o gautas de la Suecia medieval eran, en efecto, un resto de los primitivos y originales godos que, surgiendo de la fría y salvaje isla de Scandza, o Escandía –así se llamaba a Escandinavia y no ha de confundirse con la isla de Götaland como sucede con frecuencia–, migraron hasta los dilatados pantanos y bosques que se extendían entre las tres bocas en las que el Vístula se dividía al desembocar en el mar Báltico, en las costas de la actual Polonia, en algún momento entre el comienzo y el final del siglo I a. C.
La identificación de los gautigodos recogida por Jordanes hacia el año 551 con los gautas/godos del poema Beowulf , escrito unos doscientos años más tarde, parece ineludible, y no solo porque las sagas y poemas nórdicos y anglosajones sitúen en los siglos V y VI a los héroes de los gautas/godos, sino porque Procopio, plenamente contemporáneo, que escribió hacia el 552 y describió Escandinavia, de la que tenía informes directos, sitúa a los gautos/gautas en el mismo lugar en el que Jordanes coloca a los gautigodos y ese lugar es idéntico al que el poema Beowulf adjudica al pueblo del héroe. Es evidente que los gautos de Procopio son los gautigodos de Jordanes y la similitud del etnónimo y de la ubicación geográfica solo puede apuntar en la dirección de los gautas/godos del poema Beowulf , lo que el propio Procopio refuerza y aclara en otra de sus obras, en la que nos informa de que los godos provenían de Escandinavia en donde habían morado con sus parientes, vándalos y gépidos. 7
Pero ¿nos permite lo anterior establecer también una conexión, siquiera tenue, entre esos etnónimos y los godos que aparecieron en las fronteras romanas en el siglo III de nuestra era? Y también ¿qué valor pueden tener las noticias de Jordanes, el cual apoyaba sus informaciones en las de otros historiadores, en especial, Casiodoro, pero también Ablavio y Dexipo, así como en los cantos y relatos orales que los godos aún conservaban en la primera mitad del siglo VI? 8 Dicho de otro modo y resumiéndolo en una sola pregunta: ¿podían los godos del siglo VI tener noticia cierta de su origen escandinavo?
Sí, podían. Procopio, contemporáneo de Jordanes, nos recoge una curiosa historia que así lo demuestra. Veámoslo.
En tiempos de Procopio, un fuerte contingente de hérulos se hallaba asentado como federados del emperador Justiniano en la región danubiana en torno a Singidunum, la actual Belgrado. Habían llegado allí entre el 509 y el 510 tras haber sido derrotados en Panonia, la actual Hungría, por los longobardos. Sin embargo, no todos los hérulos habían decidido instalarse al sur del Danubio y en territorio romano. En efecto, Procopio señala a dos bandas que se desgajaron del cuerpo principal: la primera de ellas marchó hacia el oeste y el sur para luego dividirse de nuevo e instalarse unos junto a los ostrogodos de Italia y otros junto a los rugios del Nórico, la actual Austria; la segunda banda original, la que nos interesa, emprendió una «larga marcha» que desde Panonia los llevó hacia el norte a través de las selvas y pantanos que habitaban los esclavenos, esto es, los eslavos, hasta alcanzar la costa báltica en el país de los varnios, en lo que hoy sería Pomerania y Mecklemburgo, en las fronteras norteñas de Alemania y Polonia. No se quedaron allí, sino que, conducidos por caudillos de la familia real, esta banda de hérulos cruzó el Báltico hasta la tierra de los daneses y llegó al territorio de los hérulos del norte, sus parientes y los mismos que señalaba, recordémoslo, Jordanes. Allí se instalaron, junto a los gautas/godos. Pero nuestra historia no termina con la dispersión de los hérulos de Panonia. Años más tarde, en el 538, los hérulos que se habían asentado en territorio romano, junto a Singidunum y que servían como federados del imperio, asesinaron a su rey. «Les pareció una buena idea» nos dice Procopio, pero al poco se arrepintieron y como no se ponían de acuerdo para nombrar un nuevo monarca, decidieron enviar una embajada a sus lejanísimos parientes de Escandinavia, los mismos que, casi treinta años atrás, habían decidido dirigirse al lejano norte para volver a instalarse junto a los restos de su pueblo que, unos cuatrocientos años antes o más, habían decidido quedarse en Escandinavia. Pues bien, la delegación hérula, formada por una pequeña banda guerrera, abandonó su territorio en torno a Singidunum, atravesó media Europa, alcanzó el Báltico, lo cruzó y llegó a las tierras de los daneses, desde donde penetraron en las tierras de sus parientes, a la sazón, recordémoslo, habitando junto a los gautas/godos en lo que hoy sería la región histórica sueca de Götaland.
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