1 ...7 8 9 11 12 13 ...39 La ganadería no paliaba la escasez de alimentos que proporcionaban los cultivos, pues la falta de forraje para el invierno limitaba la estabulación de ganado y obligaba a sacrificar al final del otoño a la mayoría de los animales para así asegurar la supervivencia de los reproductores, por lo que las cabañas ganaderas no eran muy numerosas. Vacas, cerdos, cabras, ovejas y caballos constituían el grueso de los animales domésticos.
En fin, la caza seguía ocupando un importante puesto como fuente de proteínas y, a menudo, tras una mala cosecha, para un poblado podía significar la diferencia entre la muerte por inanición o la supervivencia. Los ciervos y los jabalíes eran las principales piezas de caza y el abatimiento de un caballo salvaje, con sus 300 a 500 kg de carne, de un alce, con sus más de 500 kg, o mejor aún, de un uro o de un bisonte, que podían representar 1000 kg de carne, podían asegurar el consumo de toda una aldea durante muchos días.
Por supuesto, este tipo de economía no permitía que las aldeas contaran con artesanos especializados. Se desconocía la fabricación de la alfarería con torno y con piezas bien cocidas que en el Mediterráneo era norma desde hacía muchos siglos y los germanos de comienzos de nuestra era tenían que conformarse con rústicas vajillas hechas a mano y muy frágiles. Lo mismo ocurría con los adornos y los demás lujos y objetos de prestigio: o procedían del mundo romano y se obtenían mediante el comercio del ámbar, los esclavos, las pieles, etc. o se robaban en incursiones al otro lado de la frontera. Aun así, la inmensa mayoría de los adornos de este periodo encontrados en los yacimientos arqueológicos son de bronce, mas son escasos los de plata y casi inexistentes los de oro.
Las armas eran, asimismo, muy deficientes. La mayoría de los germanos del siglo I no llevaban ni yelmo, ni armadura de ninguna clase, ni portaban espadas de larga hoja, ni lanzas pesadas, sino que tan solo se protegían con escudos de madera de sauce o de aliso, y esgrimían ligeras lanzas de estrecha y afilada hoja, aptas tanto para ser arrojadas como para ser blandidas, llamadas frámeas, o bien se contentaban con venablos cortos, aún más ligeros, llamados bebras. 20
Así que podría decirse que la pobreza en el vestir, en el comer y en el guerrear era la tónica de la vida en la Germania Libera.
Mas todo comenzó a cambiar con la consolidación de las fronteras romanas del Rin y del Danubio Superior y Medio. La instalación de decenas de miles de legionarios y auxiliares, unos 120 000 en el siglo I de nuestra era desplegados entre el mar del Norte y lo que hoy sería Austria, significó una demanda imparable de bienes de consumo y eso dinamizó la economía de las tribus ribereñas y, poco a poco y por extensión, la de las que se hallaban inmediatamente tras ellas. La plata romana comenzó a circular entre las aldeas germanas del oeste y con la plata, nuevos cultivos y, sobre todo, nuevas técnicas de agricultura. Esto último fue decisivo. Comenzaron a usar un arado más pesado y dotado de cuchillas y reja de hierro de estilo romano. Con este tipo de arado, los aldeanos germanos podían revolver la tierra y arar más profundo y, con ello, labraban más campos y aseguraban su fertilidad por más tiempo a la par que incrementaban su rendimiento. A ello se vino a sumar el uso del estiércol de los ganados para abonar los campos y la introducción de un sistema de rotación que introducía en el ciclo trienal de cultivo a una segunda planta: trigo el primer año y cebada, avena o leguminosas el segundo, por ejemplo, o cebada el primer año y centeno o heno el segundo, etc., por lo que los campos pasaban de tener que estar dos años en barbecho a uno solo. Ahora las aldeas de la Germania Libera podían extender sus campos y, sobre todo, mantenerlos productivos, no solo por un par de generaciones, sino de manera indefinida.
El crecimiento exponencial de la productividad agrícola incrementó a su vez la población. Las aldeas pasaron de ser pequeños asentamientos de unas pocas decenas de chozas que, tras cincuenta o sesenta años tenían que ser abandonadas, a transformarse en grandes poblados permanentes que podían albergar no ya a unas decenas o a unos pocos centenares, sino a millares de individuos.
Fue toda una revolución económica y demográfica que para el año 100 había transformado a las tribus situadas entre el Rin y el Elba y que, hacia el 150 llegó al Óder, sin haber alcanzado las tierras del Vístula, las que habitaban las tribus godas, hasta aproximadamente el año 200. De modo que mientras que entre las tribus occidentales la riqueza y la población crecían sin parar y con ello se daba paso a una transformación social y política de la que hablaremos más tarde, las tribus de los gotones/godos señaladas por Plinio, Tácito y Ptolomeo seguían sometidas a unas condiciones de vida mucho más duras y limitadas tal como evidencian las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en asentamientos de las culturas de Wielbark y de Przeworsk, con sus diminutas y pobres aldeas del siglo II.
Es importante que tengamos muy en cuenta lo que acabamos de exponer más arriba y que, en consecuencia, saquemos la inevitable conclusión: la migración de los godos y de otras tribus orientales como los vándalos, los longobardos o los burgundios no estuvo provocada por una explosión demográfica. No, lo que impulsó a estas tribus orientales a migrar fue precisamente la atracción irresistible que sobre ellos ejercía la riqueza que bullía, por así decirlo, entre sus parientes más afortunados del occidente y del sur. Dicho de forma más clara: los vándalos y longobardos que participaron en las guerras marcomanas de Marco Aurelio y Cómodo (165-189) buscaban mejorar su vida y obtener, cuanto menos, lo que ya poseían los marcomanos y cuados.
Figura 4:Prototipo temprano de sax hallado en Herzsprung (Brandeburgo) y fechado en el siglo III o IV. El sax , daga o espada corta de hierro, será una de las armas características de la mayoría de los pueblos germanos durante el periodo de las migraciones y la Alta Edad Media.
Pero ¿y los godos? ¿Por qué no se sumaron a sus vecinos vándalos, burgundios y longobardos y emigraron hacia el sur y el oeste para buscar nuevas oportunidades en el Dorado del limes romano? ¿Por qué tomaron una ruta de migración distinta que los llevaba hacia el sur y el oriente y que no los puso en contacto con las fronteras romanas hasta la década del 230? Pues porque los godos se sintieron atraídos por otro «foco de riqueza»: Oium. Sí, así era como los godos llamaban a las riquísimas tierras de la Escitia o Sarmatia que se desplegaban desde las laderas de los Cárpatos orientales hacia los valles del Bug y el Dniéster y hasta las dilatadas estepas pónticas del Dniéper y el Don 21 y que grosso modo se corresponden con lo que hoy son Moldavia, Ucrania, el sur de Rusia y el este de Rumanía. Jordanes resalta la riqueza de estas tierras y cómo ejercieron su atracción sobre los emigrantes godos, los cuales quedaron «sorprendidos por la riqueza de estas regiones». En efecto, la Oium gótica, la tierra que griegos y romanos conocían como Escitia o Sarmatia, era rica de verdad. De hecho, sus tierras negras y grasas son las más fértiles de toda Europa, pero aquel país era también tierra de próspero comercio. Pues siguiendo el curso de sus grandes ríos, Bug, Dniéster, Dniéper, Prípiat y Don arriba y Vístula, Niemen y Dviná occidental abajo, los comerciantes de las pujantes ciudades del reino grecoescita del Bósforo Cimerio, intercambiaban productos de origen mediterráneo y oriental por el ámbar, las pieles finas y los esclavos de las regiones bálticas.
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