José Soto Chica - Los visigodos. Hijos de un dios furioso

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José Soto Chica, el autor del exitoso
Imperio y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, regresa con un volumen que aborda una época crucial en la historia de España, el tiempo que hace de bisagra entre la Antigüedad y el Medievo, el tiempo del primer reino que se enseñoreo sobre toda la península ibérica, el tiempo de los visigodos. Rastreando los nebulosos orígenes de los godos en Escandinavia, el libro acompaña a estos en una migración que los llevó a penetrar en el Imperio romano, a saquear por primera vez en siete siglos la Ciudad Eterna y a asentarse, por fin, en la Península.
Los visigodos. Hijos de un dios furioso explica cómo ese viaje convierte a los visigodos en un pueblo mestizo, impregnado de romanidad, un mestizaje y una romanidad que se acentuaron en Hispania, constituyendo la fértil semilla que la marea islámica no pudo agostar y que luego germinará con los primeros reinos cristianos, verdaderos epígonos espirituales del reino de Toledo. Si san Isidoro, el más destaco intelectual visigodo, cantaba «¡Tú eres, oh, España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras, en tu suelo campea alegre y florece con exuberancia la fecundidad gloriosa del pueblo godo!», en José Soto encontramos su digno continuador, que aúna al exhaustivo conocimiento del periodo una prosa ágil y capaz de transmitir toda la épica que tuvo
un Alarico poniendo de rodillas a Roma o un
rey Rodrigo defendiendo su reino en Guadalete, hasta el fin.

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La victoria le mereció a Claudio II el sobrenombre de Gothicus (el Gótico). Sería el primer emperador romano en ostentar dicho título y con ello y tras más de treinta años de combates feroces, los godos ascendían a la «primera división» de los enemigos de Roma.

Y, sin embargo, pese al gran triunfo de Naissus, los godos invasores aún no habían sido exterminados del todo. Muchos habían logrado zafarse de Claudio II y sus huestes. Dispersándose, huyeron hacia el sur y se dedicaron a saquear Macedonia, Tesalia y Grecia Central. Tras volver a ser rechazados en Tesalónica, un gran número de bandas de godos y hérulos se reunió frente a Atenas y, esta vez, en su cuarto intento por tomar la ciudad desde el año 254, lograron quebrantar la defensa y entrar en la ciudad. La Estoa de Átalo II fue incendiada y también la Academia, el Areópago, la Biblioteca de Adriano y otros importantes edificios. Los godos pronto perdieron el control y se enfrascaron en el pillaje y la matanza. Zonarás, que recogía textos hoy perdidos para nosotros, relata que un grupo se dedicó a reunir los libros de las bibliotecas de la ciudad para prenderles fuego. En cualquier caso, los bárbaros no advirtieron que los atenienses, bajo la dirección del ingeniero militar Cleodamo, habían recobrado el valor y recompuesto sus filas y que caían sobre ellos en un devastador contraataque combinado que, desde la Acrópolis y desde el mar, pues muchos ciudadanos se habían refugiado en Salamina, los rodeó y aplastó ocasionándoles muchos muertos y obligándoles a huir de Atenas.

Incapaces de tomar ninguna otra ciudad griega, los godos siguieron sembrando el terror en los campos de la Hélade. En su auxilio acudió la caballería romana capitaneada por Aureliano. Muy despacio fue limpiando de enemigos las tierras de Grecia y Tesalia y obligó a los godos a reunirse de nuevo y tratar de escapar hacia Tracia.

Para ese entonces, los bárbaros estaban agotados y al borde de la inanición. Al respecto Zósimo nos dice: «A medida que marchaban, extenuados por el hambre, pues carecían de víveres, iban pereciendo tanto ellos como sus animales». Trataron de pasar el monte Hemo y alcanzar el Danubio, pero una vez más Claudio II los interceptó. La batalla librada entonces contempló la desesperación de los godos y la desesperación les dio fuerzas para resistir. Por el contrario, la falta de coordinación entre la caballería y la infantería casi propició la derrota de los romanos que no se consumó gracias a la oportuna carga que Aureliano lanzó con sus jinetes.

Sin embargo, la batalla se podía dar por terminada en tablas. Los godos habían resistido en el campo de batalla, pero se morían de hambre. Aureliano fue encargado de seguir acosándolos, cosa que el dux equitum hizo con maestría atacando una y otra vez a las partidas de forrajeadores godos y acosando a sus bandas y campamentos hasta lograr copar a un gran número y obligarlos a rendirse a finales del verano del 270. Docenas de miles de mujeres, niños y hombres bárbaros fueron vendidos como esclavos o asentados como colonos en Mesia en donde pasaron a ser llamados mesogodos: «El que antes era godo se convirtió en colono del limes bárbaro. No hubo región alguna que no dispusiera de esclavos godos». Además, las fuentes destacan la enormidad del botín hecho y en concreto el increíble número de caballos, bueyes, ovejas y cabras. En fin, el Imperio no solo obtuvo esclavos, colonos y botín, sino también soldados, pues miles de guerreros godos fueron alistados en el ejército romano.

En cuanto a los godos y hérulos que se habían echado al mar y puesto proa a las Cícladas, atacaron estas islas y asaltaron, asimismo, Creta y Rodas. Pero sus correrías no tuvieron mucho éxito, pues las ciudades estaban ya prevenidas y habían restaurado sus murallas y ello a la par que la flota romana, dirigida por el prefecto Probo, los acosaba de continuo. Al cabo, regresaron a tierra y trataron de unirse de nuevo a sus tribus y así, al igual que estas, se vieron obligados a rendirse a Aureliano.

Estas nuevas victorias sobre los invasores no pudieron ya ser paladeadas por Claudio II el Gótico, ya que en julio contrajo la peste y la enfermedad lo mató en agosto de ese mismo año en Sirmio. 49

Tras la «inevitable» lucha por el trono, Aureliano, el victorioso dux equitum , se hizo con el Imperio y encaró la terminación de la larga y dura guerra gótica. Nuevas bandas y grupos cruzaban el Danubio para sumarse a los supervivientes de los desastres de los años 267 a 270. Algunos atacaron sin éxito Panonia Inferior, en donde fueron rechazados sin mucho esfuerzo, pues los romanos habían tomado la medida a los bárbaros y Aureliano ordenó a las ciudades y fortalezas que recogieran tras sus murallas todas las vituallas y abastecimientos. Privados de alimento y con los pobladores resguardados tras unas defensas que eran incapaces de asaltar, los bárbaros se vieron pronto sometidos al azote del hambre y, acosados por la caballería romana, repasaron al cabo el Danubio y solicitaron la paz. Pero el grueso de los godos se había concentrado en Tracia y Mesia Inferior en donde asaltaron Anquíalo y Nicópolis. Aureliano, a quien los soldados romanos llamaban «Aureliano, espada en mano», los derrotó y los persiguió hasta más allá del limes , cruzando el Danubio y llevando la guerra al Barbaricum . En el verano del año 271, el emperador aplastó a una alianza bárbara encabezada por el rey godo Canabaudes y puso con ello fin a la larga guerra gótica, obligó a los bárbaros a solicitar la paz y se alzó con el título de gothicus maximus , un título que tenía en mayor estima que el de carpicus maximus , que también le confirió el Senado y que muestra que, para esta fecha, 271, eran ya los godos el pueblo más temido por Roma en su frontera danubiana. Es posible que el jefe godo derrotado por Aureliano, Canabaudes, fuera también el cabecilla principal de la gran invasión del 268. 50

Sin embargo, las victorias de Aureliano sobre los godos no impidieron que el emperador reconociera en el 271 de iure y de facto que Dacia, la Dacia conquistada por Trajano, estaba definitivamente perdida. 51 Y es que Aureliano, enfrentado a una invasión alamana en Retia y al desafío de Zenobia, la viuda de Odenato que acababa de conquistar Egipto y someter casi toda Asia Menor, no contaba con tiempo, ni con fuerzas para reconquistar Dacia. Se limitó, pues, a guarnecer bien el limes danubiano y a conformarse con mantener al otro lado a los godos, trasladando al sur del río a docenas de miles de civiles romanodacios y fundando para ellos una nueva Dacia entre las dos Mesias: Dacia Aureliana.

El emperador fue el primero desde los días de Gordiano III (238-244) que logró mantener el orden en los Balcanes y restablecer la seguridad en las costas del mar Negro. Su capacidad se demostró de forma fulgurante en el aplastamiento del Imperio de Palmira que sometió por completo, restaurando así el Oriente romano y en la sumisión, asimismo, completa del Imperio galo que fue reintegrado al Imperio. Al llegar el año 275, la gravísima crisis que se abrió con la muerte de Decio ante los godos, 251, y la captura de Valeriano por los persas, 260, se había superado y Roma volvía a ser fuerte y a estar unida bajo un solo emperador.

Cuando Aureliano celebró sus triunfos en Roma no solo arrastró tras de sí a la bella Zenobia y al entregado emperador galo Tétrico, sino también a muchos jefes godos y, para delirio de los espectadores romanos, a diez mujeres godas que, capturadas durante los combates con las armas en la mano y vestidas como guerreros, marchaban tras su vencedor encabezadas por un cartel que anunciaba que eran amazonas. 52

Tácito y Floriano, los inmediatos sucesores de Aureliano, demostraron el poderío romano reconstituido al obtener grandes victorias sobre los godos que, desde las regiones septentrionales del mar Negro y poniendo como excusa que habían sido convocados por el difunto Aureliano para participar como aliados en su inminente guerra contra Persia, asaltaron las costas de Asia Menor y se internaron por el Ponto hasta Capadocia y Galatia e incluso llegaron hasta Cilicia. Otros grupos, en colaboración con los sármatas alanos, lanzaron también expediciones a través del Cáucaso. Ninguna fue afortunada y entre los años 275 y 276 todas fueron aplastadas. 53

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