José Soto Chica - Los visigodos. Hijos de un dios furioso

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José Soto Chica, el autor del exitoso
Imperio y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, regresa con un volumen que aborda una época crucial en la historia de España, el tiempo que hace de bisagra entre la Antigüedad y el Medievo, el tiempo del primer reino que se enseñoreo sobre toda la península ibérica, el tiempo de los visigodos. Rastreando los nebulosos orígenes de los godos en Escandinavia, el libro acompaña a estos en una migración que los llevó a penetrar en el Imperio romano, a saquear por primera vez en siete siglos la Ciudad Eterna y a asentarse, por fin, en la Península.
Los visigodos. Hijos de un dios furioso explica cómo ese viaje convierte a los visigodos en un pueblo mestizo, impregnado de romanidad, un mestizaje y una romanidad que se acentuaron en Hispania, constituyendo la fértil semilla que la marea islámica no pudo agostar y que luego germinará con los primeros reinos cristianos, verdaderos epígonos espirituales del reino de Toledo. Si san Isidoro, el más destaco intelectual visigodo, cantaba «¡Tú eres, oh, España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras, en tu suelo campea alegre y florece con exuberancia la fecundidad gloriosa del pueblo godo!», en José Soto encontramos su digno continuador, que aúna al exhaustivo conocimiento del periodo una prosa ágil y capaz de transmitir toda la épica que tuvo
un Alarico poniendo de rodillas a Roma o un
rey Rodrigo defendiendo su reino en Guadalete, hasta el fin.

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La situación se estaba complicando mucho para Roma. En el verano del 252, Sapor I, el victorioso shahansha persa, infligió una nueva y devastadora derrota a los romanos y, a continuación, asoló la mayor parte de la Mesopotamia y la Siria romanas, llegando incluso a apoderarse de Antioquía, la tercera ciudad del Imperio, que saqueó a conciencia antes de retirarse a su reino con ingentes cantidades de botín y con docenas de miles de cautivos. Al mismo tiempo y en la frontera del Rin y del Danubio Superior, las nuevas confederaciones germanas, alamanes y francos, así como los sármatas yaciges, ponían a prueba una y otra vez la resistencia del limes romano y en cada uno de sus ataques penetraban más y más en las provincias limítrofes, mientras que, por su parte, en el mar germánico, en Britania y la costa septentrional de las Galias, los piratas sajones, frisios y francos atacaban sin descanso. No es, pues, de extrañar que los godos no se contentaran esta vez con saquear Mesia Inferior y Tracia o con hacerse prácticamente dueños de la totalidad de Dacia. En el 253 reanudaron y aumentaron sus ataques y esta vez lo hicieron no solo acompañados de contingentes de guerreros carpos, sino también de bandas de salvajes urugundos llegados desde las costas orientales de la laguna Meótide (mar de Azov) y de grupos de boranos, una misteriosa tribu germana en la que es probable que se incluyeran restos de antiguos pueblos de la región, como los borístenos, y grupos de dacios, sármatas y protoeslavos.

Que los godos contaran con aliados o acompañantes tan orientales nos lleva a - фото 12

Que los godos contaran con aliados o acompañantes tan orientales nos lleva a poner la atención sobre que, mientras unas bandas godas se instalaban junto al Danubio y en los Cárpatos meridionales y orientales y asaltaban una y otra vez las provincias romanas de Dacia, Mesia Inferior y Tracia, otros grupos de godos continuaban su expansión hacia el este cruzando el Bug y el Dniéper y sometían, aplastaban, empujaban o se aliaban con las tribus sármatas, con grupos más oscuros como los urugundos y, asimismo, se entremezclaban con otros pueblos germanos como los boranos, los esciros, los bastarnos y los hérulos. En esta expansión hacia el Don, la primera víctima sería la ciudad grecoescita de Olbia, situada en la desembocadura del Hípanis (Bug) que, en el 250, y a la par que Cniva conducía a sus godos al sur del Danubio, fue tomada y saqueada por otra banda goda de cuyo jefe no se ha conservado el nombre. Tres años más tarde, en el 253, los godos y los hérulos asaltaron Tanais, situada sobre el río Don y obligaron a Rescoporis IV, a la sazón soberano del reino grecoescita del Bósforo Cimerio, a pagarles tributo y proporcionarles naves con las que saquear las provincias romanas del Ponto Euxino (mar Negro). 40

Mientras tanto, los godos, carpos, boranos y urugundos que habían cruzado el Danubio en el 252, saqueaban y mataban sin apenas hallar oposición. En el 253 habían pasado de la Mesia Inferior a Tracia y desde allí y dirigidos por tres jefes, Respa, Veduco y Duruaro, alcanzaron el estrecho del Bósforo tracio, junto a la actual Estambul y, apoderándose de embarcaciones, pasaron a Asia Menor. Bitinia, la Tróade, Jonia, Paflagonia y hasta Capadocia fueron pilladas y ciudades tan célebres como Éfeso, Calcedonia, Troya y Pesinunte (actual Ballihisar) fueron tomadas al asalto y su población dispersada, degollada o esclavizada. A las penalidades de la guerra se sumaron las de la peste, favorecida por la gran mortandad, la anarquía y el terror que imperaban por doquier.

La afortunada incursión de los godos y sus aliados en Asia Menor terminó en catástrofe cuando, ya de regreso en los Balcanes, fueron interceptados y derrotados por el gobernador de Panonia Inferior y Mesia Superior, Emiliano. El victorioso general persiguió a los supervivientes hasta sus asentamientos al otro lado del Danubio, pero interrumpió su campaña para proclamarse emperador y acudir a Italia a disputarle el trono a Treboniano Galo. Logró su objetivo, pero poco más tarde fue a su vez destruido por Valeriano, gobernador de Germania que se proclamó augusto junto con su hijo Galieno.

Las guerras civiles y los cambios en el trono que se dieron en el año 253 animaron a godos, carpos, boranos y urugundos a volver a cruzar las fronteras romanas. En el 254 algunas de sus bandas cayeron sobre Mesia y Tracia y luego alcanzaron Macedonia en donde pusieron en graves aprietos a Tesalónica que, con gran valor, logró resistirles. No se retiraron, sin embargo, sino que, dejando de lado la invicta Tesalónica, saquearon Tesalia, Épiro y Grecia Central, forzaron el paso de las Termópilas que guarnecía una fuerza romana y llegaron a presentarse ante las apresuradamente restauradas murallas de Atenas, para terminar obligando a las ciudades del Peloponeso a reclutar a toda prisa milicias urbanas y a fortificar el istmo de Corinto en donde al fin fueron detenidos y rechazados. 41

En el 255, otros grupos godos, en coalición con los boranos y con toda probabilidad supeditados a ellos, se echaron al mar en las costas septentrionales del mar Negro con el auxilio de naves y marineros grecoescitas y trataron de tomar al asalto la fortaleza de Pisius (actual Pitsunda, en la costa de Georgia). La ciudad, aunque perteneciente al reino del Bósforo Cimerio, contaba con una guarnición romana, a la sazón bajo el mando de un tribuno, Sucesiano. Este sacó el máximo partido de las formidables murallas de Pisius e infligió a godos y boranos una terrible derrota. Grande tuvo que ser en verdad la victoria de Sucesiano, pues ese mismo año 255 fue llamado por el augusto Valeriano, que se hallaba en Antioquía organizando la contraofensiva romana contra Persia, y promovido al cargo de prefecto del pretorio.

La derrota de Pisius no desalentó a las bandas de piratas godos y boranos que en el año 256 regresaron y, tras saquear los santuarios del río Fasis (el actual Rioni, en Georgia), el mismo del que según la leyenda se llevaron el vellocino de oro Jasón y los argonautas, atacaron de nuevo las murallas de Pisius. Esta vez, sin tener a su mando al hábil Sucesiano, las gentes y la guarnición de la fortaleza sucumbieron y Pisius fue saqueada a sangre y fuego.

Tras este éxito, embarcados de nuevo, los boranos y godos pusieron rumbo al sur y alcanzaron Trebisonda (Trabzon, en Turquía) y su rica región. Las gentes del Ponto huían a su paso y buscaban refugio en la formidable Trebisonda que, con su doble muralla, se consideraba inexpugnable.

Pero no son las murallas, sino los hombres, los que defienden una ciudad y la guarnición romana de Trebisonda estaba tan segura de sus defensas que descuidó su vigilancia. Aprovechando esto, los godos arrimaron dos grandes troncos de árbol a las murallas y los usaron a modo de primitivas escalas por las que fueron trepando a los muros. Al percatarse de que los guerreros bárbaros inundaban ya la ciudad, muchos soldados, en vez de tratar de repeler el ataque, huyeron aterrorizados dejando que el resto de sus compañeros pereciera y con ellos multitud de ciudadanos y refugiados. Los templos fueron incendiados y miles de cautivos encadenados y llevados a los barcos godos que se atestaron de botín y esclavos.

Al comprobar con cuanta riqueza volvían los expedicionarios a sus norteñas tierras, otras bandas guerreras de godos y boranos decidieron hacer ellos también fortuna. En el año 257, tras proveerse de barcos con ayuda de los cautivos, a los que obligaron a construirlos, y de comerciantes romanos sin escrúpulos, se dirigieron hacia la desembocadura del Danubio, marchando unos por tierra y otros por mar. Atravesaron el limes sin dificultad y saqueando alcanzaron las proximidades de Bizancio, donde convencieron a los pescadores locales de que les ayudaran a pasar a su infantería al otro lado, pues no contaban con barcos para toda su gente. Al otro lado del Bósforo se encontraba un potente ejército romano destinado allí por Valeriano que, todavía en Antioquía, lidiaba con los persas. Pero los legionarios huyeron antes de trabarse en combate con los bárbaros y dejaron el país abierto y sin defensa. Los godos saquearon Calcedonia, Nicomedia, Nicea y Prusas (Bursa) y marcharon hacia Cícico (Aidinjik, Turquía) que no pudieron tomar por la súbita crecida del río de la ciudad.

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