La ontología política, a diferencia de la economía política y la ecología política, pretende desmontar el postulado multicultural desde el cual se presupone la existencia de una forma homogénea y adecuada de comprender la naturaleza (y la misma diversidad cultural), frente a otras alternas planteadas desde perspectivas culturales diversas. Blaseer se pregunta por qué entre tanta multiplicidad de mundos solo uno es el real y legítimo, y en consecuencia, ha de establecerse como el universal.
En contraposición a Blaseer, Isabelle Stengers considera que existen pluriversos y multiplicidad de realidades que pueden relacionarse, pero que en muchas ocasiones no interfieren entre sí. Para que pueda darse una interacción entre aquellos seres bióticos, humanos o no, con la naturaleza, la autora acude a una categoría que denomina ecología de las prácticas.
Con la ecología de las prácticas se parte de la no presuposición de un estatuto epistemológico propio, sino de la carencia de este, por lo que la finalidad es encontrar puntos de encuentros comunes que no se excluyan entre sí a pesar de que sean disímiles.
La ecología, como condición diplomática, tiene que ver entonces con la premisa de que un practicante no puede cambiar su contexto o ambiente sin que transforme su ethos, y a la inversa: un cambio en los valores también tiene implicaciones en el contexto que los posibilita. (Ruiz y Cairo, 2016, p. 202)
En conclusión, Ruiz y Cairo (2016) apuestan por la inexistencia de una sola naturaleza sobre la que yacen múltiples representaciones, sino que se trata de múltiples realidades que coexisten y que emergen por la confluencia de múltiples factores humanos o no, orgánicos o no, que las componen y que interactúan entre sí y las hacen posible gracias a las prácticas que en ellas se ejecutan. Desde el giro ontológico, se trata de exaltar la existencia per se de dichos mundos como realidades igualmente válidas, pero no superiores, en permanente interacción y sin construcción definitiva.
Aunque Wolfang Janke (1988) no es un autor de primer orden, su planteamiento sobre la posontología tiene elementos que permiten inferir el horizonte de lo que sería la dimensión de lo posjurídico. Su obra se divide en dos partes: la primera constituye una aproximación histórica en la que Janke reconstruye la relación de la metafísica con el positivismo para posteriormente explorar el ocaso de la ontología por el advenimiento del nihilismo.
La segunda parte intenta definir los elementos sistemáticos de una posontología. A partir de la tensión entre el logos apofántico y la lógica categorial, Janke retoma lo que denomina la encrucijada entre verdad y existencia, que conduce al ser-expuesto-en-el-mundo como categoría sustancial, lo cual se revela, en toda su intensidad, en situaciones límites y fundamentales que ponen de presente las posibilidades reales de la existencia.
La posontología, como lo recoge Guillermo Hoyos (1988), tiene que ser entendida como una crítica a la hegemonía del discurso racional, que pretende reducir el análisis del ser a unas categorías lógico-científicas, relegando las posiciones mítico-religiosas y poético-estéticas tanto o más relevantes –ya lo sugería Lukács– para la representación del ser. En ese sentido, la dimensión cotidiana del mundo de la vida, como diría Habermas, no ha logrado ser recogida por la ontología, que la ha reducido a términos cuantificables del positivismo. Por ello, se requiere que dichas dimensiones no sean consideradas como res extensa, sino, por el contrario, como perspectivas legítimas de análisis de la realidad.
La posontología se enmarca así, en esa dirección, de manera análoga y sin estar estructuralmente comprometida con ella, con la crítica posmoderna a la modernidad. Es la contrastación radical de la ontología tradicional que ha reducido el ser a lo “noético-instrumental-teleológico” (Janke, 1988). De ahí su crítica al positivismo, pero también al nihilismo, en la medida en que la ontología ha quedado cercada ya por el discurso racional instrumental ya por su reverso, el nihilismo, que ha renunciado a plantear cualquier alternativa.
La praecisio mundi desterró de la ontología el mito, el arte, la ética, la religión, y es allí donde reside la posibilidad de superación de la ontología. De ahí la reivindicación de Hölderlin y su preocupación por el futuro, por la remitologización del mundo que permita repoetizar al ser y, desde ahí, desentrañar su significado original. Esa es la tarea de la posontología que se plantea Janke: asumir el mundo como totalidad, no solo como cosa medible y cuantificable, escudriñar de qué manera en la poesía, en el arte, en la lengua podemos rescatar, reinventar de nuevo la verdad de la existencia, el sentido perdido del ser.
Ahora, dentro de los elementos categoriales de la posontología, se tiene que el lenguaje debe ser liberado de la razón instrumental, para poder explorar los límites de la existencia misma del hombre como ser-expuestoen-el-mundo, que al aventurarse y experimentar situaciones límite halla nuevas verdades desde las que puede vislumbrar la realidad del ser, más allá de la razón apofántica. La fragilidad de la existencia humana que sentimos en esas situaciones límite permite evidenciar la finitud de la existencia y exaltar el carácter indeterminado e inestable del destino, y en esos intersticios podemos ir más allá de la ontología positivizada y descubrir la dimensión encubierta de la posontología en la incertidumbre, el dolor, la angustia, pero también la sorpresa de la vida.
En ese punto, por supuesto, el tiempo donde nos movemos en esa tensión entre finito e infinito es el ambiente natural e insalvable en que debemos resolver esta encrucijada. Ahí es donde el ser expuesto que somos tiene que asumir su nueva perspectiva en pos de superar las limitaciones que la ontología como res extensa le ha impuesto y proyectarse en lo míticopoético-estético en búsqueda de los nuevos horizontes del ser (Janke, 1988, p, 63).
El ámbito de lo pospolítico
Ontologías políticas: más allá de la política
La pregunta por la ontología política
Emmanuel Biset (2011) se pregunta por la posibilidad de definir la filosofía política. Para ello parte de la distinción entre filosofía como orden de verdad, y política como ámbito en el que confluyen multiplicidad de definiciones. En todo caso, dicha relación puede ser planteada desde el interrogante por cómo estructurar el pensamiento político, para lo cual surgen tres preguntas adicionales: primero, qué es pensamiento; segundo, qué es política, y tercero, la relación entre el pensamiento y la política.
Para resolver el interrogante principal Biset parte de la cuestión de la representación, esto es, cómo un pensamiento particular se representaría en la política, bajo el marco en el cual un sujeto se representa un objeto. Esta relación supone que la política, como exterioridad del objeto, se pueda representar en el sujeto, el pensamiento. Así pues, existirían dos formas de representación: por un lado, la que confina a la política como una subdisciplina de la filosofía y, por otro, la representación entendida en los términos heideggerianos: sujeto-objeto.
En el primer caso, la política no sería más que un campo del saber dentro-fuera de la filosofía. Es decir, dentro en la medida en que la política estaría determinada por los principios fundamentales de la filosofía, y fuera porque en sentido estricto no está clasificada específicamente dentro de la filosofía.
Por otro lado, en el marco de la representación sujeto-objeto un ente se convierte en objeto por la representación que el sujeto realiza. Así, “el objeto es tal porque se sitúa ante el sujeto, y es este situar ante sí lo que se denomina representación. Traer ante sí lo ente para referirlo a sí mismo y por tal fijar su normatividad” (Biset, 2011, p. 124). Los objetos, en consecuencia, son representaciones del sujeto y autorreferentes a él.
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