Daniel Chamero Martínez - La casa de Okoth

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La casa de Okoth: краткое содержание, описание и аннотация

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Tras una larga sequía, la esperada lluvia llegó a Okuni inesperadamente. Aquí comienza la historia de Okoth, una niña nigeriana que en su infancia tuvo que vivir lo que la mayoría ni siquiera podemos imaginar en nuestras más terribles pesadillas. Pero también comienza un maravilloso viaje de descubrimiento, superación y esperanza a lo largo del continente africano.Daniel Chamero ha escrito una bellísima historia inspirada en dramáticos acontecimientos reales que ocurren todos los días en África. Una historia de denuncia de una de las prácticas más execrables, que todavía subsiste en algunos países, como es la ablación genital femenina que conmoverá al lector por su desgarradora fuerza y ternura.

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–Toma Okoth; nadie más que tú se lo merece. Así lo querría el hombre que lo escribió.

–¡Gracias! ¡Tengo un libro! ¡Mira Ekón, tengo un libro! Gracias, Aalim; lo leeré todos los días.

Los cuatro se fueron andando en dirección a la casa de Okoth, donde seguramente Nazima los esperaba para almorzar. Adwim no paraba de preguntarle acerca de aquella maravillosa historia que acababa de escuchar sobre un niño que resultaba ser un príncipe en busca de su planeta.

–¿Cómo puede un hombre tener millones de estrellas? –preguntó.

–Es solo un cuento. Lo que nos quiere decir Antoine, el hombre que escribió el libro, es que en ocasiones perdemos el sentido de las cosas. Tenía muchas estrellas pero solo sabía contarlas.

–Yo también quiero contar estrellas. ¿Okoth, tú quieres una? –replicó Adwim.

–Sí –contestó Okoth.

–Esta noche contaré estrellas y una será para ti.

–Gracias, Adwim.

–Yo te regalaré otra, Okoth –dijo Ekón mientras todos echaban a reír.

Cuando llegaron a la choza, Nazima ultimaba un fabuloso guiso que desprendía un aroma irresistible.

–Buenos días, Aalim –le dijo al profesor.

–Buenos días –respondió él.

–No sé cómo tiene usted tanta paciencia con tanto niño –agregó Nazima.

–No es para tanto. La verdad es que compensa.

–Bueno, esperemos que sirva para algo –sentenció Nazima.

–¡Mira, abuela, Aalim me ha regalado un libro por mi cumpleaños! ¡Y Adwim una terracota de Nok! ¡Y esta noche me regalará una estrella! ¡Y Ekón otra! –dijo feliz Okoth.

Nazima sonrió y examinó la estatuilla. Las gemelas Kakra y Banji, que ayudaban en las labores culinarias, se abalanzaron rápidamente para ver los regalos que portaba Okoth. Una de ellas, Banji, dijo:

–¡Qué bonita; yo quiero una!

Nazima, que andaba ya escudriñando el libro que Okoth guardaba bajo el brazo, les dijo a las gemelas:

–Sacad la olla y llevadla junto al árbol; hoy comeremos allí –y añadió–. ¿Le ha regalado ese libro a la niña?

Aalim sonrió y dijo:

–Sí, de eso quería hablarle. Los progresos de Okoth son impresionantes. Creo que debería acudir todos los días a la escuela. Yo mismo la recogería y acercaría de regreso.

Nazima se quedó pensativa mirando fijamente al profesor. Dirigió la mirada durante un par de segundos hacia la pequeña Okoth y de nuevo volvió al rostro de Aalim, que expectante esperaba la respuesta de la abuela.

–¿Ha comido? –preguntó finalmente.

Aalim se quedó mudo y finalmente, sonriendo, contestó:

–No.

–Pues hoy comerá con nosotros. Quiero que me cuente eso de la escuela. Vamos niños; hoy es el cumpleaños de Okoth y comeremos junto al baobab. Adwim, tú también.

Los tres niños echaron a correr en dirección al árbol mientras Nazima y Aalim marchaban a paso lento tras ellos.

Kakra, Banji, Ekón, Adwim y Okoth disfrutaron de una deliciosa comida junto a Nazima y Aalim bajo la sombra del baobab. El sol calentaba suavemente y la tarde era apacible. Nazima y Aalim hablaron de Okoth y pronto acordaron la asistencia diaria de la niña a clase bajo la tutoría del profesor, que se encargaría de su traslado diario. Okoth era feliz. Mirando al baobab dijo:

–Abuela, ¿por qué hemos comido aquí?

–Porque hoy es un día importante, y los días importantes debemos celebrarlos en lugares especiales con las personas que nos importan. Por eso estamos aquí junto a este árbol. Okoth, hoy cumples cinco años. ¿Ves este baobab?

–Sí –contestó la pequeña.

–Tu madre, de la que tantas veces te he hablado, nació aquí mismo hace poco más de cuarenta y un años. ¿Y ves esas piedras amontonadas justo a tu espalda?

–Sí, abuela; es donde está enterrada mamá.

–Así es, Okoth; por eso estamos aquí. Por eso es un lugar especial –concluyó Nazima.

–Entonces… ¿mi madre podría estar en este árbol? –preguntó Okoth.

Nazima dejó entrever una conmovedora sonrisa y respondió a su nieta:

–Podría, claro que podría. Tu madre está en todo aquello que desees. Me dijo que siempre estaría contigo, cada vez que veas una estrella, cuando mires la luna o el sol te caliente. Pero sobre todo me dijo que estaría en la lluvia. Y si tú quieres que esté en ese árbol, ella estará en él.

La pequeña Okoth atendía pasmosa a las palabras de su abuela. Sus redondos ojos recogían aquellas palabras con la misma ternura que en su día sintió su madre al pronunciarlas.

–¿Sabéis cuál es la leyenda del baobab? –le dijo Nazima al grupo.

–¡No! –gritaron los niños al unísono.

–¿Queréis que os la cuente? –replicó la abuela.

–¡Sí! –contestaron todos entre risas.

–Bien, acercaos un poco más –dijo Nazima y prosiguió–. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, mucho más del que podáis imaginar, este árbol, el baobab, era admirado por todos los seres de la naturaleza. Incluso los dioses estaban cautivados por su belleza. Sus ramas eran fuertes, plagadas de cientos de coloridas flores.

»Cuentan que los dioses estaban tan fascinados con este árbol que decidieron hacerle un regalo. Decidieron que sería uno de los seres más longevos de la Creación.

–¿Qué significa longevo? –interrumpió Ekón.

–Longevo quiere decir que ha alcanzado o puede alcanzar una edad muy avanzada –contestó Aalim.

–Así es; gracias, profesor –agradeció Nazima mientras continuaba–. El baobab aceptó el regalo de los dioses y, orgulloso, comenzó a crecer. Durante años fue haciéndose más alto, fuerte y grande. El baobab no paraba de crecer. Al cabo de los años su altura y su ramaje eran tales que su sombra comenzó a expandirse por toda la Tierra privando de la luz del sol a todos los seres vivos y sumiéndolos bajo una extensa sombra. Orgulloso de su altura, belleza y longevidad, el baobab siguió creciendo y rivalizó con los mismos dioses que años antes le obsequiaron. Les dijo que pronto los superaría en altura y rebasaría el mismísimo cielo. Los dioses enfurecieron y decidieron retirarle su bendición. Pero no solo eso decidieron acerca del baobab. También lo condenaron a crecer al revés, con las flores bajo tierra y las raíces al aire. Y de ahí la extrañeza de sus formas.

–¿Entonces, el baobab llegaba hasta el cielo? –preguntó Ekón, sorprendido.

–Es solo una leyenda –respondió Nazima.

–¿Y qué significa eso? –volvió a preguntar el chiquillo.

–Las leyendas son historias que las personas cuentan de generación en generación; no tienen por qué ser ciertas –intervino finalmente Aalim.

Horas más tarde, ya sin el profesor y con la noche cubriendo el cielo, Nazima interrumpió a los niños mientras contaban estrellas y jugaban a regalárselas los unos a los otros.

–Adwim, no puedes regalarle la luna a nadie. La luna es de todos. No puede pertenecerle solo a una persona.

–Pero yo quiero que sea solo suya –dijo el pequeño Adwim.

–Ella ya tiene la suya. Okoth, ven –dijo al tiempo que de una de sus manos descubría un precioso pañuelo azul con bordados blancos que simulaban la lluvia cayendo desde un cielo estrellado y con una poderosa luna llena presidiéndolo–; este pañuelo es el regalo de tu madre por tu cumpleaños. Así lo quiso ella.

La añoranza por aquella madre a la que nunca había visto pero a la que conocía tan bien hizo mella en Okoth, y de sus grandes ojos brotaron sendas lágrimas en forma de surcos. Nazima, del mismo modo afectada, cogió a la pequeña entre los brazos mientras Ekón y Adwim seguían contando estrellas en el cielo. Ninguno de ellos lo sabía, pero aquella sería la última noche de felicidad durante mucho tiempo en sus vidas. A la mañana siguiente todo cambiaría.

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