Por eso hemos querido que este nuevo volumen incorpore también el largometraje que vio la luz por primera vez en esas ruinas. Las cinco horas con la voz, el rostro y el testimonio directo de todas las mujeres que compartieron conmigo su historia y viven en este libro. Aquellas que, como yo, entienden que, frente a todo lo que reglamenta y calcula la vida, el placer y la muerte de nuestros cuerpos, la narración es una estrategia de resistencia y supervivencia. Las mismas que amplifican el grito revolucionario mexicano por excelencia. Una frase que atraviesa todas las historias de resistencia, de goce y de sufrimiento de los cuerpos oprimidos en este mundo doliente: los orgasmos, como la tierra, son de quien los trabaja. Y la lucha sigue.
Badalona, agosto de 2019
1Beatriz Preciado, «Revoluciones vivas y muertes chiquitas» en Las Muertes Chiquitas , Blume, Barcelona 2009, p. 75
2Maite Larrauri, «Muertes chiquitas y vida grandota» en Las Muertes Chiquitas , Blume, Barcelona 2009, p. 31
[COLONIA MIXCOAC, DICIEMBRE 2006] Amanda fue la primera mujer a la que entrevisté cuando todavía no tenía nada claro qué forma iba tomar el proyecto, ni si lograría que otras mujeres aceptaran ser filmadas hablando de su historia personal, de sus orgasmos y de su relación vivencial con el placer y la violencia. Amanda estudió teatro, es actriz y maquilladora. Ha dedicado parte de su carrera a trabajar con el teatro como herramienta social, con indígenas y campesinos, jóvenes y adultos mayores.
La conocí a través de Marisa, una amiga de origen chileno, a la que veo poco pero que para mí significa mucho, que se exilió con sus padres a México y que había venido para vaciar y vender la casa de su padre recientemente fallecido. Había sido el único de la familia que se había quedado para siempre en México. Mientras la ayudaba a hacer cajas, hablábamos de mi proyecto sobre los orgasmos y me llevó a conocer a una vieja amiga. Hicimos la filmación con Amanda en su casa. Su entrevista quedó a medias porque las dos estábamos nerviosas, se me acabaron las cintas y nos emborrachamos con mezcal. Nunca la terminamos y siento que eso es un símbolo de la imposibilidad de terminar este proyecto y la aceptación de ello.
Amanda nació en Ciudad de México, aunque allí nadie cree que es mexicana porque es blanca y pelirroja. Es la segunda hija de una familia de intelectuales judíos dedicados al arte, y en su casa tiene un original de ese grabado de Siqueiros en que se ve a un perro rabioso ladrando, y otro de Picasso de dos amantes que se besan. Durante la entrevista los observaba como una especie de escenografía de lo que hablábamos.
Me contó que había sido una niña con mucha curiosidad sexual y una gran capacidad de disfrutar de su cuerpo, pero que de pequeña fue secuestrada junto con una amiga por un hombre que las violó en un coche; a partir de ahí, su relación con el placer se complicó. Había contado poco de ello porque se sintió incómoda cuando se vio obligada a comentarlo y a superarlo demasiado pronto, sin la ayuda profesional necesaria. Luego, a lo largo de los años se fue dando cuenta de todos los matices que en la mente y en la imaginación le dejó esa violación.
Poco a poco, con el paso de las horas, como una suerte de biografía y construcción de su placer, me fue hablando de todos los amantes que había tenido. Recuerdo que, al llegar a una intensa aventura con un amante negro que tuvo en Londres, le pregunté si antes de él había tenido algún orgasmo; me dijo que no y que con el negro tampoco. Nos reímos mucho de esto. Me encantó poder reírme con ella de algo triste como la falta de orgasmos, a pesar de los bellos amantes –algo que yo también había vivido–. Después me habló de otros hombres y de cómo sus orgasmos llegaron más tarde. Se casó en Israel con un hombre judío que la amaba, pero con el que no pudo seguir viviendo por falta de deseo. Me contó lo doloroso que es darse cuenta de que no deseas a alguien a quien amas. Se separó y regresó a México embarazada, sin saberlo. Fue un embarazo ectópico y tuvo que abortar. A partir de eso hablamos de lo complejo que es, hoy en día, saber si quieres o no ser madre; del enredado deseo de la maternidad. Al final de la entrevista, Amanda sostuvo que el orgasmo es como la felicidad, que no puede retenerse, porque es algo que cuando llega ya está a punto de desaparecer. Y que, a veces, el dolor también puede ser algo muy liberador; que es algo a lo que tememos profundamente, pero que, en el fondo, necesitamos. Porque ante nuestra necesidad de intensidad en esta vida, a falta de placer, el dolor puede darnos en algunos momentos la fuerza necesaria para vivir.
[CENTRO HISTÓRICO, DICIEMBRE 2006] A Helena me la presentó una amiga que me insistió mucho en que la entrevistara. Nos fuimos a tomar unas cervezas. Le conté mi proyecto y aceptó sin dudar.
Nació en Serbia, en la antigua Yugoslavia de Tito. Llegó a México en 1996 huyendo de la guerra, y porque ya se tenía que ir a algún lugar de este mundo. En Serbia se enamoró de un mexicano. Y se casaron allí, sin avisar a la familia, de un día para el otro. Era la única forma legal de obtener permiso para salir. Se fueron a México y allí se quedaron. Fueron muy felices, luego dejaron de serlo, se separaron y muchos años después lograron el divorcio. Me comentó que todavía conserva su pasaporte yugoslavo. Yo le pregunté si pensaba volver a su país. Me respondió que sí pensaba en un hipotético regreso aunque, al fin y al cabo, ¿qué era un país?
Hablamos de la guerra con dificultades, con muchos silencios, con dudas, y gran parte de lo que me contó no lo filmé en esa entrevista. Huyó antes del final de la guerra. Allí, por el hecho de pertenecer a una minoría católica y debido a la limpieza étnica que se llevó a cabo en Serbia, recibió amenazas de muerte, pero tuvo suerte y no fue violada ni mataron a nadie de su familia. Sin embargo, varios familiares fueron obligados a abandonar Serbia y trasladarse a Croacia para siempre. Su padre, a pesar de las amenazas, nunca se quiso ir del país. Me contó riendo que esa había sido la única decisión que su padre había tomado de manera radical en la vida, sin consultar a nadie. Después de que lo comunicara, nadie dijo nada durante un buen rato y nunca más se volvió a hablar del tema. Durante la guerra, su hermano se vio obligado a alistarse en el ejército serbio, pero afortunadamente fue por poco tiempo. Helena me aseguró que, durante esa época, nada tenía valor, ni siquiera el dinero, y, por supuesto, mucho menos los proyectos artísticos. Allí lo único importante era sobrevivir un día más. Las relaciones íntimas eran casi imposibles…, era más fácil y placentero salir a pasear y disfrutar de un día de lluvia en soledad y sin miedo.
En Serbia había estudiado ingeniería civil, pero cuando llegó a México cursó historia del arte. Y, más tarde, una maestría en filosofía centrada en una investigación sobre el cuerpo. Trabajaba también en proyectos artísticos contemporáneos en relación con el espacio público y social.
Hablamos de que siempre tuvo una relación complicada con su cuerpo. La educación que recibió no la ayudó, y cree que su madre nunca tuvo un orgasmo. Me describió los suyos con detalle, como algo que nace en un punto del cuerpo, pero que, al crecer, la hace sentir fuera de él. Helena decía que la mente interviene en el placer, y que el orgasmo es sobre todo algo que le desvela una voluntad de ser; que la parte placentera de un orgasmo es esa que le revela cómo quiere ser. Y que, a veces, son dolorosos porque, cuando ocurren, solamente muestran que más allá del orgasmo no hay suficiente verdad y belleza que sostener.
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