Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo - Pensar y sentir la naturaleza

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Un reto importante para el pensamiento ético, durante las últimas décadas, ha sido cómo justificar la inclusión de organismos y especies no humanas es la esfera de la consideración moral. Son múltiples los trabajos centrados en definir argumentos para dar cuenta de deberes, responsabilidades o compromisos hacia animales, bosques, ríos, mares y ecosistemas. Estos trabajos representan un grupo de concepciones ético-ambientales desde las cuales sustentar un sentido de la obligación ética en un ámbito de relaciones carentes de intersubjetividad y/o simetría. En este libro, a la par que se presentan algunas concepciones ético-ambientales, se intenta desarrollar un marco de comprensión posibilitador de encuentros y diálogos entre
dichas concepciones.

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Barkdull es otro de los críticos del intento de asociar la tradición de los sentimientos morales con la ética ecológica, cuestiona la ética ambiental de Callicott al preguntar si los sentimientos morales, entendidos como primeras percepciones sobre lo correcto y lo incorrecto, incluyen aversión al daño de la integridad, estabilidad y belleza de la tierra, incluso sirviendo este daño a los fines del desarrollo económico (Barkdull, 2002, p. 43). Para responder a este interrogante, interpreta el ejercicio de la simpatía en dos direcciones: además de implicar buenas motivaciones, requiere de aplicación activa en el logro de resultados consecuentes con la motivación simpática. En este sentido, concluye, el promedio de las personas tendría dificultades para trasladar por analogía los sentimientos morales generados desde la interacción social hacia la comunidad biótica, en tanto las pasiones morales se suscitan especialmente a partir de la interacción y la reciprocidad. Barkdull soporta su postura tomando un referente conceptual clásico: la filosofía de los sentimientos morales de Smith, dice, es inapropiada para desarrollar incluso una moral de la compasión en tanto esta se reduce realmente al encuentro con amigos y parientes y, en casos extremos, se acepta dirigirla hacia los extranjeros en una situación calamitosa. De hecho, afirma, sus deberes de benevolencia no estaban pensados desde la concepción de una comunidad universal del género humano (Barkdull, 2002, pp. 47-48).

La dificultad para extender la simpatía natural y social de Smith hacia desconocidos y extranjeros conduce, para Barkdull, a replantear cualquier intento de justificar su manifestación respecto a la condición de animales silvestres y ecosistemas. La expresión de sentimientos morales orientados por juicios analógicos en el encuentro con animales y ecosistemas solo puede ser producto de un desarrollo histórico de disposiciones individuales y colectivas aportado por la educación, el conocimiento científico y los cambios culturales sensibles al mundo natural (Barkdull, 2002, pp. 50-51).

Barkdull y Partridge no precisan en sus análisis el criterio para catalogar un sentimiento como moral. La compasión es un sentimiento moral cuando se interpreta como disposición a participar del dolor de otro ser y a contribuir con su mitigación. Es irrelevante si el objeto de la compasión es un animal humano o no humano por cuanto el detonante central es una condición de sufrimiento reconocida en cualquier ser sentiente. La compasión también se puede dirigir hacia especies o grupos de animales no humanos cuando se identifica vulnerabilidad o un riesgo colectivo en perjuicio de su integridad y bienestar. La benevolencia, a su vez, es un sentimiento moral cuando se asocia a un juicio de consideración hacia cualidades dignas de estima. La benevolencia busca favorecer o beneficiar a cualquier organismo con un cuidado amoroso basado en la gratuidad. Lo anterior significa que el despliegue de sentimientos morales de compasión y benevolencia no depende de relaciones de simetría y reciprocidad, sino que está ligado al cultivo de virtudes del carácter en el contexto de una comunidad ético-política atravesada por una conciencia individual y social ecológica.

También cobra sentido pensar en términos de emociones y virtudes ecológicas desprendidas de la apreciación estética de la naturaleza y del respeto que ello infunde. De hecho, Smith establece cierta relación entre el juicio ético y el estético, lo que abre la vía para el cultivo de sentimientos y emociones atentas a los intereses y necesidades de animales próximos a la vida social humana. Ciertamente, la teoría de los sentimientos morales de Smith se enmarca en un escenario de convivencia y de regulación recíproca de actitudes y comportamientos. Pero Barkdull se apresura al concluir sobre la inoperancia de tales sentimientos, al menos en la relación con los animales, desconociendo la habitual interacción social con muchas especies domésticas. Algo similar ocurre en la perspectiva de Hume (2005) cuando por medio del juicio analógico identifica cualidades dignas de estima incluso en animales silvestres. Hume reconoce una estrecha semejanza entre los procesos cognitivos de humanos y animales, por ello interpreta el comportamiento de algunos animales en términos de virtudes análogas a las expresadas por el ser humano. La simpatía humeana es una inclinación natural reguladora del comportamiento social, pero con potencial para operar en el encuentro con los animales, deviene en un sentimiento normativo exigente de respeto y consideración en función de la admiración y sensibilidad hacia seres muy similares a los humanos.

Extender la consideración hacia seres no humanos con base en sentimientos morales también parte de comprender los nexos vinculantes entre todos los organismos habitantes del planeta. En la comunidad ecológica de Leopold la ampliación de la responsabilidad ética es resultado de la evolución biológica y social de la razón y los sentimientos. La cuestión de la reciprocidad y del valor intrínseco es irrelevante al momento de tejer una comunidad entendida desde relaciones asimétricas. En esta, seres y especies no humanas son incluidos en el universo de la consideración moral con la mediación de sentimientos básicos susceptibles de ser desplegados y cultivados para acoger variadas manifestaciones de vida. Callicott así lo entendió cuando concibe los sentimientos morales como un producto natural de la interacción social, pero dirigibles hacia seres no humanos al suscitar algún interés. Infortunadamente, Callicott se aleja de la mirada de Leopold introduciendo la cuestión del valor intrínseco en términos holistas, de ahí su dificultad para articular su concepción de los sentimientos morales con su ética ecosistémica.

La simpatía moral está lejos de basarse en un holismo o en contenidos de valor establecidos a priori, parte del encuentro con los organismos y se liga a juicios de valor formulados atendiendo a un contexto y a condiciones de existencia específicas. La posibilidad de una ética de la tierra, ligada a la simpatía y a una teoría general de los sentimientos morales, implica considerar la dificultad para adaptar una concepción empírica del desarrollo de tales sentimientos con una concepción ética ecológica con pretensión de ser objetiva y normativa. También reta a estimar el desenvolvimiento de la conciencia subjetiva de una ética de la tierra, pues resulta un logro por alcanzar en la mayoría de las personas y sociedades. El conocimiento ecológico y la educación ético-ambiental juegan por ello un rol importante.

Con la apelación a los sentimientos naturales, Partridge pretende separar el tejido social de los sentimientos morales de su potencial para constituir vínculos de atención y cuidado presentes en la noción de comunidad ecológica. Esta representación niega la permeabilidad entre ambos escenarios y asume la ética ecológica desde un determinismo naturalista. No obstante, las inclinaciones naturales encargadas de favorecer la evolución de los animales humanos y no humanos y su adaptación a distintos ambientes son, por sí mismas, insuficientes para dar cuenta de la consideración en sentido moral.

La ética de la tierra plantea un sentido de la protección y el cuidado hacia plantas, ríos, suelos, mares y ecosistemas por ser la base para el desarrollo y bienestar de organismos y especies asociados por sus dependencias en términos de intercambios de energía. La representación de un individuo o grupo de organismos, en función de su dependencia hacia otros y de su vulnerabilidad, plantea exigencias de índole moral no resueltas con la mera apelación a sentimientos naturales de empatía y cuidado.

En el contexto de una ética de la tierra, los dilemas morales del conservacionismo exigen conocimiento y sensibilidad junto a un profundo sentido de la responsabilidad respecto a la incidencia de unos organismos y especies en otros, en un hábitat específico alterado por el accionar humano. Los sentimientos morales vinculados al juicio ético, al cultivo de virtudes ecológicas y a la comprensión del funcionamiento de los ecosistemas y de las necesidades del animal humano y no humano contribuyen a constituir, por ende, una perspectiva ecológico-humanista de la responsabilidad y la acción prudencial. Esta es una postura contrapuesta a la idea de disolver la moralidad de las acciones bajo el criterio del naturalismo pretendido por Partridge. Este humanismo se despliega a partir de una ética afectiva y por ello postula un escenario de encuentro cordial con los animales y la naturaleza, igualmente dialoga con concepciones animalistas y con perspectivas ecofeministas, asume una reflexión sobre los sentimientos morales vinculando enfoques de análisis sin desconocer el pluralismo y el antagonismo de algunas filosofías ecológicas y, por último, valora en general el universo ético-emocional de múltiples narrativas del encuentro con la naturaleza pero tomando una distancia prudente frente a ecologismos radicales.

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