El primer problema guardaba relación con la equivalencia del tiempo y el espacio. El espacio y el tiempo no eran simplemente intercambiables, sostenía Lorentz: «Hay una diferencia inconfundible entre los conceptos espaciales y temporales, una diferencia que indudablemente tampoco se puede eliminar por completo. No podéis atribuir a las coordinadas temporales una categoría del todo equivalente a las coordinadas espaciales». La segunda cuestión tenía que ver con la equivalencia en el rango de tiempos diferentes. Lorentz estaba dispuesto a reconocer que espíritus imperfectos no pudieran asignar una categoría superior a t 1 respecto a t 2 , pero un «espíritu universal» sí podría. Y además, Lorentz sostenía que había una especie de «espíritu universal» en todos nosotros: «Sin duda no somos tan radicalmente diferentes de él» 42.
¿A qué se refería Lorentz con «espíritu universal»? Las concepciones tradicionales del tiempo, conectadas a las cualidades perceptivas de un espíritu universal hipotético o real, tenían una larga trayectoria que databa de la época medieval. En tiempos de Newton, este espíritu universal se asociaba directamente con Dios. ¿Acaso estos científicos todavía seguían debatiendo cuestiones de tipo teológico, aunque en términos laicizados? Para Lorentz, la cuestión de un «espíritu universal» y la capacidad para desentrañar la equivalencia de estatus de t 1 y t 2 no atañían cabalmente a la física, sino que «trascendían los límites» de la misma 43.
Einstein le contestó disculpándose, en cierta medida: «Aunque tuve tres años para componerla, me había olvidado por completo y me recordaron mi compromiso […] una semana antes de la fecha de entrega». Y suplicó: «Así que, por favor, ¡no analicéis con lupa cada palabra!». Explicó que su clasificación equivalente de t 1 y t 2 estaba basada en que, hasta entonces, no había «motivos físicos (accesibles en principio con la observación)» para distinguirlos, un hecho que el propio Lorentz sabía y reconocía. Los científicos podían tener otras razones para querer distinguir entre ellos, pero Einstein hizo responsable a Ernst Mach de hacerle creer lo siguiente: «Una concepción del mundo que puede prescindir de esa arbitrariedad es preferible, en mi opinión». Einstein puso fin a su respuesta diciendo que probablemente no se alcanzaría un consenso en estas cuestiones en el futuro más inmediato, al menos no mediante correspondencia: «Por último, en lo que atañe a la cuestión del tiempo, es muy difícil que podamos debatir esto como corresponde por carta. Estaré encantado de volver a Países Bajos para discutir este y otros asuntos, cuando al fin se supere este triste embrollo internacional» 44.
Aunque sus desavenencias sobre la naturaleza del tiempo se intensificaron durante la Gran Guerra, en muchos otros sentidos el conflicto hizo que los dos hombres intimaran más. Durante esos años Lorentz y Einstein se escribieron a menudo acerca de los horrores de la guerra, lamentándose por cómo repercutían sobre las relaciones entre los científicos 45. También se escribieron sobre aquello en que estaba trabajando cada uno. En 1919 Lorentz fue uno de los primeros físicos en explicar la teoría de Einstein al gran público. En su popular librito The Einstein Theory of Relativity la tildó de «monumento de la ciencia» y ensalzó los «infatigables esfuerzos y la perseverancia» de Einstein 46. Sin embargo, advirtió que en su opinión «no es imposible que, en el futuro, esta vía [la investigación del éter] —del todo abandonada en el presente— vuelva a tantearse con buenos resultados» 47. Lorentz continuó buscando unos cimientos estables que pudieran sustentar un concepto absoluto del tiempo, fueran el éter, un concepto del espacio que pudiera actuar como punto de referencia o la hipótesis de las estrellas fijas. Cualquiera de estos le valdría para su propósito: tener puntos de referencia absolutos. Que los científicos no hubieran descubierto estas referencias no significaba que no fueran a encontrarlas jamás.
En los años veinte, Lorentz mantuvo su apoyo personal a Einstein a pesar de sus otras diferencias. Cerró filas con Einstein como nunca cuando este fue víctima de los ataques antisemitas en la Filarmónica. Pero las tensiones persistían. En 1922 seguía insistiendo en que «uno podía, con toda modestia, llamar tiempo verdadero a aquel medido por relojes que están fijos en este medio [espacio] y considerar la simultaneidad un concepto primario» 48.
Por entonces, era obvio que los dos discrepaban en su interpretación de la relatividad, pero coincidían en muchos aspectos de la política internacional. Ambos científicos lamentaron que se excluyera a los ciudadanos alemanes de los foros científicos después de la guerra, aunque cada uno protestó a su manera por esta exclusión. Lorentz respondió congeniando con científicos alemanes, como Einstein. Este último contestó boicoteando ciertos foros que veía excluyentes. En ocasiones, estos propósitos colisionaron. Lorentz había sido presidente del Congreso Solvay desde 1911 y, más tarde, Einstein boicoteó estas reuniones. El alemán presentó también una queja contra las políticas de exclusión del CIC, primero dirigido por Bergson y después por Lorentz. Einstein manifestó que el Comité estaba excluyendo a todos los teutones, una afirmación que instó a Lorentz a responderle con una agresiva carta (del 15 de septiembre de 1923) explicándole por qué no era verdad que se descartara por norma a los científicos de ese país. Le dio pruebas claras, incluyendo las constantes invitaciones que se le habían hecho a él. A medida que Einstein fue verbalizando críticas y saltándose reuniones del Comité, Lorentz, que era su presidente, se fue distanciando de su teoría.
Durante estas discusiones, a veces tensas, Lorentz declaró que la teoría de Einstein era solo una de las numerosas opciones que había. No cabía duda de que la teoría especial y la general eran correctas: «No menciono que, también en mi opinión, no solo la teoría de la relatividad, sino incluso su teoría de la gravedad puede conservar toda su validez». Pero no eran el único modo de ver las cosas: «No se nos impondrán así como así, como si fueran las únicas posibles» 49.
En una serie de charlas que dio en el Instituto Tecnológico de California (luego publicadas), Lorentz volvió a explicar las diferencias entre un «físico de la vieja escuela» y el «relativista». Ambos convenían en que nadie podía «determinar cuál de los dos tiempos es el correcto». Pero el físico de la vieja escuela estaba dispuesto a reconocer que «prefería» uno de ellos, mientras que para el relativista «no cabe ni siquiera plantearse que un tiempo sea mejor que el otro». La preferencia personal de Lorentz era mantener «unas nociones del espacio y del tiempo que conocemos desde siempre y que, por lo que a mí respecta, considero perfectamente claras y, además, distintas entre sí». ¿Por qué renunciar a estas claras ventajas? «Mi noción del tiempo es tan inequívoca que puedo distinguir a las claras […] qué es simultáneo y qué no». ¿Por qué hemos de renunciar a esta clara ventaja? 50
Según un escritor de temas científicos de la época, «preguntarse cuál de estas duraciones es la real equivale a preguntarse cuál es el color verdadero de un trozo de ópalo. Si lo observamos desde cierto ángulo puede ser amarillo; rojo si lo movemos hacia la izquierda; y verde o azul si nos movemos a la derecha» 51. Aun así, Lorentz siguió defendiendo su postura. En 1928, espoleado por los resultados de nuevos experimentos, volvió a describir su opinión y concedió a Einstein todo el mérito de la relatividad. Si bien él había introducido el concepto de «tiempo local», a diferencia de Einstein nunca había creído que tuviera nada que ver con el tiempo real: «Para mí el tiempo real seguía representado por la vieja noción clásica de un tiempo absoluto, que es independiente de cualquier referencia a marcos de coordenadas especiales. Para mí solo existía un tiempo auténtico» 52. Para Lorentz, Einstein podía atribuirse toda la responsabilidad de lo que había hecho:
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