Jimena Canales - El físico y el filósofo

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Una mirada fascinante al debate que cambió nuestra percepción de una de las características más fundamentales del universo: el tiempo. El 6 de abril de 1922, en París, Albert Einstein y Henri Bergson debatieron públicamente sobre el concepto del tiempo. Einstein consideraba que la teoría del tiempo de Bergson era una noción psicológica y superficial, irreconciliable con las realidades cuantitativas de la física. Bergson, quien ganó fama como filósofo al argumentar que el tiempo no debe entenderse exclusivamente a través de la lente de la ciencia, criticó la teoría de Einstein por ser una metafísica injertada en la ciencia, una que ignoraba los aspectos intuitivos del tiempo.
El físico y el filósofo cuenta la notable historia de cómo este debate explosivo transformó nuestra comprensión del tiempo e impulsó una brecha entre la ciencia y las humanidades que persiste en la actualidad.Jimena Canales presenta en esta obra las ideas revolucionarias de Einstein y Bergson, su posterior colisión y las repercusiones de este choque. Un relato magistral y revelador que muestra cómo se puso a prueba la verdad científica en un siglo dividido, marcado por un nuevo sentido del tiempo. «¡Las chispas, tanto incendiarias como iluminadoras, sobrevuelan alrededor del enfrentamiento de estos dos gigantes!». Booklist «Canales hace un trabajo de investigación excelente sobre esta confrontación. Un libro estimulante». Nature «Un trabajo impecable y perfectamente documentado». David Barreira,
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Bergson admiraba profundamente a Poincaré, a quien se refirió como «el gran matemático y filósofo» 6. Pasados diez años de la muerte de Poincaré, la tarde que Einstein conoció a Bergson su presencia seguía palpándose en el ambiente. Después de introducir a Einstein, el organizador de la velada recordó a los asistentes que «la Société française de philosophie tuvo entre sus miembros fundadores a otro genio científico: se llamaba Henri Poincaré» 7. En el debate consiguiente, las referencias a Poincaré no dejaron de aflorar. Francia, a fin de cuentas, contaba con una fuerte tradición de colaboración entre científicos y filósofos. La Société française de philosophie usaba incluso el término «ciencias filosóficas» para describir su propósito de permitir «el consenso y albergar reuniones periódicas entre científicos y filósofos» 8. Bergson respaldaba esta misión: «La estrecha interacción entre filosofía y ciencia es un hecho tan constante en Francia que podría bastar para caracterizar y definir la filosofía francesa» 9.

La principal diferencia de Poincaré con Einstein (y este es el motivo por el que Einstein se colgó merecidamente la medalla de haber revolucionado la física) era que el primero no creía que estos efectos relativistas fueran tan revolucionarios. Para él, no había que repensar por completo los conceptos de tiempo y espacio. Trabajó codo con codo con Hendrik Lorentz, que había inventado las ecuaciones de la relatividad que Einstein usó más tarde y que bautizó como tiempo «local» y longitud «aparente» las magnitudes alteradas previstas por la teoría. Pero para Einstein no había nada único, y menos aún local o aparente, sobre ellos. Einstein consagró su genialidad a reinterpretar la noción del tiempo, una contribución que fue esencial y novedosa para su trabajo.

Los historiadores han coincidido habitualmente en que Poincaré, como Bergson, nunca llegó a entender del todo la teoría de la relatividad 10. Pero la historia de su relación con Einstein y con la teoría de la relatividad es mucho más compleja. El problema no era que no la entendiera; el problema era que no quería aceptarla. En este sentido, pronto se quedaría en minoría y recibiría el calificativo de retrógrado.

Varios años antes, Poincaré había presentado una tesis particularmente radical que, aunque diferente, recuerda a los supuestos que luego descubriría Einstein: «De dos relojes, no podemos decir que uno vaya bien y el otro vaya mal; solo podemos decir que nos conviene regirnos por las indicaciones del primero» 11. En 1900 hizo una interpretación física clara de las ecuaciones de transformación de Lorentz usando relojes ralentizados y varas de medir acortadas 12. También consideró la idea de redefinir el patrón de longitud según el tiempo que tardaba la luz en recorrer cierta distancia. En El valor de la ciencia , un libro muy leído publicado en 1905, Poincaré describió de forma notoria una «nueva mecánica» en que «ninguna velocidad podía superar a la de la luz» y en que, «al aumentar la inercia con la velocidad, la velocidad de la luz sería un límite insuperable» 13. Estas frases describían conceptos muy aproximados a los de la obra de Einstein, que salió ese mismo año. En todos estos textos, desarrolló ideas «sorprendentemente similares» a las de Einstein, a veces con años de adelanto 14. Pero para Poincaré, su relevancia era totalmente diferente: esta «nueva mecánica» nunca sería el no va más de la física.

Al margen de Einstein, Poincaré explicó que si uno cambiaba la forma en que los físicos solían concebir el tiempo, se produciría un cataclismo comparable al que «sobrevino al sistema de Ptolomeo tras la contribución de Copérnico» 15. Estas líneas denotan con qué claridad previó las lecciones potencialmente revolucionarias que podían extraerse de las ecuaciones de Lorentz. Pero, a diferencia de Einstein, no quería propugnar una teoría tan radical. Al mismo tiempo que Einstein daba alas a una revolución, Poincaré luchaba contra otra.

POINCARÉ Y EINSTEIN

Cuando el organizador del debate mencionó al matemático, que llevaba muerto casi una década, otro tertuliano volvió a introducir en la discusión las opiniones de Poincaré. Dando su punto de vista sobre las ventajas de los métodos relativistas versus los no relativistas, concluyó: «La cuestión es cuál de las dos lenguas es más cómoda» 16.

La filosofía de Poincaré se suele resumir como convencionalismo (o commodisme , en francés). Se regía por la idea de que los científicos podían elegir entre diversas formas para describir los mismos fenómenos y que su elección era más convencional que necesaria. En lugar de intentar describir cómo eran las cosas en realidad (como haría un realista), una perspectiva convencionalista sostenía que las descripciones científicas respondían a las necesidades particulares de diferentes profesiones y a los individuos que las abrazaban.

Einstein discrepaba de quienes describían su teoría como un posible «lenguaje» de los muchos que existen. Durante la sesión, luchó con uñas y dientes contra el parecer —a menudo asociado con Poincaré, pero también presente en la obra de Bergson— de que su teoría era solo una de otras opciones viables. «Uno siempre puede elegir la representación que quiera si cree que le es más cómoda para la tarea que tiene entre manos», admitió. Sin embargo, concluyó categóricamente que «eso no tiene ningún sentido objetivo». Einstein criticó la tesis filosófica que permitía describir los mismos fenómenos de varias maneras y que afirmaba que la elección entre dos teorías alternativas se debía dejar en manos de las personas involucradas. «Pero hay hechos objetivos que son independientes de las personas», se quejó esa tarde 17. En otras conversaciones, suscribió la postura asociada al físico y filósofo Ernst Mach, que había sostenido que entre dos teorías rivales, había que adoptar la más «económica».

Einstein y Poincaré solo se vieron las caras una vez en 1911, en el Congreso Solvay, un prestigioso evento para científicos celebrado en Bruselas. Allí discutieron sobre el comportamiento de las moléculas en gases a temperaturas bajas 18. Al acabar, Einstein describió así al viejo francés: «Simplemente negativo en general y, a pesar de toda su agudeza, demostró no entender mucho la situación» 19. Aunque estaban trabajando en temas de investigación similares y Einstein seguía con atención el trabajo de Poincaré, por lo general el joven científico ignoró al mayor: «Einstein pasaba continuamente al lado del viejo científico en un silencio sepulcral», y solo le citó una vez 20. Poincaré le pagó con la misma moneda («Desde París, Poincaré respondió a Einstein con redoblado silencio») y el mutismo se prolongó «durante siete años más» 21.

Poincaré conocía lo suficiente la labor de Einstein para recomendar al físico para un trabajo en el Instituto Federal Suizo ese mismo año, hecho que denota claramente su código de pundonor para con su joven colega. La recomendación, sin embargo, no era ni de lejos un aval incondicional. Había pasado más de media década desde que Einstein publicara sus trascendentales artículos, pero la carta de Poincaré advertía que, en aquel momento, el alemán no podía presumir de haber publicado muchas obras originales, aunque sí apuntaba que en el futuro seguro llegarían grandes logros 22.

Por entonces, Poincaré había aceptado algunas de las implicaciones más revolucionarias de la relatividad, aunque las atribuía a Lorentz, no a Einstein. Poincaré escribió un informe sobre la obra de Lorentz en 1910, repitiendo algunos de los razonamientos que había expuesto antes, cuando había nominado a Lorentz para el Premio Nobel. Poincaré explicó que, en el caso de los relojes viajeros, Lorentz había demostrado que era imposible señalar que uno era correcto y el otro iba atrasado. Refirió que era «imposible detectar nada que no fuera la velocidad relativa de unos cuerpos con respecto a otros, y que también deberíamos renunciar a conocer sus velocidades relativas con respecto al éter tanto como sus velocidades absolutas». Su conclusión fue taxativa: «Este principio se debe considerar preciso, no solo aproximado» 23. Ese año, 1910, en una conferencia en Gotinga, señaló que elegir entre las interpretaciones de Einstein y Lorentz de la teoría era tan solo cuestión de gustos.

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