1 ...6 7 8 10 11 12 ...24 Las noticias llegaron un buen día. Ihuitimal había muerto. Los partidarios de Quetzalcóatl, heredero legítimo del imperio, no le habían olvidado, y mandaron en su busca. Un enviado llegó a Teotihuacán con la noticia. Este se presentó ante Quetzalcóatl y le entregó la petición de su pueblo. El joven, aturdido, no encontró respuesta. Había descubierto su verdadera identidad. Todo su pasado se empezaba a desvelar y aquella oscura cortina que había ocultado sus primeros años de vida se había descorrido para dejar ver al mundo quién era verdaderamente Quetzalcóatl. Rápidamente acudió nervioso al palacio en donde vivía. Debía de hablar con Tepexcolco, quien le desvelaría los últimos secretos de su padre, el rey. Por lo que le aconsejó que aceptara su destino.
Tepexcolco llevó al joven Quetzalcóatl de regreso a Oaxaca, en donde le ofrecieron que fuera su sumo sacerdote y gobernante supremo.
Quetzalcóatl regresaba triunfal, como un día su padre lo hizo de una de sus muchas victorias. Ahora era un joven, aún no había alcanzado la madurez de un hombre, así que no había cosechado hazañas bélicas, pero algún día las conseguiría y entonces su pueblo le aclamaría con más vigor, pensaba.
Quetzalcóatl aceptó lo que el destino le había ofrecido, pero sus enseñanzas le recordaron que debía de gobernar con la razón, la sabiduría y no con la fuerza. Algo que su padre le había inculcado a Tepexcolco y este, a su vez, a él.
Pronto las campañas de guerra se pusieron en marcha. No podía eludirlas puesto que su país estaba amenazado por otros pueblos limítrofes y debía de conseguir para los suyos tranquilidad, además de felicidad por la victoria. Quetzalcóatl demostró su gran valía. Avanzó hacia el norte penetrando en el valle de Toluca. También estuvo en Acolman volviendo a Teotihuacan, a la que respetó, pues no olvidaba que allí había vivido su niñez. Siguió conquistando territorios como lo había hecho su padre. Las victorias eran conseguidas con facilidad y los tesoros se acumulaban en los palacios. Luego se estableció al sur de los lagos, en Cerro de la Estrella.
Quetzalcóatl quería construir una nueva ciudad. No deseaba reinar en aquella donde la sangre de su padre había corrido por los pasillos de su palacio. Construiría una ciudad en el valle, en las tierras que había conquistado. Fundaría la ciudad de Tula-Xicocotitlan, «lugar donde abundan los tulares o carrizales».
Pasados los años, Tula se convirtió en una hermosa ciudad. La capital de aquel imperio de los chichimecas. Los palacios que se construyeron sobresalían por su elegancia, por las figuras de jade y estatuas en piedra, así como toda clase de ornamentos, entre ellos las plumas de quetzal. Poco tiempo después, Tula se había convertido en una ciudad más hermosa que Oaxaca.
Pronto la ciudad alcanzó gran auge en el comercio y la prosperidad alcanzó a su pueblo. El cacao llegaba de todas las partes del altiplano, así como los metales preciosos y las piedras de obsidiana. El jade llegaba desde el valle de Coplán. Las pieles de animales tan queridos, como los jaguares y las figuras de arcilla, procedían de Chiapas o de la lejana Guatemala. También llegaban plumas de los pájaros más exóticos, así como el algodón para la confección de las prendas.
Los años transcurrían y Quetzalcóatl, al igual que su padre, se había convertido en una deidad. Un hombre amado por su sabiduría y por la sencillez de su vida. Odiaba la violencia y había conseguido desterrar todos los sacrificios humanos en las ofrendas a los dioses. Algo que a los sacerdotes no les había hecho mucha gracia, pero que acataron por la gran devoción que el pueblo tenía por su rey. La semilla del rencor dormiría en el seno de aquellos hombres hasta el día en que despertase y recordasen a su rey-dios que las tradiciones estaban para cumplirlas. El dios Sol reclamaba sangre para poder salir todos los días y darles luz y calor.
Quetzalcóatl se había convertido en un hombre alto con un cuerpo bien hermoso de piel muy blanca. Algo que llamaba mucho la atención entre las gentes de su pueblo que tenían la piel tostada. Su cabello era dorado, como el sol, decían, y su rostro se pobló con una gran barba. Poseía grandes conocimientos científicos y enseñó a su pueblo todo aquello que había aprendido en Teotihuacán. En astrología, inventó los calendarios, la situación de las estrellas y nuevas técnicas de agricultura, pues enseñó la implantación del algodón. Los instruyó en la construcción de casas, a trabajar los metales y, en general, a vivir mejor.
Un buen día, unos sacerdotes y otros dioses celosos de su vida le pidieron a Tezcatlipoca que se transformara en un anciano para poder tener acceso a él. Cuando llegó Tezcatlipoca a la presencia del rey, este le dijo que estaba enfermo y el viejo le prometió que le daría una sustancia que le curaría. Quetzalcóatl probó un poco de la bebida, que no era otra cosa queoctli, algo que él en su vida de abstinencia y rectitud nunca había probado, y le gustó. Quetzalcóatl bebió octli en gran cantidad. No tenía costumbre y le produjo una borrachera que le llevó a cometer actos que a un hombre de su posición no le fueron perdonados. Los sacerdotes le habían incitado a beber, deseaban su perdición y encontraron el momento. Sus enemigos le engañaron y, al verle en su estado, le llevaron a una habitación con la promesa de que yacería con una mujer hermosa. Pero dicha mujer era Quetzalpétlatl, mujer dedicada al culto divino por lo que había contraído los votos de abstinencia. Mantuvieron relaciones sexuales rompiendo todos los votos sagrados que habían prometido. A la mañana siguiente y descubierto el engaño, los sacerdotes le recriminaron de tal forma que Quetzalcóatl, avergonzado y deprimido por la acción que había hecho, decidió marcharse renunciando a todos sus cargos. Se iría de la ciudad abandonando todos sus tesoros y renunciando al trono de su padre. Viajaría hacia el este.
Quetzalcóatl se despidió de las mariposas en Papalotla, cerca de Texcoco, marchó nuevamente a Teotihuacán, allí era venerado como un dios y aquel pueblo eligió para honrarle el más hermoso de los templos. Llevaría el nombre de la Serpiente Emplumada. Después de vivir un tiempo en esa ciudad que le había acogido en su niñez, inició un largo peregrinaje por las altas tierras de su imperio. Le acompañaban muchos de sus partidarios más allegados. Entre ellos Tepexcolco, que, a pesar de su vejez, no quiso dejarle en la soledad de su peregrinaje. Le seguiría hasta que su cuerpo le dijera adiós, solo entonces le abandonaría.
En su largo peregrinar llegó a la ciudad de Cholula, donde fundó un gran templo para adoración de su figura. El pueblo cholulteca, fiel a las doctrinas que ese hombre sencillo y bueno colaboró en la construcción, decidió que aquel templo fuese su lugar de devoción.
El templo de Cholula era una inmensa pirámide con cientos de escalones y al final de ellos se encontraba el santuario de La Serpiente Emplumada.
—Aquí veneraréis a este dios justo y noble, pues es el dios de la sabiduría —manifestó a sus habitantes.
Una vez sembrada las semillas de su reinado entre los habitantes de Cholula, Quetzalcóatl se marchó y continuó su peregrinar siempre caminado hacia el este, deseaba llegar al mar y ver el sol despertar cada mañana. Siguió caminando y llegó hasta Coatepec, «Cerro de las culebras», desde donde vio el Citlaltépetl, «Cerro de la estrella».
Al llegar a la costa de Veracruz, se embarcó en una balsa de juncos hasta Tlapallan y allí sintió que la vida se le escapaba; murió. Se había sentido muy cansado y no deseaba seguir viviendo en aquel mundo. Sus acompañantes sintieron mucho la pérdida. Su cuerpo fue incinerado en una pira y las llamas alzándose hacia el cielo se convirtieron en una estrella muy brillante que se posó en la cima del Citlaltépetl, en donde después de un buen rato desapareció; era como si se hubiese metido dentro del volcán. Se convirtió en el lucero del alba.
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