Después de ellos, y hasta la década de 1970, hubo otras tentativas por estudiar y comprender el presente.1 Sin embargo, en casi todos los casos se trató de emprendimientos aislados que no llegaron a conformar un campo de conocimiento historiográfico propiamente dicho. No fue sino hasta los años setenta del siglo XX cuando la definición del presente como parte del tiempo histórico, y consecuentemente susceptible de ser transformado en conocimiento historiográfico, surgió con un postulado central para la comprensión de las sociedades y su devenir.
Este libro busca continuar con los debates teórico-metodológicos de esta historiografía. En específico, discutir en torno a algunos temas y preguntas. En primer lugar, el concepto que debe utilizarse para referirse a este tipo de historiografía: ¿historia del tiempo presente, historia reciente, historia muy contemporánea?, y en este sentido ¿cómo debe ser comprendido el presente como historia? En segundo lugar, nos interesa discutir la cuestión de quién es el historiador en la historia del tiempo presente, así como sus implicaciones ético-políticas. En tercer lugar, es fundamental la discusión sobre las fuentes para una historia de este tipo, su especificidad y la novedad de algunas, así como los métodos para su tratamiento e interpretación.
I
En sus comienzos, la historia del tiempo presente estuvo asociada al análisis de procesos como los regímenes totalitarios, en particular el surgimiento y la consolidación del nazismo en Alemania y el fascismo en otros países de Europa, y con especial énfasis se asoció al estudio del holocausto y sus derivaciones. Sin embargo, tiene una genealogía compleja, que a finales de la década de los setenta la revela no sólo como un análisis de la catástrofe más reciente, sino como una crítica a los principios ordenadores del presente y un régimen de historicidad, el presentismo, ante el cual tanto el pasado como el futuro colapsan: el pasado se resquebraja ante la incapacidad de ser transformado críticamente en espacio de experiencia, siendo únicamente posible su consumo como una experiencia degradada en lo vintage, y el futuro pierde su cualidad de expectativa utópica, siendo anunciado exclusivamente como un riesgo continuo de catástrofe inminente (Hartog, 2007: 19-41 y 127-158; Traverso, 2016: 7-8). En el presentismo, la historia y la política son hechas fracasar, dejando sólo la técnica y la tecnología como únicos mediadores para hacer inteligible y gobernable lo social. La historia del tiempo presente emerge como crítica a ese régimen de historicidad, y quizá por esto en su praxis sea la historia política la que aparezca como preponderante, pero sin dejar de lado la historia de lo cultural y lo social.
Esta configuración crítica podemos rastrearla también en sus comienzos en Alemania. En el contexto de las negociaciones para la devolución del archivo del Ministerio Alemán de Relaciones Exteriores, capturado por las tropas aliadas en 1945 y enviado a Estados Unidos, fue creado en 1947 el Instituto Alemán para la Historia del Periodo Nacionalsocialista, renombrado en 1952 como Instituto de Historia Contemporánea. Uno de sus primeros directores apuntó el objetivo central de este instituto: “Not the writing of history but its documentation is our prime concern” (Eckert, 2012: 336). Sin embargo, la disputa no estaba sólo en la devolución de los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores, como una fuente para construir la historia del régimen totalitario nazi; también implicó el reconocimiento de un nuevo campo de la disciplina y profesión históricas: el estudio de los procesos actuales y de los vivos. Con la recuperación de los archivos y su disposición para la investigación, tanto el instituto alemán como historiadores en Estados Unidos, involucrados en los trabajos de microfilmación de los documentos, consideraron que se refutaba la crítica que decía que “historians had neither the sources nor the distance necessary to treat the present as history” (Eckert, 2012: 349). Sin embargo, no es sino hasta finales de los años setenta que la crítica comenzó a institucionalizarse en Francia, con la creación de Institut d’Histoire du Temps Présent. Su fundador, François Bédarida, señaló que con la creación del instituto:
Se trataba, a la vez, de incitar a la investigación histórica francesa a enfrentarse a lo muy contemporáneo y de afirmar la legitimidad científica de este fragmento o rama del pasado, demostrando a ciertos miembros de la profesión, más o menos escépticos, que el reto era hacer realmente historia y no periodismo (Bédarida, 1998: 20.)
Es claro que la historia del tiempo presente no sólo emergió como una crítica política, ni como la mera necesidad por explicar la catástrofe más reciente; se configuró como campo disciplinario en un contexto de crisis epistémica, así como política y social, durante la década de los años setenta.
Caracterizada como un periodo de convulsión global (Ferguson, Manela, Sargent y Maier, 2011), no sólo por la internacionalización e interdependencia de las crisis, sino también por su alcance en diversos ámbitos de la vida social, en la década de los setenta del siglo XX se decantaron descontentos acumulados de variada índole, y no siempre con las mismas fuentes, que afectaron la concepción de la historia y las formas de su escritura. Mientras en Europa se vivía la emergencia de procesos sociales que rompían con el dogmatismo marxista, los movimientos de liberación nacional o las protestas estudiantiles, dirigidas principalmente contra la comodidad y el conformismo político de la democracia liberal de posguerra, del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, el descontento fue generado por las largas décadas de silenciamiento y represión contra los sectores de izquierda, social o intelectual; la cacería de brujas de los años cincuenta, la lucha por los derechos civiles, la guerra de Vietnam, el desacuerdo juvenil con el american way of life y otras tantas manifestaciones de rechazo al estado de cosas. En América Latina convergieron la emergencia de los movimientos de liberación nacional, con la Revolución cubana como punta de lanza, y el descontento social, expresado muchas veces por los nuevos sujetos, junto con el surgimiento de nuevos autoritarismos, procesos que abarcaron las décadas de 1960 hasta 1980. Cabe señalar que, en América Latina, en uno de los primeros esfuerzos colectivos por afrontar el estudio histórico del presente, se dibujaron con mucha claridad las características político-epistémicas de la historia del tiempo presente. Pablo González Casanova, coordinador de la obra colectiva América Latina: historia de medio siglo, así lo apuntó:
La obra que hoy publicamos parte de la necesidad de conocer la historia de cada país para actuar en cada país. Y une a todos los países en un esfuerzo conjunto con la certeza de que en medio de las diferencias más significativas nuestros pueblos encontrarán los rasgos comunes que les permitan actuar en forma cada vez más unitaria. Como trabajo pionero sobre la historia actual, la obra contribuirá a alentar nuevos estudios históricos contemporáneos, nuevas monografías y síntesis acerca de las luchas de liberación. […] Los colaboradores de la obra tienen formaciones y posiciones ideológicas distintas. Algunos de ellos son historiadores, otros son politólogos y sociólogos. Todos han logrado escribir la primera historia de la América Latina actual que realiza un grupo de estudiosos. Por lo común los historiadores no se ocupan de la historia inmediata. Los sociólogos y politólogos tampoco. Unos se quedan en el pasado más lejano. Otros consideran que su tarea no es la del historiador. El vacío ha quedado en parte cubierto. Y será cubierto cada vez más en los próximos años (González Casanova, 1977: vii).
Читать дальше