Esto es lo que hace la ceguera provocada por la amígdala: destruye toda una vida en unos segundos. La gran mayoría de la gente que cometió algún crimen, no lo volvería a hacer si tuviera una segunda oportunidad y estuviera bajo el control de la neocorteza. Lástima que muchos no la tendrán. Mucha gente que intenta suicidarse durante una etapa de depresión se ríe –una vez que ha salido de ella– de cómo llegó a pensarlo. Agradece no haber cometido este acto y estar viva. Es una lástima que muchos actuaron bajo depresión y no tendrán la oportunidad de salir y pensar.
He grabado testimonios de algunas personas deprimidas cuando querían quitarse la vida y una vez que salen –les pido que esperen noventa días– no creen lo que oyen: su propio testimonio. Los comentarios son: «No puedo creer que llegué a pensar en esto». «La vida tiene un sentido, lástima que haya llegado casi a perderlo, y a perder la vida. Gracias a Dios que estoy vivo. Ojalá todos tuvieran esta oportunidad de agradecer a Dios». Algunos seguramente estarían reclamándose por no haberse dado esa oportunidad. En sus tumbas.
A modo de conclusión podemos afirmar que una gran parte de la información que recibimos a través de los sentidos pasa a la neocorteza, que la evalúa, analiza, piensa, sopesa, calcula y, enseguida, responde adecuadamente; pero una pequeña parte de esta información va directamente a la amígdala, que nos lleva a responder de forma más espontánea e instintiva: suficiente para cambiar nuestra vida entera en unos cuantos segundos.
Para entender un poco mejor, veamos un ejemplo: al ver una colilla de cigarro encendida, la información (de los ojos) pasa al tálamo y de allí, a procesarse en la neocorteza, la cual nos puede indicar que lo único que tenemos que hacer es pisarla para apagarla; pero mientras la neocorteza analiza, procesa y decide (o está en ese proceso), una parte de la información (de la colilla encendida) llega del tálamo directamente a la amígdala, y ésta, en lugar de procesar o analizar, decide –como siempre, rápida y abruptamente– reaccionar visceral y exageradamente, mandando la señal de un gran incendio y crea una situación de peligro en donde no la hay. Bueno, casi nada, sólo una colilla, pero la alarma de que hay «un gran incendio», «llamen a los bomberos y paramédicos», llega a confundir nuestra neocorteza, la parte pensante y la mente ya no es capaz de distinguir entre la brasa de una colilla (que lo único que necesitaba era ser pisada) y la alarma de un gran incendio.
Así, el poder de la amígdala, con el sentido más primitivo, puede llevar nuestra mente «secuestrada» al pánico y a cometer errores irreparables. «La amígdala puede hacer que nos pongamos en acción mientras la neocorteza –más lenta pero plenamente informada– despliega su plan de reacción más refinada».[6]
La próxima vez que estés bajo fuertes emociones, piensa por lo menos 24 horas antes de tomar alguna decisión.
Comenta Joseph Ledoux: «La emoción es más potente que la razón». En el capítulo El tercer retrovisor: la verdad, legado de mi padre, veremos cómo entrenar nuestra mente y cómo podemos guiar nuestras emociones.
Reflexiones1. No permitas que una colilla incendie el bosque.2. Sé justo, no busques culpables de tus actos.3. El arte de la vida también consiste en saber ver.4. No lastimes, pues las cicatrices permanecen toda la vida.5. Ante emociones intensas, piensa 24 horas antes de tomar una decisión. |
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Una vida con tres espejos retrovisores: tres legados
«Arjuna dijo: ‘¿Oh Señor, cuáles son las señales de aquel cuya conciencia está absorta así en la trascendencia? ¿Cómo habla y qué lenguaje usa? ¿Cómo se comporta? ¿Cómo se sienta y cómo camina?’»
Bhagavad Gita (2.54)[7]
Ahora bien, ¿qué tenemos que hacer para identificar la zona ciega de nuestra mente? ¿Cómo realizar la «cirugía» del cerebro? ¿Cómo disminuir esta ceguera? ¿Cómo reconocer las reacciones primitivas procedentes de nuestro cerebro reptil? ¿Cuáles son los espejos retrovisores que nos van a permitir ver nuestra zona ciega? ¿Cómo podemos controlar nuestros impulsos primarios y así evitar los accidentes en la vida? ¿Cómo cambiar nuestras acciones para así modificar nuestras emociones? En otras palabras, ¿cómo entrenar a nuestra mente?
Tenemos que reprogramar nuestra mente, disminuir lo primitivo que hay en ella y usar a nuestro favor la amígdala, pues sin emociones, la vida sería triste. Tres grandes retrovisores pueden ayudarte a ver tu zona ciega. Primero, la visión, que es distinta de la vista y los demás sentidos. Ésta hará que no cometas los mismos errores y puedas ver las cosas antes de que sucedan. El segundo retrovisor son las virtudes. Éstas te ayudarán a vivir la vida como un buen ser humano, con dignidad, rectitud, innovación, valentía, esperanza, respeto y solidaridad. Y el tercero es la verdad: la acción. Él te ayudará a encontrar el sentido de la vida, a encontrar la respuesta a las preguntas existenciales: ¿para qué vivir y cómo vivir? Estos tres espejos retrovisores constituyen lo que he denominado «mis legados».
Espejos retrovisores: mis tres legados
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