Pedro Ángel Fernández de la Vega - La Sombra de Anibal

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La sombra de Aníbal se proyecta amenazante sobre Roma. Su enemigo más formidable arrincona a la República en la disputa por la hegemonía del Mediterráneo occidental y reta a los más distinguidos políticos y militares. ¿Quiénes tendrán el valor para enfrentarse al cartaginés? Los líderes romanos que asuman el reto lucharán por la victoria entrelazando sus brillantes trayectorias sin abandonar sus inflexibles rivalidades.
Populistas, conservadores, filohelenos, cesaristas y adalides contra la corrupción, hombres carismáticos, agitarán en su favor los resortes democráticos de las asambleas populares y escudarán sus actos en la religión oficial, aunque también serán capaces de establecer concordias frente al enemigo común.
La sombra de Aníbal, del prestigioso historiador Pedro Ángel Fernández Vega, es la historia de los líderes que lucharán por su gloria y por la salvación y la grandeza de Roma.

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FLAMINIO FRENTE A ANÍBAL Y LOS PRESAGIOS ADVERSOS

Tanto Livio como Polibio coinciden en reconocerle a Aníbal una habilidad indudable para provocar a Flaminio y precipitar una batalla premeditada, mientras el cartaginés prepara una emboscada. Sabiendo dónde se encuentra Flaminio, Aníbal emprende una campaña de saqueo, incendio y destrucción en la fértil campiña etrusca, que hace que Flaminio se llene «de un exaltado furor pues le parecía que su persona era objeto del menosprecio enemigo» (Polib. 3, 80). Flaminio ha quedado atrás en el norte, mientras Aníbal avanza hacia el sur, creando la sensación de encaminarse «sin encontrar ninguna resistencia, al asalto de las propias murallas de Roma» (Liv. 22, 3, 7). A juicio de los historiadores romanos Flaminio no muestra entonces la flema reflexiva necesaria para racionalizar y refrenar su impulso, para madurar una estrategia que su propio consejo le expone, y que puede ser útil, pero desde luego no es brillante, ni fácilmente defendible ante el temor de la opinión pública en Roma. Livio entiende que prevalece el anhelo de triunfo por parte de Flaminio por encima de la lucidez, y tanto él como Polibio coinciden en que lo oportuno en ese caso hubiera sido «esperar a su colega para dirigir la acción, reunidos los dos ejércitos, con un propósito y una estrategia comunes» (Liv. 2, 3, 8; Polib. 3, 82, 4).

Ya sea movido por frenar la destrucción de bienes y por el riesgo para Roma, ya por su afán de triunfo y gloria, Flaminio toma, sin embargo, una decisión contraria a lo que le recomienda su consejo y ordena levantar el campamento. Sin embargo, quizá la decisión sea más calculada de lo que Livio y Polibio presentan: si Aníbal se desplaza hacia el sudeste, es porque se acerca al otro cónsul –Servilio– quien está desplazando su ejército hacia el oeste, mientras envía su caballería en vanguardia, para poder reforzar cuanto antes a Flaminio hasta poder unir sus fuerzas (Hoyos, 2015: 112). Esos eran los planes, pero la táctica de Aníbal los superará, envolviendo a Flaminio (Cassola, 1968: 294).

Livio lo muestra colérico, dando órdenes de movilización mientras se justifica: «Dejemos que Aníbal se nos escape de las manos y asole Italia, y arrasándolo y quemándolo todo, llegue hasta las murallas de Roma, y nosotros estémonos aquí sin movernos hasta que los senadores hagan venir desde Arrecio a Cayo Flaminio» (Liv. 22, 3, 10). A los argumentos de estrategia militar, cabe añadir pues, un móvil más, que sería decisivo para explicar la decisión de Flaminio. El general es, antes que nada, un político, y piensa como político que se debate ante dos frentes hostiles, Aníbal y el senado: debe actuar sin dilación, sin aguardar las lentas e incontrolables directrices senatoriales. Pero la versión que los escritores dejan para la historia es prosenatorial, un relato construido tras unos hechos aciagos dirigidos por un político popular que se mueve contra la voluntad de la curia… y de los dioses.

Los prodigios se suceden: el cónsul monta a caballo con decisión, de un salto, pero el caballo titubea en la marcha y despide a Flaminio por encima de la cabeza (Liv. 22, 3, 13; Val. Max. 1, 6, 6; Plut. Fabio 3); Cicerón precisa que esto ocurre ante una imagen de Júpiter, de modo que se trata de un indudable presagio adverso (De la adivinación 1, 77); además, un abanderado no logra desclavar el estandarte y cuando se informa al cónsul, este responde al mensajero: «¿Y no me traes además una carta del senado prohibiéndome entrar en acción?» (Liv. 22, 3, 13; Val. Max. 1, 6, 6; Cic. De la adivinación 1, 77). Y manda excavar, si fuera necesario, para extraer la enseña. Pero el trasfondo político aflora de nuevo. Flaminio actúa hostigado. Se encuentra en el frente, entre el enemigo militar y los rivales políticos, y movido además por el compromiso adquirido con el pueblo de Roma. Así, insta a sus consejeros «a tomar en consideración lo que habrían de decir las gentes de Roma, cuando contemplasen cómo, mientras la tierra era saqueada hasta las puertas de la misma patria, ellos permanecían en Etruria acampados a espaldas del enemigo» (Polib. 3, 82, 5).

Cuando la construcción del relato histórico topa con la mentalidad de un general, con una toma de decisiones, el narrador puede fácilmente crear un discurso parcial, como los que legó la literatura grecolatina al respecto. Por esto es necesario recordar que el cónsul respondía de la coherencia con sus compromisos adquiridos durante la campaña electoral. Frente a él, además de Aníbal, le obstruye la presión del senado… pero también los dioses, que se han dejado oír sin ser escuchados por el arrojado cónsul. El ejército se pone en marcha dividido: por un lado, «con unos oficiales atemorizados por el doble prodigio […] que se habían mostrado en desacuerdo con la decisión», y por otro lado, con «una tropa en general contenta con la arrogancia del general, más pendiente de la expectativa misma que de su fundamento» (Liv. 22, 3, 14). Las legiones, como el pueblo de Roma, están del lado de Flaminio. El relato de Livio es dual pero verosímil. Permite entender por qué se ha llegado a esa situación: Flaminio no confía en sus oficiales, que proceden del entorno senatorial. La tropa muestra afinidad de opiniones con un pueblo que ha depositado sus esperanzas en su líder.

Pero la versión oficial, la que se trasmitió por escrito, contaba con un respaldo supremo, divino. Cicerón no duda cuando presenta a Flaminio como ejemplo de la perseverancia en hacer oídos sordos a la voluntad divina, pues no solo desatiende el doble presagio adverso de la caída del caballo y del estandarte inmovilizado, sino que se resiste a reconocer los auspicios desfavorables de los augures a través del comportamiento de las aves al comer –el tripudio (Spinazzola, 2011: 45)–: «Cuando consultó los auspicios mediante el tripudio, el encargado de los pollos no dejaba de diferir el día de la entrada en combate. Entonces, Flaminio le preguntó qué estimaba que había de hacerse, en el caso de que los pollos tampoco tomaran alimento más tarde. Al responderle aquel que habría que mantener la calma, repuso Flaminio: “¡Pues brillantes auspicios, si puede darse batalla cuando están hambrientos unos pollos, y no se puede en modo alguno cuando están ahítos!”» (Cic. De la adivinación 1, 77). De hecho, Flaminio estaba siendo refrenado. En la versión oficial, Flaminio deviene un ejemplo de irreverencia ante los designios divinos, de falta de respeto a los protocolos establecidos, reo de una intolerable desobediencia a los auspicios conforme a lo que fija la tradición sacerdotal de los augures. Ni reconoce los prodigios, ni respeta los augurios. El desafío a los dioses violenta la pax deorum (Rasmussen, 2003: 161). Flaminio incurre en una neglegentia caerimoniarum y precipita el castigo de Roma (Meißner, 2000: 104). Su suerte, por tanto, y la de sus tropas leales, se explica dentro de su falta de respeto al orden religioso-institucional establecido.

TRASIMENO. EL FINAL

En la visión literaria de los acontecimientos el desastre es fruto de la soberbia de Flaminio: es arrastrado a una emboscada en las riberas del lago Trasimeno, donde las legiones marchan en columna, obligadas por el terreno, hacia donde les espera el ejército de Aníbal. Flaminio, sin explorar el terreno previamente, no advierte que, tras los collados de los flancos, aguardan ocultas las tropas auxiliares y la caballería. Estas caen desde lo alto sobre las legiones romanas que se ven atenazadas entre el enemigo y el lago, mientras avanzan envueltas en la densa niebla de una mañana de junio del año 217 (Polib. 3, 83).

La batalla se prolonga durante casi tres horas de manera encarnizada (Cic. De la adivinación 77; Liv. 22, 6, 1). Servilio Gémino, su colega cónsul, no llega a tiempo de socorrerlo y la derrota supone 15.000 bajas de legionarios y aliados, proporcionando una gran victoria a Aníbal (Liv. 22, 7, 2; Polib. 3, 84; Zimmerman, 2011: 285). Si se consideran los prisioneros y los caídos apenas seis meses antes, en diciembre del año 218 en Trebia, se pueden estimar en más de 55.000 el contingente de soldados perdidos por Roma en medio año (Hoyos, 2015: 112).

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