El área de tiro había que respetarla incluso los días en que no se realizasen ejercicios, a menos que la autoridad militar dijera lo contrario. El día siguiente, que era martes, no habría ejercicios, pero el miércoles sí. La zona de seguridad pasaba a ser al Oeste del meridiano 1º 20’ W por la mañana y de 1º 23’ W por la tarde, y entre las latitudes 44º 21’ N y 44º 28’ N. Esto fue una sorpresa para nosotros, pues en toda la documentación que habíamos consultado indicaban que la zona segura era pegado a la costa, y ahora era al revés, se iba a disparar entre esa longitud y la costa y la zona segura era mar adentro de la línea.
No habría problemas para entrar en Arcachon si llegásemos el día siguiente, martes, entre las 16 y las 20 horas. La pleamar sería a las 18:06 h, pero aunque hubiese luz y pudiéramos atravesar el paso, si llegásemos cerca de las 20 horas tendríamos luego la marea vaciante de cara hasta el puerto de Arcachon, que son dos horas y media o tres más de navegación, con lo que llegaríamos de noche y con la corriente de marea (hasta 5 nudos) en contra. Si no consiguiéramos llegar en hora tendríamos que seguir navegando de noche hacia el Norte, metiéndonos en el miércoles con ejercicios de tiro y con pronóstico de viento de cara.
Posteriormente el pronóstico para toda la semana era de vientos del Norte de fuerza 4 y 5, lluvia, y ejercicios de tiro todos los días. Todo reiterativo como los acordes del bolero de Ravel.
El resumen nos sentó como un bofetón. Desde Capbreton a Arcachon teníamos 60 millas a rumbo directo (más dando bordos) por lo que era casi imposible que las recorriéramos en las 12 horas entre dos pleamares (teníamos que salir de Capbreton en pleamar y llegar a Arcachon también en pleamar) con el viento de cara. Si no llegásemos nos obligaría a pasar la noche en el mar, sin garantía de poder llegar al siguiente puerto, Royan, ya en la desembocadura del Garona, porque son 80 millas más a rumbo directo. O bien a abandonar a mitad de camino y volver grupas, retrocediendo con el viento portante a Capbreton haciendo 60 millas para nada. Nuestra decisión fue madrugar al máximo el martes, incluso saliendo antes de la pleamar en Capbreton, para intentar llegar a Arcachon en esa franja horaria. Nos acostamos pronto para estar descansados el día siguiente. Al preparar la cena tuve la mala suerte de que rindiera su alma el taburete plegable en el que cocinaba, que me permitía hacerlo con la espalda recta en lugar de encorvado, lo que suponía una incomodidad nueva a bordo. A pesar de su simpleza, suponía un inconveniente porque tardé varias semanas en conseguirme otro.
El martes nos levantamos a las cuatro y media para ir a ver el panorama desde el puerto, ya que la pleamar era a las cinco. Y lo que vimos fueron nubes negras como murciélagos de las que caían cuerdas de agua, el paso con rompientes y un rumor parecido al susurro de las hojas muertas, un viento de morro de fuerza 5, y un maretón lleno de borreguitos. Para enfriarte la sangre. Y aunque allí el viento venía del Oeste en Arcachon vendría del Norte, una auténtica pared de viento que nos haría casi imposible llegar en la pleamar. Nos sentimos pequeñitos y no nos pareció prudente salir así, arriesgándonos a un zozobre en el paso, y volvimos a bordo con el pulgar hacia abajo. Nos pasamos la mañana durmiendo, descansando bajo el diluvio. Por la tarde avisamos a Cap Ferret de que no habíamos salido para no generar alarmas innecesarias al ver que no llegábamos (nos habían pedido hora estimada de llegada, tipo de barco y su nombre, número de personas a bordo, etc.) y nos preocupaba que nos estuvieran esperando y al no llegar se temieran lo peor. Nos alegramos de hacerlo así porque realmente llevan un control exhaustivo de los barcos de paso, como comprobaríamos unos días más tarde. Luego fuimos a cargar gasolina, a conocer el pueblo en los intervalos en que escampaba, y hasta la estación de autobuses porque nos temíamos tener que estar allí encerrados hasta cuando las gallinas tuvieran dientes, y queríamos valorar la posibilidad de ir a conocer Bayona o Burdeos en autobús. En el pueblo nos sorprendieron algunas curiosidades, como que en la iglesia hubiera una zona de juego para los niños, para que no se aburrieran en misa (luego lo vimos en más iglesias en Francia) y los enormes muñecos con que marcaban la salida de los colegios, para que los coches aumentaran sus precauciones.
El miércoles nos levantamos en Capbreton a las cinco de la mañana para ir a ver el estado de la salida del puerto. A pesar de los nubarrones y las olas grandilocuentes, que se habían reducido desde el día anterior, decidimos coger a la meteorología por las solapas y salir ese día. En el canal de salida, aparte de nuestra preocupación por el mar ebullendo como una marmita que habíamos visto los días anteriores, justo cuando estábamos en la parte más estrecha nos cruzó un pesquero en dirección contraria y nos adelantó una motora por detrás. Eso añadió un poco de estrés a toda la salida por aquel paso malsano, porque se sumaron las olas que venían del mar con las de las dos embarcaciones. Ya fuera del puerto volvimos la vista atrás para salir de nuestro asombro comprobando que efectivamente nos escapábamos de esa ratonera, donde ya nos habíamos imaginado encerrados una semana y donde, en mi fuero interno, estuve a punto besar la lona y decidir volver a España.
Al salir no habíamos decidido nuestro puerto de destino, nos conformábamos con esperar que ni el barco ni la tripulación fueran martirizados en exceso en la melé. Nuestro destino iba a depender de las condiciones de navegación. En el mejor de los casos intentaríamos llegar hasta la desembocadura del Garona, unas 140 millas náuticas en línea recta, y como plan B nos quedaba la posibilidad de entrar en Arcachon a descansar. En este caso serían 60 millas. Nada más salir tuvimos un viento favorable del Oeste de fuerza 4 que nos permitió navegar las dos primeras horas a toda vela a más de seis nudos y a lomos de las olas. Pero luego, después de un buen rato de dudas como si buscara de qué lado ponerse para fastidiarnos más, se estableció del Norte y de fuerza 5, lo que nos obligó a navegar a la francesa con la vela mayor y el motor casi todo el recorrido. La principal obligación del timonel era evitar los pantocazos, de los que tuvimos varios cientos, como si en lugar de por el mar estuviéramos navegando por una montaña rusa. Como si las cosas que consideramos inanimadas también pudieran quejarse, cada cadenote, cada obenque, cada driza, cada mamparo, maldecía a su manera con un ruido particular. Además había ejercicios de tiro del ejército francés, y nos habían marcado un meridiano que no deberíamos de pasar hacia el Este, concretamente el de 1º 23’ W por la tarde, que es cuando llegaríamos a la zona. Si intentábamos navegar solo a vela el barco abatía y el rumbo se nos abría hacia tierra, y nos llevaba directos a la zona de tiro. Todo el viaje fuimos paralelos una milla y media hacia el Oeste del meridiano prohibido. Quizá penséis que estábamos muy cerca, pero las condiciones de navegación no permitían otra cosa. Menos mal que los militares tuvieron buena puntería y no se salieron de su perímetro.
Con tantas horas de motor se hizo evidente que no nos llegaría la gasolina para alcanzar la desembocadura del Garona, porque si hubiéramos seguido navegando de noche las condiciones de viento hubieran sido las mismas, siempre del Norte. Así que no quedó más remedio que plantearse la entrada en Arcachon. Pero este puerto tiene unas condiciones muy estrictas de acceso: solo puede entrarse en el entorno de la pleamar y en horas del día. Eso nos obligó a forzar la marcha a motor en las últimas horas. A las 16 h ya divisábamos la Duna de Pilatos, en la entrada de Arcachon, y como el ejercicio de tiro finalizaba, en teoría, a las 16:30, llamé por radio al faro de Cap Ferret para preguntar si después de esa hora podía atajar en diagonal hacia la entrada de Arcachon cortando la zona militarizada, para ganar un tiempo precioso. La respuesta (rotundamente no) nos calló encima como los cascotes de un edificio en demolición, y no nos quedó más remedio que seguir contorneando contrarreloj el famoso campo de tiro. Conseguimos llegar a la boya de recalada de la bahía de Arcachon (44º 34,5’ N; 1º 18,3’ W) después de 64 millas náuticas, exactamente a la hora de la pleamar. Las condiciones eran duras, con viento del Norte de fuerza 5 y fuerte marejada (olas de hasta 2,5 metros) pero allí el rumbo cambiaba de ser al Norte como llevábamos todo el día, a ser hacia el Este, con lo que el viento nos entraba por el través. Las olas se calmaron dentro del canal de entrada, y a eso de las 19 horas estábamos en mitad del paso navegando a toda vela bajo un sol espléndido aunque aún hacía frío, y con Alicia al timón.
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