Como elemento vivo que responde a las necesidades de su época, la Universidad ha sido un ente dinámico que se ha situado a la vanguardia de las aspiraciones de la sociedad jalisciense en cada una de las etapas de la historia. Desde su fundación en 1792, esta Casa de Estudio ha sido parte de los acontecimientos públicos y las vicisitudes que han impactado a la sociedad. De acuerdo con Enrique Díaz de León, “Toda nuestra inquieta historia política está relacionada con la Universidad de Guadalajara”. En palabras de José Guadalupe Zuno, en la Universidad “caben todos los Institutos; en ella, todas las ramas de conocimiento humano y de la investigación tienen su lugar natural”.
A lo largo de sus más de doscientos años de historia, la Universidad ha formado múltiples generaciones de destacados profesionistas, líderes sociales, artistas, literatos, pensadores, maestros, científicos y técnicos, quienes con su trabajo cotidiano han puesto y sostienen en alto el nombre del estado de Jalisco.
En particular, durante las nueve décadas que han transcurrido de su etapa moderna, la Universidad ha actualizado sus procesos de gestión y ha innovado sus modalidades educativas, mediante las cuales ha enriquecido las metodologías para explorar los campos disciplinares y las diversas fronteras del conocimiento científico. En este lapso se han consolidado las funciones sustantivas de docencia, investigación y difusión de la cultura, expuestas en su momento por José Ortega y Gasset —en un texto también compilado en este libro—, y han cobrado relevancia, en un proceso de integración, las tareas de vinculación, internacionalización e innovación.
De igual manera, se han incorporado estrategias que han enriquecido el perfil de la Universidad de Guadalajara, como el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación, la educación a distancia, la enseñanza de idiomas, la promoción del deporte, la noción del emprendimiento, la multiculturalidad, el paradigma del medio ambiente, su política incluyente para grupos vulnerables, además de su estructura en Red Universitaria basada en el modelo departamental como eje de la vida académica.
No obstante, persiste el compromiso de atender la creciente demanda educativa y consolidar la calidad académica, así como la responsabilidad de formar ciudadanos íntegros, solidarios y productivos, celosos del bien común, la búsqueda de la justicia y la paz. Ante esto, la Universidad se reafirma como un espacio de confluencia para el análisis crítico, la libertad de expresión, el debate de las ideas, la generación de conocimiento, la difusión cultural y la transferencia de tecnología.
Por todo ello, es un gusto poner esta edición conmemorativa a disposición de los universitarios y de la sociedad, pues representa una estimulante fuente de reflexión en torno a los desafíos de una institución pública de educación superior que “Piensa y Trabaja”, tal como afirma el lema que eligieron sus impulsores en 1925 y que mantiene su actualidad.
Confiamos en que este libro reanimará el diálogo acerca de la esencia y del quehacer de uno de los más grandes baluartes de la sociedad jalisciense, la Universidad de Guadalajara.
Mural inspirado en el Canto IV de La divina comedia, de Dante Alighieri, pintado en 1861 por Jacobo Gálvez y Gerardo Suárez en la cúpula del Teatro Degollado.
Bajo la bóveda del limbo dantesco.
Hace noventa años
Juan Real Ledezma
I
En el Canto IV de La Divina Comedia, Dante Alighieri nos introduce al Círculo Primero o el Limbo, donde están:
“Las almas buenas que no poseyeron la verdadera fe. Espíritus del limbo liberados y subidos al cielo por obra de Cristo. Grandes poetas antiguos y otros espíritus que tienen el privilegio de habitar en un noble y luminoso castillo”.1
Y aunque Dante guiado por su maestro Virgilio encuentre ahí a Héctor y Eneas, al rey Latino y Julio César, a Sócrates y Platón, a Galeno e Hipócrates e incluso a Avicena y Averroes, no por eso el lugar pierde su categoría infernal:
“Topográficamente —escribe Antonio Gómez Robledo—, en efecto, el limbo es parte del infierno, pero en el mismo sentido exactamente que forma parte de un manto o de una túnica su borde, orla o franja: limbus en latín o lembo en italiano. Es la zona indolora del reino doloroso. Pertenece al infierno por la exclusión común de la visión beatífica, pero sin otro tormento que el de la tristeza por esta proscripción; sin otro llanto que el de los suspiros: non avea pianto mai che di sospiri”.2
Este pequeño fragmento de la cosmovisión dantesca de La Divina Comedia, debió excitar significativamente la imaginación del arquitecto Jacobo Gálvez y de su discípulo Gerardo Suárez, para concebir la decoración de la imponente bóveda central del Teatro Degollado de Guadalajara.
Y así, empezaron frenéticamente a surgir ya no en el borde del infierno, sino en una bóveda dorada que se asemeja más al paraíso: los filósofos griegos y romanos Diógenes, Aristóteles, Cicerón, Séneca; los poetas Homero, Eneas, Lucano, Ovidio Nasón; las heroínas Hera, Camila, Electra, Safo, Julia, Lucrecia. Y entre otros Orfeo, hijo de la ninfa Calíope y del rey tracio Eagro que no deja de tañer su lira regalo de Apolo, estremeciendo la naturaleza con árboles y rocas que cambiaban de lugar para seguir su música y con leones que amansaban su ferocidad por la dulzura de sus notas.
Esta cátedra plástica de cultura humanista, felizmente el 12 de octubre de 1925 se encontró sensorialmente al alcance de todos los estudiantes, maestros, padres de familia y autoridades, que ese día tuvieron el privilegio de participar en la inauguración de la nueva Universidad de Guadalajara.
A pesar de la grandeza del acontecimiento, la elección del lugar para realizarse fue un hecho meramente fortuito… Era lunes y se tenía previsto celebrar la solemne ceremonia en el patio de la antigua Real Universidad, pero caía una pertinaz lluvia que la hizo trasladar al recinto del Teatro Degollado.
En 1925 el Teatro aún no tenía la majestuosidad que hoy le conocemos, tras la reconceptualización e intervención del arquitecto Ignacio Díaz Morales. Era más bien un recinto modesto, con fuertes problemas estructurales que se había reacondicionado para los festejos del centenario de la Independencia.
Y entonces, unos minutos antes de las once de la mañana de aquel 12 de octubre, atravesaron un pórtico cochera y una galería deprimente para llegar al vestíbulo3 los miembros de la Comisión Organizadora de la Universidad de Guadalajara:
Aurelio Aceves Peña. Nacido en Zapotlanejo, Jalisco en 1887. Egresado de la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara. Fue director de la Facultad de Ingeniería, y construyó los Arcos de la avenida Vallarta y la cúpula del edificio de la Rectoría.
José María Arreola Mendoza. Nació en Zapotlán el Grande, Jalisco, en 1870. Hizo sus estudios en el Seminario Conciliar de Guadalajara y fue ordenado sacerdote en 1893, distinguiéndose como científico, arqueólogo, paleógrafo y maestro.
Agustín Basave del Castillo Negrete. Nació en Guadalajara, Jalisco, en 1886. En la Universidad de Harvard estudió arquitectura y fue un prestigiado profesor de Literatura. Dirigió la Escuela Preparatoria de Jalisco y recibió las Palmas Académicas de Francia.
José Ignacio Calderón Bonilla. En Guadalajara, Jalisco, nació en 1886. Estudió Comercio en California y destacó en los deportes y en la gimnasia, luego cursó la licenciatura en Derecho. Fue director de la Escuela Preparatoria de Jalisco y de la Facultad de Comercio, y secretario general de la Universidad.
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