Existe consenso en la literatura en cuanto a que, en las economías basadas en el conocimiento, donde la investigación y la innovación son conductoras de la expansión económica, el capital humano avanzado es considerado un prerrequisito clave para el crecimiento y el desarrollo económico (Brunner & Elacqua, 2003; Conicyt, 2014; Gokhberg, Shmatko & Auriol, 2016). Por ello, es muy importante observar el desarrollo de la formación de recursos humanos para la I+D, nuevamente en relación con el caso chileno. En ese sentido, es importante considerar que entre 2016 a 2017, el número de doctorados empleados aumentó un 8 %, una tendencia que se ha venido dando a lo largo de la última década. Históricamente, los detentores de un PhD se han concentrado en la academia con labores de docencia e investigación (Santos et al., 2016), aunque crecientemente lo han hecho también a nivel de centros de investigación no universitarios y empresas11. Sin embargo, la mayor importancia que ha ido adquiriendo el empleo de PhDs se refleja en la reducción del empleo de magísteres, técnicos de nivel superior y otros que se redujo en Chile en 219, 178 y 320 JCE, respectivamente entre 2015 y 2017. Es decir, está ocurriendo un proceso conducente a una mayor calificación del personal que se desempeña en I+D en las distintas instituciones públicas y privadas, lo cual es concordante con la maduración del sistema de educación superior, que también ha impulsado el desarrollo de los posgrados, especialmente doctorados en el ámbito científico12. Además, también se reporta (Ministerio de Economía, 2019) que hubo una caída del 15 % en otro personal de apoyo a la I+D, la que se concentró principalmente en empresas, en forma concordante con la evolución observada en el gasto de ellas en I+D.
Es importante destacar que en Chile existe 1 trabajador (investigador) en el ámbito de I+D por cada 1.000 trabajadores, lo que se compara muy pobremente con lo observado en otros países de la OECD.
Investigadores en el ámbito de I+D por cada 1.000 trabajadores
Dinamarca 14
Corea 13.3
Japón 10
Estados Unidos 8.7
OCDE (PROM) 7.7
España 5.5
Letonia 3.2
Chile 1.0
Fuente: Ministerio de Economía, Fomento y Turismo de Chile (٢٠١٨).
La demanda de PhDs deriva de la necesidad de investigación científica predominantemente en las universidades y en desarrollo e innovación, especialmente en las empresas. Como lo constata la agenda para la innovación 2010-2020 (Clic, 2010), la ciencia de base es clave para dar capacidades a la sociedad para generar y aplicar conocimiento, para buscar soluciones a problemas concretos y es, asimismo, factor importante para la formación de profesionales de calidad.
La sociedad de la información
Castells (2009) describe la sociedad de la «información y/o conocimiento», entre otras, como aquella que supone el uso intensivo de tecnologías involucradas en un nuevo y limpio estilo de producción, junto a la distribución de productos dentro de una modalidad flexible. La evolución de la sociedad, desde una sociedad con fábricas humeantes y sucias hacia una sociedad postindustrial, de industrias con tecnología limpia, nuevos sistemas multimedia masivos de comunicación e información para el consumo, para a su vez desembarcar en otro medio basado en el intercambio sinérgico de información y conocimiento, es visto de manera muy optimista. Se trataría de una sociedad con oportunidades inigualables para todos. Persiguiendo este propósito, los países desarrollados realizan altas inversiones en educación, capacitación, investigación, comunicación, desarrollo e innovación, generando con ello un gran impacto en la industria, en la administración y en el desarrollo de comunidades y organizaciones. Como hemos señalado, este esfuerzo es menor en el caso de un país como Chile, que para estos efectos constituye un ejemplo de país en desarrollo.
Esta energía que «transforma y mueve» a las sociedades se halla en las ideas, en el aprendizaje y en el conocimiento. Trabajo y producción, hogar y consumo, comercio y entretenimiento, globalización económica e internacionalización de mercados y capitales, nuevos modelos de organización empresarial con deslocalización territorial industrial, con propuestas educativas transnacionales dadas por la aparición de nuevas herramientas de hardware y software aplicables a la gestión del conocimiento. Estos desarrollos desafían con generar múltiples inequidades y desfasajes digitales, atentando a la privacidad para obtener un efectivo control social y una normalización cultural de nuestras vidas. Y todo esto solo por nombrar algunos pocos pero complejos rasgos del tránsito actual de nuestras sociedades.
Es también importante evaluar la complejidad que envuelve diferentes elementos y procesos de la información y comunicación13. Para desarrollar una economía de conocimiento, la ciencia, la ingeniería y la tecnología son imprescindibles en la creación de nuevas ideas, tanto como para realizar la innovación y proporcionar una base de nuevos productos, procesos y servicios. Por lo tanto, es imprescindible pensar en la formación de los científicos e ingenieros como también en los emprendedores necesarios para sacar el mayor provecho de las oportunidades creadas. Chile, al igual que los demás países en desarrollo en Latinoamérica, necesita una transformación en la educación superior de los profesionales, así como mejorar las gestiones políticas, planificación y pensamiento estratégico en las instituciones de formación superior. Según Niall Fergusson (Hoover Institución, Stanford and Harvard Universities), los seis requerimientos de una economía exitosa son:
Competencia
Innovación científica
Derechos de propiedad diversos
Acceso a la medicina moderna
Una sociedad de consumo
Una ética de trabajo
La mentalidad minera y el persistente subdesarrollo
Chile lleva más de doscientos años de independencia de su cliente
imperial (España), pero en cierto modo sigue en su papel de productor de
materia prima (o sea productos primarios) para otros países más
desarrollados. Continúa la ausencia de «integración vertical», que incluye el proceso y tratamiento de las materias primas para sumarles mayor valor agregado. De este modo se podría conseguir, por ejemplo, la conversión de minerales en metales valiosos, como cobre y litio, incorporados en productos más elaborados. Los enfoques de los reformadores chilenos se han basado en ideologías puras como las de Karl Marx (el modelo socialista) y Milton Friedman (el libre mercado). Ninguno de los dos modelos, sin embargo, ha logrado cambiar la «mentalidad minera» o «mentalidad colonialista», que sigue en evidencia en Chile y que se constituye en una de las mayores debilidades de su economía, al hacerla significativamente sometida a mercados de exportación dominados por los productores finales, y dependiendo fuertemente de importaciones más elaboradas y de mayor valor. Este modelo de «mentalidad minera» se aplica asimismo a los demás países latinoamericanos, donde cambia simplemente el recurso básico que se explota: petróleo, estaño, café, frutas, etc.
La mentalidad minera a la que aludimos se puede definir como la de «extraer los recursos naturales sin crear un producto nuevo e invertir para alcanzar una producción más sofisticada, con mayor valor agregado». Es decir, se trataría de seguir explotando los recursos primarios sin considerar los daños colaterales o la menor sostenibilidad de la producción futura, y sin invertir en la integración vertical con otras industrias. La «mentalidad colonialista», por su parte, consiste en hacer lo de siempre, ya que es tentador y sencillo mantener la mirada solamente en el corto plazo. En combinación, las dos aludidas mentalidades dan como resultado una alta dependencia de la explotación de las materias primarias, hasta que estas se agotan o hasta que quienes compran encuentren otra fuente o incluso descubran una manera de prescindir de ellas. El caso del salitre chileno que en los años treinta fue sustituido por un producto elaborado en Europa, es emblemático a este respecto.
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