La primera cartuja de mujeres surgió entre 1145 y 1147, cuando san Antelmo recibió una solicitud de incorporación del convento de San Andrés de Prevayon (Provenza). Encargó al beato Juan de España que escribiese una regla ex profeso para ellas, inspirándose en las Costumbres del Venerable Dom Guigo, quinto prior de la cartuja. Es peculiar de las monjas cartujas la solemne consagración recibida del obispo a los cuatro años de profesar votos simples, si ya se ha cumplido el primer cuarto de siglo. Este rito lo recogió la Orden de las Religiosas de Prevayon, que a su vez lo habían recibido de san Cesáreo de Arlés (470-542), ya que seguían su regla antes de abrazar la de la Cartuja. También aquí cumple el axioma del Libro de los Probervios: nihil novum sub sole, nada hay nuevo bajo el sol.
El jesuita Nieremberg describió la Cartuja como una escuela de ángeles, un noviciado de bienaventurados, un olor del Paraíso, un campo sembrado de gloria y regado de gracias. Los cartujos, al igual que la práctica totalidad de las instituciones que abordamos en este libro, confían en que su iniciativa durará hasta el fin de los tiempos, stabilitas illius, mundi duratio.
Algunas enseñanzas
Un nuevo proyecto es muchas veces una serendipia
Una vida de esfuerzo facilita triunfar ante nuevos retos
Toda existencia se ve agitada por vaivenes a los que hay que resignarse con dignidad y, siempre que sea posible, con buen humor
Ad consilium ne accesseris, antequam voceris, o no hay que dar consejos antes de que se pidan
Defender el propio proyecto no es sencillo porque otros tratarán de aprovechar nuestro trabajo para diferentes fines, quizá también laudables
Adulator propriis commodis tantum studet, o el adulador solo tiene presentes sus propios intereses
Centrarse en lo esencial y no en la mera imagen suele dar buen fruto en el medio y largo plazo
No existe un único modelo organizativo
Los procesos de assessment deben ser rigurosos para asegurar el bien del individuo y del proyecto
La reflexión y poner en sordina la aceleración y la palabrería contribuyen eficazmente a la solidez de las iniciativas
Juzgar decisiones ajenas es sumamente complejo
Las Cruzadas (1095)
La acronotopología es indisposición frecuente en los nescientes y más en general en quienes simplifican la realidad. Consiste en interpretar momentos, circunstancias y procederes sin calar en las coordenadas de tiempo y lugar en los que los sucesos ocurren. La historia está llena de ejemplos. ¿Cómo explicar, verbigracia, los anuncios que en los albores del siglo XX aconsejaban fumar para la mejora de la salud, comenzando por el incremento de la circulación sanguínea? O, ¿cómo explicar que, durante siglos, hasta tiempos recientes, se recomendaran las sangrías como remedio eficaz para muchas enfermedades? Y más incoherente aún, ¿cómo es posible que tantos asuman acríticamente que millones de niños no nacidos sean sacrificados en la actualidad mediante el aborto cuando existen evidencias científicas de su individualidad como personas desde la concepción? Toda organización debe ser consciente del tiempo y el lugar en el que se halla. Rara vez otras coordenadas son exportables. Deben servir para aprender de aciertos y errores, no convertirse en referencia a mimetizar de forma irreflexiva.
La concepción de religión y política intrínsecamente unidas ha estado presente en múltiples circunstancias. Sin ir más lejos cuando algunos autores de la Roma imperial consideraron que era necesario acabar con los brotes cristianos porque, según ello, esa religión no casaba bien con un ordenamiento en el que los dioses se alineaban con las decisiones del emperador. Ese mismo error se introdujo en la mente de legisladores de inspiración cristiana. Personajes tan ilustres e ilustrados como Pío IX consideraban que apearse de manifestaciones de poder y soberanía terrenal significaba hacerlo en el mensaje. Pasado el tiempo, muchos consideran que fueron providenciales aquellos sucesos para que la Iglesia centrase sus esfuerzos en lo propio, llevar los hombres al Cielo y el Cielo a los hombres. Prescindir de territorios y más en el fondo del cesaropapismo se ha mostrado positivo. Sin embargo, cuando se escriben estas líneas sigue habiendo quienes añoran circunstancias en las que el poder espiritual y el temporal se entremezclaban e incluso se juzgaban indisolubles.
Concebir las Cruzadas con la mentalidad actual no es viable, como tampoco lo es comprender la evangelización de América u otros continentes. En el presente, con más frecuencia que en los siglos a los que vamos a hacer referencia, muchas personas, en buena medida influidas por el Evangelio, buscan soluciones a los desacuerdos de forma dialogada con valores que han sido asumidos recientemente por Occidente y que, en momentos de crisis, por insensible que pueda sonar, no son siempre eficaces. Pensemos en la urgencia de acabar con la Alemania nazi que sentían quienes desembarcaban en las playas de Normandía el 6 de junio de 1944. Hubo tiempos en los que la alternativa más común no era la fuerza de la razón, sino la razón de la fuerza. Hoy en día subsiste esa misma lógica en bastantes, como muestra el inhumano comportamiento del Estado islámico o de los partidos comunistas o populistas en pleno siglo XXI.
Ante la agresiva expansión del islam, que buscaba aniquilar a las otras religiones, las demás culturas y religiones se defendieron. La llegada de partidas fanatizadas a España en el 711, que aprovecharon las pugnas internas para adueñarse de la práctica totalidad de la península, marcó el comienzo de una conflagración que duraría hasta el año 1492 en que los Reyes Católicos reconquistarían Granada, último baluarte español en manos de los musulmanes.
Pero España, con el ejemplo paradigmático de las Navas de Tolosa, nominada Cruzada por Inocencio III, no fue el único frente de aquella jarana entre civilizaciones. Las dos religiones luchaban, no solo por sus creencias, sino por proponer o imponer modos incompatibles de ver el mundo.
Desde 1071, cuando los turcos de apoderaron de Asia Menor, los viajes religiosos a Tierra Santa se tornaron casi inviables. Esas peregrinaciones eran de máxima importancia para los católicos de la época. En 1086, las hordas de Orthok se apropiaron de Jerusalén y devastaron los templos cristianos. Se hizo del todo imposible visitar los santos lugares. Urbano II (1042-1099), de raíces cluniacenses –llegó a ser prior de la orden–, convocó a los occidentales para la guerra. La experiencia de España servía de ejemplo. La demanda de ayuda había sido presentada por representantes de Alexio, emperador bizantino –protagonista de la maravillosa crónica Alexiada, escrita hacia 1148 por su hija, Anna Comneno–, en el sínodo de Piacenza de 1095. Fue el impulso definitivo que precisaba Urbano II. En el sínodo de Clermont de noviembre de ese mismo año se dirigió a los doscientos prelados, a los nobles y a los numerosos fieles presentes:
«Bien amados hermanos (…), yo, Urbano, que llevo con el permiso de Dios la tiara pontifical, pontífice de toda la Tierra, he venido aquí hacia vosotros, servidores de Dios, en calidad de mensajero para desvelaros la orden divina (…). Es urgente llevar con premura a vuestros hermanos de Oriente la ayuda tantas veces prometida y la necesidad apremiante. Los turcos y los árabes los han atacado y se han adelantado en el territorio de la Romania hasta esta parte del Mediterráneo que llamamos Brazo de San Jorge (El Bósforo) y, penetrando siempre más hacia delante en el país de esos cristianos, les han vencido siete veces en batalla, han matado y hecho cautivos a gran número, han destruido las iglesias y devastado el reino. Si los dejáis ahora sin resistir, extenderán su oleada más ampliamente sobre fieles servidores de Dios.
Читать дальше