Tampoco es totalmente verdadero que el Ejército de Línea cerrara monolíticamente filas junto al Presidente de la República. A Balmaceda se sumaron, fundamental y principalmente, los generales y oficiales superiores que desde algún tiempo o bien venían ocupando puestos políticos, o manifiestamente se habían declarado simpatizantes incondicionales del Presidente. Así, el general Velásquez había integrado durante 1890 dos gabinetes ministeriales y en 1891 había integrado el Congreso constituyente convocado por Balmaceda; el general Gana asumiría como ministro de Guerra; los generales Barbosa y Alzérreca se habían declarado públicamente simpatizantes y leales al Presidente y habían ocupado cargos de confianza política.
Refiriéndose a este tema Alejandro San Francisco señala “… que en realidad el ejército como un todo no siguió a Balmaceda en 1891, sino que lo acompañaron básicamente los generales, particularmente aquellos que habían sido partidarios de la administración en 1890, así como también los altos mandos castrenses, y una parte importante del resto de la institución. Pero una idea ampliamente difundida es que no quedaba clara la lealtad verdadera de las tropas balmacedistas” 53. Esta idea, de diversidad de intereses entre los altos mandos y la tropa, es reafirmada en la carta que el entonces ministro de Relaciones Exteriores Ricardo Cruzat le enviara al presidente Balmaceda, en la que le señala que “…los jefes del Ejército declaran que las tropas no les inspiran la menor confianza, que ellos sabrán morir en el campo de batalla, pero que no le tienen fe a sus subordinados” 54. La carta del ministro Cruzat efectivamente fue premonitoria, como más tarde lo demostrarán el heroico comportamiento en el campo de batalla de los generales Barbosa y Alzérreca y la deserción, antes y durante las batallas de Concón y Placilla, de numerosas unidades presidenciales al bando congresista.
La adhesión del generalato al Presidente no fue obstáculo para que importantes jefes castrenses, entre los que destacaron Estanislao del Canto, Adolfo Holley y Jorge Boonen, se sumaran al bando congresista. También lo hizo el profesor de la Escuela Militar y de la Academia de Guerra, teniente coronel Emilio Körner Henze. Al respecto en sus “Memorias Militares”, el coronel Del Canto señala que “…después de la llegada de los señores Orrego y Körner continuó incorporándose en las filas constitucionales una multitud de jóvenes y caballeros, hasta completar el número de cuatrocientos ochenta y dos, desde el 20 de enero hasta el 16 de agosto de 1891…” 55.
La guerra civil, como más adelante quedará en evidencia, fue un asunto de las elites política, económica y militar. El pueblo —que sería el que en definitiva sufriría las consecuencias con mayor dureza— no fue un actor relevante en el desenfreno de las pasiones. Los soldados eran necesarios para combatir, pero particularmente en el caso del ejército presidencial, casi ni sabían ni entendían por qué tenían que luchar. Acudirían al campo de batalla obligados y sin ideales por los cuales arriesgar sus vidas. Los que se unieron al ejército congresista sí actuarían más motivados por la causa. Como se verá, en definitiva, será esto lo que hará la diferencia.
TABLA Nº 4Oficiales destacados del Ejército que combatieron en la Guerra Civil de 1891 por el bando presidencialista.
Tabla de elaboración propia con datos obtenidos en: Archivo General del Ejército, Fondo Histórico. Ministerio de Guerra y Marina y Hojas de Servicio.
Durante 1890 la intranquilidad y crispación política se había generalizado en la sociedad chilena y, por supuesto, también había afectado al Ejército. Las inquietudes y diversidad de opiniones castrenses fueron progresivamente transitando hacia públicas demostraciones, como por ejemplo la acaecida el 26 de mayo de 1890, fecha en que se conmemoró el aniversario de la batalla de Tacna. Mientras en La Moneda el Presidente de la República homenajeaba en una cena a algunos jefes militares que habían participado en dicha batalla, los oficiales de la guarnición de Santiago se reunieron en una comida en el restaurante Melossi, de la Quinta Normal de Agricultura. El clima de amistad y camaradería que reinó en los festejos se vio alterado al dirigir la palabra a los asistentes el coronel Estanislao del Canto 56, de gran fama por su brillante participación en la Guerra del Pacífico y quien —pese a haber participado en la batalla de Tacna como comandante del 2º de Línea, no había sido invitado a La Moneda— en parte de su alocución expresó “…sabéis señores... que si el honor del soldado está ceñido al puño de su espada, no dudeís señores que la lealtad del Ejército para con el Gobierno será inmutable; pero entended que es con el Gobierno que hemos aprendido a conocer desde la escuela y que, como todos sabéis, se compone de tres poderes: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. La Constitución señores, no ha podido ponerse en el caso de un divorcio entre estos poderes. El Ejército aunque en una situación difícil, sabrá cumplir con los mandatos de la Constitución, porque es digno y ama a su patria” 57. El mensaje al ejecutivo era fuerte y claro.
El discurso del coronel Del Canto, que reflejaba claramente cuál era su posición, era una evidente referencia a la situación política del momento y aunque el trató de explicar el incidente señalando que sus dichos habían sido distorsionados, al ser transmitidos a los que estaban en La Moneda en términos alarmantes, el hecho dio como resultado un sumario que terminó con Del Canto destinado como Ayudante de la Comandancia General de Armas en Tacna, donde en todo caso no estuvo mucho tiempo, ya que conocida la sublevación de la Escuadra, en enero del año siguiente, se sumó a las fuerzas congresistas en Iquique y después de participar activamente en las diferentes acciones de las operaciones en el norte del país, asumió la tarea de la organización del incipiente ejército congresista.
Como se señalara, el 7 de enero de 1891 la Escuadra había tomado rumbo a las provincias del norte con el objetivo de conquistar un territorio y conseguir los recursos necesarios —ya que ahí estaba la riqueza generada por el salitre— para iniciar las operaciones contra el gobierno. El 12 de enero arribó al puerto de Iquique, capital de la provincia de Tarapacá y centro de la riqueza salitrera. Inmediatamente se declaró su bloqueo y el de Pisagua, dando inicio de esta manera a una serie de acciones militares que en solo cuatro meses pondrían bajo el dominio congresista las provincias de Tacna, Tarapacá, Antofagasta y Atacama.
En el norte realmente no hubo operaciones, sino acciones menores de tropas de ambos bandos en actuaciones independientes y en lugares distantes. No hubo empleo masivo de fuerzas en forma planificada, pues las acciones se desarrollaron durante la etapa de movilización y reclutamiento de las fuerzas. Es por ello que solo se puede hablar de combates en Zapiga, Alto Hospicio, Pisagua, San Francisco, Huara y Pozo Almonte 58. Así, luego de una serie de encuentros entre las fuerzas del coronel Del Canto y las del gobierno, el 7 de marzo de 1891, tuvo lugar el combate de Pozo Almonte, en el cual de los 1.300 hombres de las fuerzas balmacedistas, quedaron 400 tendidos en el campo de batalla. El coronel Eulogio Robles, su Comandante, fue uno de ellos. Esta última derrota gobiernista significó la pérdida total y definitiva de la provincia de Tarapacá para Balmaceda, a la vez que señaló su dominio por los congresistas con todos los recursos económicos con que contaba. A la larga, traería la merma del norte del país para el Gobierno por la imposibilidad de defenderlo.
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