Habiendo el capitán Körner conocido los planes de estudios de la Escuela Militar, llegó a la drástica conclusión que para formar adecuadamente a los futuros oficiales era necesario reformular sus programas y planes de estudio, ya que según su parecer, la Escuela se asemejaba más a un politécnico con disciplina militar que a un instituto formador de oficiales de ejército 19. Respecto a los reglamentos, señalaba que ellos eran anticuados y con numerosos vacíos y deficiencias.
Las críticas de Körner y Boonen Rivera tuvieron una amplia acogida por parte del presidente José Manuel Balmaceda —quien había asumido el gobierno en septiembre de 1886—, por lo que siete meses más tarde, el 12 de abril de 1887, decretaba la reforma a los planes de estudios de la Escuela Militar.
Estos planes databan de 1883 y tendían a una enseñanza enciclopédica de los alumnos en desmedro de los ramos militares y científicos que precisaban los futuros oficiales. La educación humanista recibida por los alumnos era equivalente a la contenida en los programas de los colegios de nivel superior del país, pero debido a ello absorbían demasiadas horas en los ramos generales en menoscabo de las materias militares. Así lo reconoció el decreto reformador al señalar en su punto 1 “…El plan de estudios de 1883 presenta diversos inconvenientes, entre los cuales se encuentra el excesivo desarrollo dado a los ramos que no son de aplicación de la milicia” . El nuevo Plan de Estudios dio especial énfasis a la enseñanza de las matemáticas, puesto que, según lo señala su punto 4 “…considerando el estado actual de la ciencia militar, es indispensable que el estudio de las matemáticas sea la base de los que se dedican a la carrera de las armas” 20.
Ese mismo año 1887, el 31 de mayo, se fundaba en Santiago la Escuela de Clases. En el respectivo decreto se señalaba que ella tenía como finalidad dar una mayor instrucción a los clases, ya que según lo establecía la legislación correspondiente “…la táctica moderna asigna a los cabos y sargentos una parte importante en el servicio de campaña y durante el combate” 21.
De esta forma se empezaba a producir —desde las “almas mater” de oficiales y suboficiales— un cambio trascendental en el Ejército, cuyos integrantes hasta esos entonces soldados románticos, comenzarían con el paso de los años, a transformarse en profesionales de la guerra. La guerra, empezaba a ser vista ya no como un oficio o solamente como un arte, sino como una ciencia exacta, como una profesión. En opinión del profesor Brahm “…para el militar chileno que se mueve en torno al cambio de siglo, (del XIX al XX), no cabe ninguna duda que la guerra había pasado a ser una ciencia y además exacta y que sus cultores debían tener el más alto grado de formación científica” 22.
Este proceso de cambios y de reflexión profesional quedó en evidencia con la creciente edición de un conjunto de revistas militares 23, que se convertirían en un adecuado instrumento para la divulgación y debate de temas profesionales, contribuyendo a que los oficiales dispusieran de un espacio para el análisis y discusión. A través de sus propios órganos de difusión académica, el Ejército —probablemente sin tener plena conciencia— lenta y progresivamente, comenzaba a estimular una profunda evolución científico militar, reaccionando contra los antiguos dogmas 24.
Sin embargo estos vientos renovadores no alcanzarán a modificar sustantivamente al Ejército al momento de la revolución, ya que fue a inicios de esta etapa de renovación cuando se desencadena la Guerra Civil de 1891 —la que se convirtió en un paréntesis breve de este proceso—, la que a su término, con la victoria de las fuerzas congresistas, adquirirá nuevos impulsos.
Según lo establece la Memoria de Guerra de 1890 25, la dotación autorizada de los cuerpos del Ejército de Línea 26ascendía a 5.885 hombres. A su vez, éste ejército estaba constituido por quince cuerpos de tropa: ocho batallones de infantería, tres regimientos de caballería, dos regimientos de artillería de campaña, un batallón de artillería de costa y un batallón de zapadores. Para estas unidades, así como para todos los demás servicios del Ejército, existía al 31 de mayo de 1890, una dotación de 945 oficiales.
TABLA Nº 1Fuerza del Ejército de Línea (1886 – 1890).
Fuente: Memoria de Guerra (1886 – 1890). Archivo General del Ejército. Recopilación de Leyes, Decretos, Reglamentos y Disposiciones de carácter general del Ministerio de Guerra (Roberto Montt y Horacio Fabres).
En 1890, además del Ejército de Línea, existía una fuerza militar integrada por voluntarios llamada Guardia Nacional, la que creada por Diego Portales en los albores de la República, sirvió efectivamente en las guerras de 1836 a 1839 y de 1879 a 1884 27.
Finalizada la Guerra del Pacífico, había cesado en sus funciones el cargo de General en Jefe del Ejército de Operaciones y se había disuelto el Estado Mayor General, conservándose solamente éstos en el Ejército del Sur 28, y conforme a lo previsto por la Ordenanza General de 1839, la estructura del mando se retrotrajo a la modalidad existente antes del conflicto, volviendo a ser el Ministerio de Guerra el organismo director del Ejército, según lo había dejado claramente establecido, en mayo de 1890, el Reglamento Orgánico del Ministerio de Guerra.
TABLA Nº 2Efectivos del Ejército y de la Guardia Nacional.
Fuente: Alejandro San Francisco. The Civil War of 1891 in Chile. The Political Role of the Military, Tesis Doctoral, University of Oxford, 2005, p. 91.
Bajo la autoridad del Ministro se encontraban el Inspector General del Ejército y el de la Guardia Nacional, los que en su verdadero sentido no eran autoridades de mando, porque el Ministerio se entendía directamente con las unidades de tropa cada vez que lo estimaba conveniente, de tal forma que las funciones del Inspector General se limitaban a revistar las diferentes unidades y a tramitar la correspondencia entre estas y el gobierno, y sobre todo a vigilar que se cumpliera a cabalidad lo establecido en la Ordenanza General del Ejército de 1839, aún vigente en 1890, que en su título XLIX, artículo 1º señalaba que el Inspector General del Ejército tendría entre sus funciones la de “... vigilar que los cuerpos de que se compone el Ejército sigan sin variación alguna todo lo previsto en la Ordenanza, para su instrucción, disciplina, servicio, revistas, manejo de caudales y su interior gobierno; que la subordinación se observe con vigor y que desde el cabo al coronel inclusive, cada uno ejerza y lleve las funciones de su empleo; que la tropa reciba puntualmente su vestuario y demás auxilios... y que la uniformidad de los cuerpos sea tan exacta en todo asunto, que en cosa alguna se diferencie un cuerpo de otro” 29.
Para acentuar aún más en esta falta de mando del Inspector General, en las provincias y departamentos del país, las fuerzas debían subordinarse a los respectivos comandantes de armas —intendentes y gobernadores— quienes eran los representantes directos del Presidente de la República, a los cuales incluso debían solicitar su autorización para realizar actos que eran absolutamente castrenses. Se presentaba de esta forma una dualidad de mando, que indudablemente incorporaba visiones político-administrativas a las decisiones militares. De lo anterior, se deduce que aun cuando era el Ministerio de Guerra el que tenía el mando del ejército, había una fuerte injerencia del Ministerio del
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