En definitiva, con este trabajo esperamos efectuar una contribución que otorgue, desde un ángulo diferente, nuevas luces respecto a dos de las batallas más sangrientas de nuestra historia militar, que desde el punto de vista del país marcaron el término de un sistema de gobierno para dar paso a otro, y que desde la perspectiva del ejército, pusieron término a un modelo de ejército —que habiendo sido exitoso, evidentemente estaba agotado— dando paso a otro, que con ciertos ajustes, en su esencia, perdura hasta nuestros días.
CAPÍTULO I
El Ejército y la revolución
CAPÍTULO I
El Ejército y la revolución
“La Pacificación de la Araucanía y las victorias obtenidas por Chile en las guerras contra la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839) y Guerra del Pacífico (1879-1884), no solo incrementaron el territorio nacional sino que a la vez aportaron nuevas riquezas al país. Paralelamente a ello, esos triunfos fortalecieron el prestigio de las instituciones armadas al hacer ver a Chile no solo como un país guerrero, sino que también, como una nación triunfante y orgullosa” 3.
La situación del Ejército
La gran valoración que la opinión pública —hacia 1891— tenía del ejército vencedor de la Guerra del Pacífico era una clara expresión de la satisfacción y orgullo que la sociedad chilena tenía por esta institución. A esta visión, en una actitud autocomplaciente, adhería la mayor parte de la oficialidad, perdiendo de vista y desechando la oportunidad de evaluar en forma más crítica los procedimientos de combate del pasado y que aún estaban vigentes. Desaprovechando así la ocasión para analizar con mayor interés los métodos de combate que nueve años antes en Europa, habían sido sometidos a prueba en la Guerra Franco-Prusiana, en la que ambos contendores habían empleado un armamento similar al usado en la Guerra del Pacífico 4.
El diagnóstico exitista que dominaba los análisis era un factor determinante para que la participación del Ejército en la Guerra del Pacífico fuese evaluada con suma benevolencia; para el general Francisco Javier Díaz Valderrama esos brillantes éxitos obtenidos con relativa facilidad habían cegado a la mayoría de los oficiales, dejándolos con la profunda convicción que los procedimientos tácticos y estratégicos, así como la organización militar adoptados en la guerra, habían sido los más perfectos que fuera posible imaginar 5. Como se ve, es más fácil tomar conciencia de los errores cuando se fracasa o se es derrotado, ya que es en esas circunstancias cuándo uno se ve obligado a revisar en qué se falló. Cuando se ha tenido éxito, se tiende a ser autocomplaciente y por lo mismo, a evitar la autocrítica y a mantener el orden existente.
Pese a ello, hubo quienes captaron que en la guerra recién acabada —independiente de la gloria alcanzada en los campos de batalla— se habían cometido errores que era necesario enmendar. En efecto, ya en 1882 el general Emilio Sotomayor Baeza, habiéndose hecho cargo nuevamente de la dirección de la Escuela Militar, estimó conveniente interesar al gobierno en la contratación de oficiales extranjeros para que se desempeñaran como profesores en ese instituto 6. Para él estaba claro que la valentía, el coraje y la voluntad vencedora del soldado chileno ya no bastaban para decidir el resultado de una conflagración.
De igual forma, al finalizar la Guerra del Pacífico, el almirante Patricio Lynch 7había representado al presidente Domingo Santa María y a su ministro José Manuel Balmaceda (a la sazón, de Relaciones Exteriores), los errores evidenciados durante la guerra por el arma de Artillería y el Estado Mayor, además de la inmadurez mostrada por la oficialidad 8.
Es así, como el gobierno del presidente Domingo Santa María instruyó al ministro de Chile en Alemania, don Guillermo Matta, para que buscara instructores en Europa que trajesen a nuestro país los aires renovadores de los ejércitos más avanzados de la época. Dichas gestiones culminaron con la contratación del capitán Emilio Körner 9para desempeñarse como profesor de ramos militares en la Escuela Militar de Chile.
Capitán Emilio Körner Henze. Fuente: Museo Histórico y Militar de Chile.
La llegada de Körner al país, a fines de 1885, sería determinante en todas las reformas que a partir de su arribo se iniciarían en el Ejército. De inmediato se incorporó a las actividades de la Escuela Militar y de la Academia de Guerra, establecimiento que se fundó poco después de su llegada. Era sin lugar a dudas la respuesta esperada frente a lo que, en opinión de Enrique Brahm, era el “…estado de abandono en que se encontraba la formación de la oficialidad, compartido por las más diversas instancias involucradas en el tema” 10.
Ha llegado el momento, señalaba en diciembre de 1885 la Revista Militar de Chile de “…reformar absurdas y viejas prácticas, de sustituirlas con otras más en armonía con el espíritu moderno, de devolver a España sus hoy vetustas leyes y reemplazarlas con otras de más adelantado criterio” 11.
La Academia de Guerra fue fundada por decreto supremo del 9 de septiembre de 1886 y los primeros cursos, que duraban tres años, se iniciaron el 15 de junio de 1887 12. A fines de 1890, los diecisiete oficiales que habían integrado el primer curso terminaban sus estudios, mientras otro grupo de solo quince se iniciaba en su primer año 13. Debido a los acontecimientos de la revolución, el 9 de enero de 1891, la Academia fue clausurada, poniéndose término abruptamente a los estudios de este segundo curso, por lo que en las operaciones de la guerra civil sólo alcanzarán a participar como oficiales de estado mayor los integrantes de esa primera promoción.
El envío de numerosos oficiales chilenos a Europa había permitido conocer los adelantos de los principales ejércitos de ese continente, lo que evidenció nuestro atraso en los conocimientos militares e impulsó las reformas necesarias que tuvieron amplia acogida en el gobierno de Domingo Santa María. El contacto con el mundo militar europeo entusiasmó a los oficiales chilenos a extremo tal, que el coronel Diego Dublé Almeyda, comisionado en Alemania, escribía en agosto de 1890: “…lo que verdaderamente me causa envidia es el admirable ejército alemán ¡Qué ejercicios, qué cosas tan útiles ponen en práctica. ¡Qué disciplina!” 14.
Desde un comienzo Körner tuvo la suerte de contar en su tarea modernizadora con la colaboración del sargento mayor Jorge Boonen Rivera 15. Para ambos oficiales uno de los principales problemas del Ejército de Chile —su talón de Aquiles— se encontraba en los procedimientos de reclutamiento que permitían el ingreso a las filas de elementos desplazados de las actividades agrícolas e industriales 16y que, por lo mismo, carecían de una instrucción suficiente que les permitiera desempeñarse en buena forma en sus funciones. El gran anhelo era la instauración de un sistema de conscripción que obligase a todos los ciudadanos a servir en el ejército, siguiendo el modelo vigente en Prusia, lo que solo se lograría años más tarde 17. El servicio militar obligatorio, fundado en el concepto de “nación en armas”, sería instaurado en 1900 y perduraría en su esencia por ciento diez años. Recién en 2010, producto de la evolución tecnológica de los sistemas de armas, de la consecuente tecnificación de la milicia, así como de diferentes demandas sociales, entre otros factores, el modelo de reclutamiento vendría nuevamente a ser cambiado al transitar a un modelo mixto, que combina voluntariedad y la incorporación a las fuerzas de soldados profesionales, con lo que la conscripción ordinaria dejaría de tener la trascendencia y gravitación que por más de cien años había tenido, al iniciar el ejército su camino hacia una profesionalización más plena. 18
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