Y aparte de esas consideraciones estaban los verdaderos creyentes religiosos más una multitud que en semejante perspectiva se les unía, pues tanto en sus adentros como manifestándose en todo el orbe entendían que un masivo ataque nuclear, por sus efectos, enfrentaba a la Humanidad a los designios de Dios como Creador, máxime si Él había mandado venir a los extrasolares; y así tanto los que esperaban la llegada de su Mesías*, su Ungido* o su Mahdi*, pues todos o la inmensa mayoría lo creían o temían ahora, se manifestaban en contra del ataque nuclear propio al Islam, aunque esperaran salvarse de ese infierno nuclear los más ingenuos creyentes, aun con una fe que a veces les hacía temblar sabiéndose culpables de algo que seguramente habrían cometido; de modo que, si no lo tenían claro se esforzaban en recuperarlo en su memoria mientras pedían la misericordia de Dios por lo que fuera; pues en la consciencia de todos previo al Juicio Final que creían se avecinaba les sobrecogía el infierno de fuego que, bien Dios, los extrasolares o ángeles estelares o las potencias de la Tierra esperaban desencadenarían sobre toda la superficie del planeta en el que vivían. Y fuera de esas religiones mesiánicas, también los creyentes budistas, hinduístas, confucianistas*, sintoístas* y demás, entendían, esperando o no promesas divinas, que una tormenta mundialmente explosiva e incendiaria les amenazaba.
No se tardó, pues, en todo el mundo, pero principalmente en el septentrional, y de éste en el euroamericano, a pesar de saberse que en una guerra nuclear con el Islam este sería infinitamente más perjudicado; no se tardó, pues, en huir de sus ciudades como si sólo éstas fueran a padecer el infierno de fuego celestial y terrenal, llenándose las carreteras y autovías de caravanas de automóviles, de gentes a pie, en motos y en bicicletas hacia las poblaciones rurales, los campos abiertos o las playas; si bien de éstas muchos temían que una lluvia de meteoritos provocada por los extrasolares o la caída de un asteroide levantara en las aguas gigantescas olas como en la película Deep Impact; temor este último que hizo desistir a muchos de embarcarse, como otros así lo hicieron; a pesar de que en el fondo de sus temores les surgía el inevitable fin. Otros muchos optaron por viajar en los trenes para descender en mitad de los campos. Esto sucedió muy principalmente en Rusia, donde el Transiberiano se abarrotó de viajeros que pensaron perderse en las grandes superficies siberianas, lejos de las grandes poblaciones.
Si bien, no obstante, los más religiosos en vez de huir llenaron con su presencia sus templos esperando que el fin les cogiese lo humanamente limpios ante la divinidad, entre los que los más pudientes vaciaron sus despensas o pasaron a comprar en los mercados todavía abiertos alimentos que llevaron a centros sociales o a sus parroquias a repartir entre los allí reunidos mientras esperaban el fatal desenlace.
Actitudes semejantes que llenaron las iglesias, sinagogas, mezquitas y demás templos y lugares de fervor religioso, igual que en la India sus diversos templos o las aguas fluviales de su sagrado Ganges.
Y a ellos les siguieron, con sus propios sentimientos artistas, escritores, cineastas, historiadores, científicos… a contemplar en una última mirada la belleza artística guardada en los museos admirando el genio de pintores y escultores que se perderían para siempre, la hermosura de las catedrales o de las mezquitas y palacios, a pasearse por las calles centrales de artística arquitectura, adentrarse en las bibliotecas a hojear entre sus libros y a tal vez leer una página o un párrafo del último o el más querido de ellos; o en las filmotecas o en sus casas sentarse a ver sus películas favoritas, o en éstas y discotecas a oír sus composiciones musicales o sus canciones preferidas, o a bailar lo último de moda; o salir a ver en los jardines botánicos la belleza de la Naturaleza; o en otros museos que se exterminarían contemplar la evolución zoológica y antropológica con sus antiguas civilizaciones… Como todo. Pues una guerra nuclear se entendía el fin de la civilización… o peor aún. Y mucho peor bajo el ultimátum extrasolar.
Solamente los más locos, los más desgraciados o los más degradados y los mendigos que no podían salir de las ciudades parecían festejar, despreciar o burlarse de esa tormenta destructora que se entendía inevitable y tal vez los liberaría. Por eso era que principalmente los individuos de la pareja última de ese cuarteto, sobreponiéndose a los temores que también les acojonaron, reponiéndose en el lapso de tiempo por haber hasta el desencadenamiento del huracán ígneo que se esperaba barrería la Tierra, que si ya no fueren los extrasolares o hasta que lo hicieren, era de esperar que precipitándose la andanada atómica contra los islamistas por la supuesta disposición a favorecer la invasión alienígena replicarían esos musulmanes con sus misiles atómicos, que también los tenían aunque fueran menos, contra las ciudades de lo que fue llamado Primer Mundo; y en éste, anticipándose a esos acontecimientos temidos, aquellos degradados y mendigos que no huyeron comenzaron a dedicarse, ante la fuga humana de las ciudades, al atraco y violación de personas indefensas, al saqueo de las tiendas que se fueron abandonando primero, y luego atracando a las que permanecían con sus dueños; y a ellos les siguieron otros, incluso quienes nunca habían sido delincuentes, pero que viendo libres los comercios entendieron vivir las últimas horas o días al menos con algo de lo que siempre carecieron y quisieron disfrutar, mientras algunos comerciantes decidían repartir entre los humildes sus mercancías por temor a todo y a todos, y otros por un sentimiento repentino humano y religioso. Y no solamente los comercios se vieron asaltados, que también los bancos e incluso algunas fábricas; si bien a éstas y a los bancos inmediatamente se mandaron fuerzas que impidieran los atracos, hombres de orden entre los que algunos abandonaron o se pasaron a la delincuencia creyendo que, efectivamente, el fin de todo estaba próximo; y por esto mismo otros y otras acabaron también volcándose en el sexo y la gula con viciosa ansiedad, como nunca la tuvieran.
Y es que la Humanidad había caído a padecer un trastorno desquiciador, siendo muchos los que pretendían huir de la quema alejándose a los campos para contemplarlos llorando o, si tenían alguna embarcación lanzarse a navegar pensando algunos que el mar no ardería, y otros olvidándose de la película Deep Impact y de los maremotos. En cambio los aviadores particulares se asustaban de pensar volar al encuentro del fuego, o lo hacían con la intención de estrellarse contra el suelo; mientras otros se imaginaron hallar refugios bajo tierra e incluso bajo las aguas marinas enfundados en sus trajes submarinistas y acaparando bombonas de oxígeno. Pero también había los inactivos, acostándose a esperar dormidos lo que viniere o sentándose a emborracharse o dormirse ingiriendo narcóticos, o decidiendo otros encerrarse a disfrutar a satisfacción por última vez los placeres de la gula y el sexo desenfrenados; como también hubo los que decidieron ir al encuentro de la muerte; y peor que todos esos los que decidieron suicidarse en familia.
Incluso en los países musulmanes, aunque fue mucho menor ese espectáculo delirante, hubo situaciones paralelas, especialmente violaciones de mujeres, asesinatos de homosexuales, atracos y algunos saqueos. Pero la más extensiva creencia religiosa de la población en la intervención divina del fin y el juicio universal decididos por Dios, mas la mano dura con que procedieron las autoridades, amainó los ánimos autodestructivos y rebeldes; aunque no tanto en las fronteras con la India, donde pakistaníes, bangladíes, talibanes y afganos procedieron con más ánimo belicoso, y donde en su contra por primera vez intervinieron con eficacia los soldados-robots junto a las tropas hindúes y sus soldados voladores, mientras a sus espaldas se vieron hostigados también por grupos de musulmanes de la propia India, el grueso de los cuales se rebelaron tomando las armas dentro del país, donde eran una minoría contra la que el Gobierno mandó un poderoso ejército de exterminio.
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