Jordi Sánchez Sitjes - Guardianes de Titán. Éride

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Forzados a emigrar a otra galaxia en aras de su supervivencia, la humanidad ha ido forjando nuevas historias y leyendas. Año 3014 de la Edad Terrestre: A raíz del recrudecimiento del conflicto religioso entre fundamentalistas religiosos del culto a RaShal y el mundo científico, estalla la crisis de gobierno en la Unión Colonial.Tras ser rechazada la intervención armada en el sector planetario Zoé en la cámara alta, Dyron Johr, líder del estado Avalon en el planeta Tellus, ve la oportunidad de derrocar al actual Primer Cónsul de la galaxia y envía a su asesor Dan Bilson en busca de aliados entre los planetas más descontentos. A su vez, el último atentado perpetrado en el instituto CIBUS ha dejado a miles de muertos y ha incrementado el nombre de personas que buscan huir del sector.En este contexto hostil se inicia una inolvidable experiencia, un viaje hasta lugares desconocidos y la investigación del brutal asesinado de un niño.

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Un atentado perpetrado en Luna Doce fue el primer acto importante contra la comunidad científica establecida en el sector Zoé y el pistoletazo de salida para el inicio del conflicto. Muchos robots fueron destruidos, aunque la ausencia de víctimas humanas hizo que la Unión Colonial no tomara acciones represivas y dejó el asunto en manos del gobierno sectorial. Así, el robotcidio [6] más grande perpetrado en la galaxia quedó impune. Animados por la falta de contundencia de la Unión ante todos estos hechos, las congregaciones más radicales fueron aumentando la beligerancia contra intereses científicos, situándoles en el centro de la diana fundamentalista. La vinculación de la prelatura de Los Hijos de RaShal con todas estas comunidades religiosas extremistas siempre estuvo presente, pero nunca fue probado ningún mecenazgo ni tutelaje ante las acciones más violentas.

El último ataque atribuido a los fanáticos de RaShal tuvo lugar en la ciudad Cairn, capital del planeta Vanuat. Había dejado tras de sí el mayor número de víctimas durante el conflicto. Las muertes ocurridas tras varias explosiones consecutivas llegaban casi al millar. El atentado se produjo a última hora de la mañana, en el centro de investigación y búsqueda Ulises Shawn (conocido como Instituto CIBUS, de gran renombre dentro de la galaxia).

Y bajo este contexto de enfrentamiento religioso-científico, empezaría el viaje de Elia Henningsen.

A bordo del carguero Andrómeda el panorama era de una tristeza absoluta. De un plumazo, habían perdido a familiares, amigos, hogar. La fatalidad había querido que los padres de Elia, ambos investigadores, estuvieran allí y ambos perecieran en aquel día de infausto recuerdo.

Así pues, huérfana a los diecisiete años, y sin más familia cercana, Elia tomó la decisión de salir del planeta. Desde el día de los atentados, se había quedado con unos amigos de sus padres, pero necesitaba huir de allí. Permanecer en la ciudad, incluso en el propio planeta, le resultaba demasiado doloroso y aterrador a la vez. Los extremistas religiosos habían declarado la guerra a cualquier institución u organismo que diera soporte o ayudas a la investigación y desarrollo de la robótica y cualquier forma de vida artificial. Y no se iban a detener ante nadie. Lo último que deseaba Elia era quedarse en una zona conflictiva, donde la violencia se recrudecía a pasos agigantados.

Sin muchos medios para poder irse de aquel infierno, escuchó noticias sobre los cargueros que partían con destino al planeta Ladakh, situado en el sector más próximo. Sus dirigentes habían permitido la entrada de refugiados que huyeran del conflicto como medida de solidaridad con los planetas que más ataques estaban sufriendo en el sector Zoé. Y es que el resto de sectores planetarios habían cerrado sus fronteras espaciales desde el inicio del conflicto, temerosos ante la incipiente oleada de refugiados que poco a poco iban abandonando el sector y buscando otro lugar de acogida. Únicamente el sector colonial Astra había tendido la mano a aquellas personas.

Elia era una muchacha delgada, de pelo rizado largo y castaño, el cual trataba de mantener liso. Lo había heredado de su madre, pero nunca le había acabado de gustar. Solía ser muy risueña y alegre antes de los fatídicos atentados que costaron la vida a sus padres. Ahora su carácter era muy diferente. Introvertida, poco habladora, triste. En el carguero apenas cruzó palabra con nadie, solo con Erik Hier, un afable pasajero que la había ayudado desde un principio. Elia estimaba que tenía sobre los cuarenta y pocos años. Su cabello era totalmente canoso, lo que le brindaba un aspecto serio y varonil. Lucía barba de una semana, y aspecto descuidado. Sus ojos azules trasmitían una enorme tranquilidad.

Toma, pequeña. Te sentará bien —dijo mientras le ofrecía una taza caliente.

—¿Qué es?

—Oh, es muy similar al té. La llaman qi. Es una bebida típica allí donde crecí, se hace infusión con hojas de cambur —Hier sonreía en todo momento cuando conversaba con ella. Y eso le resultaba muy agradable a Elia.

—¿Y de dónde es?... si puedo preguntar —la muchacha se ruborizó un poco.

—¡Por supuesto, niña! —respondió con una leve carcajada. Me crié en la pequeña ciudad de Jakkuat, la conoces, ¿no? —Elia había negado con la cabeza—. Está en el planeta Bangor, sector Kairós. Fue mucho antes de venirme a Vanuat, claro. Puede decirse que siempre he sido un trotamundos. He estado por toda la galaxia… pero mis mejores recuerdos están en Jakkuat. ¿Puedes creerlo? He visto cosas maravillosas y únicas… pero lo único que me reconforta es el recuerdo de un sitio insignificante y gris.

A Elia no le sorprendían para nada esas palabras. En cierta manera se sentía muy identificada, aunque no hubiera viajado más allá de Zoé, ni conociera la galaxia en todo su esplendor. Pero con la muerte de su familia había perdido esa sensación de hogar y protección.

—¿Cómo es el planeta Ladakh? ¿Has estado alguna vez?

—Sí, hace ya casi diez años, aunque parece que fue hace mucho tiempo —dijo Hier con cierta nostalgia de los tiempos pasados.

—¿Son hospitalarios? Su gente quiero decir…

—Eso parece. O al menos no han tenido problemas en acoger a tanta gente de otro sector. Aunque los tiempos cambian, y mucho me temo que la gente también.

Elia volvió a la mirada perdida que tanto la había acompañado desde que subió al carguero y empezó el viaje.

—¿Estás preocupada?

—Un poco…

—No tienes por qué. Yo te ayudaré. No te dejaré sola ahí fuera.

Las palabras de Hier eran reconfortantes, pero ella sabía que estaba sola. Después de mucho tiempo, estaba completamente sola.

—¿Puedo preguntarte algo? —le inquirió con cierto apuro.

—Sí, por supuesto. ¡Dispara!

—¿A qué te dedicabas antes de subirte aquí?

Hier sonrió. Parecía tener ensayada la respuesta.

—Soy profesor. Historiador más concretamente. Impartía clases en la academia superior Mathis Norman en Cairn, justo al lado del centro de investigación. Una pena, tanta tragedia. Muchos de los alumnos del centro también murieron —compungió el rostro, mezcla de tristeza y dolor. En ese momento, Elia se sintió muy identificada con él—. Tras aquello decidí irme, no podía quedarme un minuto más allí. De hecho, como te comentaba antes, he estado en todos los rincones de la galaxia. Lamento irme así de Vanuat, ahora más que nunca se necesita la cultura y la enseñanza para combatir desde la integración tal barbarie. Pero no soy tan fuerte como creía.

—Yo quiero empezar una nueva vida, en un sitio diferente.

—Eres muy valiente para la edad que tienes. Comprendo lo que te empujó a subir al Andrómeda. Pero hacerlo sola y sin saber lo que te espera en Ladakh, lo tildaría incluso de temerario.

—No me importa. Solo quería huir de aquel sitio —dijo cabizbaja—, enVanuat no había futuro para mí.

—Perdona, no quería hacerte sentir mal —Hier se excusó y le pasó la mano por el hombro.

—Sí, perdonado… pero cuéntame algo de tus viajes. Lo que más te haya gustado. O impactado. Lo que sea…

Elia quería distraer su mente, y en cierta medida era lógico. Hier se había percatado de ello, así que estaba dispuesto a complacer a la muchacha.

—Pues… puedo contarte muchas cosas. Así que será mejor que tomes asiento y te pongas cómoda —dijo mientras le guiñaba un ojo—. He estado en muchos sitios interesantes. He visitado Juno, donde he contemplado la fortaleza de los augur en lo alto del monte rocoso, un verdadero espectáculo a la vista de cualquier mortal. Pero para belleza visual, las ciudades aéreas de Beled. Tendrías que haber estado en Gylgalhad [7] para saber exactamente de lo que te hablo. Sus océanos furiosos rugiendo y recordando al hombre que la naturaleza es la verdadera dueña del planeta y que nuestra especie solo está aquí de paso. ¡Es fantástico! Tienen además la flota de astronaves más importante de la galaxia, y los mejores deslizadores que puedas imaginar, ya que los aeromóviles no tienen sentido alguno allí. Y es el hogar de algunas de las leyendas más bonitas de toda la galaxia.

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