—¿Por qué las mataste? ¿Por qué mataste a tanta gente?
—Te lo dije, Óscar, no son gente, no son personas.
—Venga ya, Lucius, vi los cuerpos, eran personas como tú y como yo.
—Me temo que aún no puedes entenderlo, Óscar. ¿Y si te dijera que hay seres que son puro mal, seres que se esconden entre vosotros, en vuestras ciudades, seres que han evolucionado hasta adquirir vuestro aspecto?
—¿Qué tipo de seres?
—Seres antiguos, seres viles. En esta biblioteca hay libros que hablan de todos ellos. Aún quedan dos días para llegar a Equus. Están a tu disposición, léelos y después hablaremos.
C5
Lejos de allí, a finales de abril
La frustración y la impaciencia recorrían una vieja fábrica textil en la ciudad de Des Moines, Iowa. En realidad no era tal sino la base de una agencia secreta estadounidense dedicada al espionaje y al seguimiento de todo lo referente al pueblo romano.
El director de la agencia, John Keterman, no tenía un buen día. Había perdido la pista de un periodista español que se estaba acercando mucho a un legionario, así los llamaban.
En la agencia sabían que tenían varios legionarios escondidos en su país, sospechaban que tenían una base, pero eran escurridizos. También se producían asesinatos misteriosos. Los cuerpos aparecían con heridas de arma blanca y con una marca romana en la frente. Sabían que era una marca romana, pero no sabían lo que significaba.
Había ruinas romanas por toda Europa, África y Asia, del antiguo imperio, y había una gran cantidad de expertos, pero esa marca que ya aparecía en muros de antiguas ciudades se les escapaba.
El Gobierno quería descubrir los avances armamentísticos para adaptarlos a su ejército. Sus agentes habían tenido varios enfrentamientos con legionarios. Estos vestían extrañas armaduras negras que les cubrían completamente e iban armados con dos espadas. Aunque no eran las únicas armas de las que disponían, también arcos, lanzas y una especie de látigos con cabeza de lobo.
Creían que estas armaduras otorgaban al legionario más velocidad, más fuerza y más agilidad, además de una resistencia a cualquier tipo de proyectil, eran prácticamente invencibles, y eso asustaba mucho a los Estados Unidos y a otros países, que se afanaban en crear agencias secretas para descubrir todos sus enigmas.
El director Keterman se dirigía al centro de operaciones de seguimiento que tenían en la base. Del periodista español al que habían perdido la pista sabían que había tenido en un hostal en la Gran Vía madrileña una reunión con un sujeto desconocido. Tenía una orden para detenerle y sacarle toda la información que pudiera de la forma que fuera necesaria. En estos mundos tras las sombras, los derechos humanos no existen, ni las órdenes de detención convencionales, si creen que alguien tiene información se le secuestra y se le exprime hasta que diga todo lo que sepa. Eso sí, con el consentimiento del presidente, que era de las pocas personas que conocían la existencia de la agencia.
—Bien, ¿qué ha ocurrido? —dijo el director Keterman al jefe de equipo de seguimiento.
—Hemos perdido al objetivo de España.
—¿Cómo ha ocurrido?
—No lo sabemos, señor, su última ubicación era en su apartamento. Nos llegó la orden de su detención y procedimos a ejecutarla. Cuando entramos en el apartamento no lo encontramos allí. Había ropa revuelta y varias maletas por el suelo. Creemos que salió a toda prisa.
—¿No tenemos ninguna imagen?
El técnico agachó la cabeza y, temiendo la reacción del director, contestó:
—No, señor, las cámaras están muertas.
El director contuvo su ira, ya habría tiempo de mandar al técnico a Siberia; de momento necesitaba aclarar todo aquello.
—Creemos que le ayudaron a salir sin ser visto.
—¿Que le ayudaron? ¿Quién, y por qué?
—No lo sabemos, señor —contestó el jefe de grupo—. Hemos empezado a barrer todas las cámaras de estaciones de buses, tren y del aeropuerto Alfonso Guerra Barajas. Pronto tendremos algo. Si ha salido de la ciudad, lo sabremos.
—¿Y si ha salido en coche? —replicó el director.
—No nos consta que supiera conducir; además, hemos investigado todos los coches que circularon desde la última cámara operativa hasta la zona de sombra. Todos están localizados en la ciudad, ninguno ha salido.
—¿Cómo es posible que hayamos perdido todas las cámaras de esta zona? ¿Cómo sabían dónde estaban? —gritó el director, esta vez sin reprimir su ira.
—No lo sabemos, señor —se atrevió a decir con media voz el subordinado—. Es posible que se hayan podido colar en nuestro sistema y descubrir que le estábamos haciendo un seguimiento.
La cólera del director estaba a punto de traspasar todo límite conocido para él. Pensaba mandar a aquel estúpido y a todo su equipo al rincón más oscuro que encontrara. Tuvo que salir de aquella sala, sabía que había perdido una ocasión única. Aquel periodista sabía algo, tenía que saber algo. ¿Quién le había ayudado? Tenía que haber sido un legionario. ¿Quién si no? ¿Quién podría saber que estaban detrás de él? ¿Quién podría saber dónde estaban las cámaras? No cabía duda: aquel periodista estaba en contacto con un legionario, y le habían perdido.
C6
En algún lugar del Mediterráneo, finales de abril
Óscar estaba fascinado. Apenas había salido de la biblioteca en dos días. Había podido estudiar decenas de libros según los cuales había bestias que vivían escondidas al mundo, algunas completamente, otras solo salían para atrapar algún excursionista perdido y saciar su apetito.
En los montes Urales vivían los karlov. Vivían en cuevas profundas y en bosques espesos. No sabían el número exacto, algo que ocurría con casi todas las criaturas, solo sabían que cazaban excursionistas, habitantes de la zona, incluso militares rusos que hacían maniobras por la zona.
Su aspecto era monstruoso, medirían unos tres metros, cubiertos de pelo y con ojos negros y profundos, supuso que después de todo el yeti sí que existía, aunque le costaba creerlo.
En el desierto del Sahara vivían los maios. Moraban bajo las dunas en pequeños agujeros que ellos mismos construían. Eran seres delgados que vivían en comunidad, de un aspecto espeluznante, completamente blancos, con un solo ojo y una boca circular con infinidad de dientes. Cazaban a sus víctimas y las escondían en sus madrigueras, donde se alimentaban de ellas absorbiendo sus efluvios hasta dejar el cuerpo completamente seco.
Los yunos vivían en las selvas amazónicas, eran pequeños seres que vivían en las raíces de los árboles. En este caso se sabía que su número era elevado, lo que los hacía muy peligrosos. Siempre cazaban en grupos numerosos con venenos extraídos de la naturaleza. Sus presas favoritas eran individuos de las tribus que habitaban el Amazonas. Eran extremadamente sigilosos, su aspecto con esos dientes afilados y pelo espinoso hacía temblar a cualquiera.
Había decenas de seres como estos por todo el mundo, sobre todo en las zonas subdesarrolladas, montañas y bosques.
En los Cárpatos había un sinfín de túneles. En ese lugar habitaban unos seres medio humanos que, como en los casos anteriores, no eran simples animales, poseían una inteligencia y un dialecto, eran seres muy antiguos que habían conseguido vivir sin que nadie reparara en ellos. Habían conseguido llegar a ser mitos de leyendas populares. En estos túneles vivían los fresos, Óscar solo podía describirlos como unos orcos de Mordor. Habitaban los túneles donde componían una sociedad semicompleja. Solo salían para cazar y no lo hacían muy a menudo: se alimentaban de seres oscuros que vivían en lo más profundo de las cuevas, pero si algo apetitoso se acercaba a las lindes de sus puertas no dudaban en atraparlo.
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