Carolina Ramos - Hoy camino con Dios

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Este libro de meditaciones presenta reflexiones breves pero profundas para cada día, agrupadas en 7 secciones. Todos los domingos, la meditación está basada en objetos cotidianas; los lunes, se aborda una pregunta que Dios nos hace; los martes, se habla sobre el poder de la música; los miércoles, encontrarás anécdotas de la vida de la autora y de personas de la actualidad; los jueves, hay anécdotas que resaltan un valor en especial; los viernes, repasaremos historias bíblicas de encuentros personales con Jesús; y los sábados, encontrarás reflexiones sobre las bendiciones del sábado. Así, el objetivo es que pongamos la mirada en Dios y que caminemos con él cada día, todos los días.

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“Su corazón está abierto a nuestros pesares, tristezas y pruebas. [...] Podemos apoyar el corazón en él y meditar todo el día en su bondad. Él elevará al alma, por encima de la tristeza y perplejidad cotidianas, hasta un reino de paz” ( El discurso maestro de Jesucristo , p. 17).

Valores - 18 de febrero

El valor del perdón

“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miq. 7:18, 19).

La sala estaba en silencio. Las persianas estaban bajas y afuera ya había dejado de brillar el sol hacía rato. Apagué las luces adentro también y me senté en un sillón a pensar un rato. Por la calle, que hasta ahora estaba silenciosa, pasó un chico hablando por teléfono con su novia y, mientras avanzaba, sus pasos coincidieron con mi ventana justo cuando decía: “Perdón por hablarte mal, mi amor. Lo que pasa es que...”

No agucé el oído para ver si llegaba a escuchar los motivos que le presentaría. No hacía falta.

En esos dos segundos entendí una vez más que los momentos de oscuridad y aparente silencio muchas veces son lo único que necesitamos para recordar algunas cosas importantes.

¿Cuántas veces vamos a las personas que lastimamos y pedimos perdón justificándonos? ¿Cuántas veces vamos a Dios y hacemos lo mismo? Hasta que no aprendamos a pedir perdón sin exponer excusas, no vamos a llegar a entender realmente su amor que no expone razones.

En El camino a Cristo , leemos: “Si no hemos experimentado ese arrepentimiento del que no hay que arrepentirse, y si no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de corazón y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, entonces nunca hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, jamás hemos encontrado la paz de Dios” (p. 34).

Su perdón es maravilloso; su amor, indescriptible. No necesitamos justificarnos, solo reconocer. No necesitamos entender, solo aceptar. Pero ese perdón maravilloso no es un pase libre para pecar, ni ese amor indescriptible es algo para pisotear.

No son dones otorgados para “salirnos con la nuestra”, sino para demostrar la gratitud y entrega que un perdón y amor tal merecen.

Podemos ir, como hice muchas veces, a algún lugar cerca del mar y contemplar el infinito, en un intento por encontrar el punto exacto donde él sepulta y esconde nuestros errores… y por más que nos esforcemos, no lo encontraremos.

Como el profeta, simplemente nos queda decir: “¡¿Qué Dios como tú?! Perdón. Gracias”.

Encuentros con Jesús - 19 de febrero

¿Heridas o cicatrices?

“Luchó con el ángel, y lo venció; lloró y le rogó que lo favoreciera. Se lo encontró en Betel, y allí habló con él; ¡habló con el Señor Dios Todopoderoso, cuyo nombre es el Señor!” (Ose. 12:4, 5, NVI).

Tuve un compañero que siempre hacía alarde de las cicatrices que tenía y le gustaba contar las historias detrás de ellas. Y es que muchas veces las cicatrices son fuente de entretenidos relatos, pero generalmente recuerdan momentos de intenso dolor o malestar también.

No sabemos si la “cicatriz” que le quedó a Jacob después de su encuentro con el ángel fue algo de lo que hablaba con frecuencia, pero seguramente esa cojera era un recordatorio diario del encuentro que había tenido con Dios.

En El conflicto de los siglos se nos dice: “Mediante la humillación, el arrepentimiento y la rendición ese mortal pecador y descarriado prevaleció sobre la Majestad del cielo. Se había aferrado con un apretón tembloroso a las promesas de Dios, y el Amor infinito no podía rechazar la súplica del pecador. Como evidencia de su triunfo y estímulo para que otros imitasen su ejemplo, se le cambió el nombre; en lugar del que recordaba su pecado, recibió otro que conmemoraba su victoria” (p. 675).

Quizá hoy necesitamos un encuentro como el de Jacob, en el que sin orgullo ni presunción, pero sí llenos de confianza, le pidamos que se quede y nos bendiga.

Puede ser que la de hoy sea una herida por enfermedad, por la pérdida de un ser querido, por traición, orgullo, rechazo, decepción, malentendidos... O, ¿por qué no?, la herida del autorreproche que muchas veces nos convierte en nuestro peor enemigo.

Sea lo que fuere, recordemos que, cuando nosotros vemos heridas abiertas y seguimos luchando en medio del dolor, Jesús llega, apoya su mano en nuestro hombro y, en vez de heridas, ve cicatrices. En vez de recordar nuestro pecado, nos quiere dar un nombre nuevo que conmemore esa victoria.

¿Y si en vez de usar las heridas como excusa para no avanzar, comenzamos a usarlas como motor para llegar y llevar a otros hasta el final? Siempre es interesante escuchar la historia detrás de una cicatriz. Generemos un espacio para que otros se enteren de su amor.

Aroma a sábado - 20 de febrero

Huyendo de la serpiente

“Pero me temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, los pensamientos de ustedes sean desviados de un compromiso puro y sincero con Cristo” (2 Cor. 11:3).

Me encontraba en un retiro de jóvenes en un hermoso parque, y todos nos habíamos esparcido para orar. Me adentré en el bosquecito, alejándome cada vez más. Buscaba un lugar tranquilo donde sentarme... y ahí la vi. Se deslizaba silenciosa y lentamente entre unas ramas, y al ver sus colores sentí un pánico que pocas veces había experimentado.

Comencé a correr desesperadamente en otra dirección, aunque creo que nunca me vio. Pero corrí. Corrí consciente, como nunca, de que así está Satanás muchas veces merodeando y deslizándose silenciosamente para atacarnos y hacernos caer.

No sé si esa serpiente era venenosa o si me hubiese hecho algo en realidad, pero sí conozco el carácter de mi peor enemigo. Él siempre nos quiere hacer caer, siempre nos busca para arruinarnos la vida. Y muchísimas veces lo hace así: escurridiza y silenciosamente.

Corrí hasta que llegué nuevamente a la silla donde había estado sentada durante el sermón. Me senté, agarré mi Biblia y oré agradecida a Dios, no tanto porque me había salvado de una posible picadura, sino porque en esos segundos de corrida me había mostrado con cuánto afán tengo que tratar de alejarme lo más rápidamente posible del mal que acecha constantemente.

Muchas veces, olvidamos esa lucha aparentemente invisible.

Seguramente el plan original no era que anduviésemos corriendo despavoridos, pero desde que el mal entró, esa lucha es inevitable. Hoy es un día especial para recibir la paz que Dios nos quiere dar, para recordar que aunque estemos en continuo enfrentamiento con nuestro enemigo, y este día no sea la excepción, en Dios podemos encontrar a un fiel amigo.

¿De qué cosas debes huir hoy? ¿Qué pensamientos está desviando el enemigo? Pídele fuerzas a Dios para mantener firme tu compromiso con él.

Así como le pasó a Eva, puedes estar acercándote a terreno enemigo y exponiéndote a que el diablo intente sus ardides confusos y gane una pequeña batalla que no tiene porqué ganar.

Por eso, comienza este día poniéndote en las manos de Dios, y ora por tres tentaciones en particular, para que puedas obtener la victoria sobre ellas.

Objetos cotidianos - 21 de febrero

Había luz

“Durante ese tiempo los egipcios no podían verse unos a otros, ni moverse de su sitio. Sin embargo, en todos los hogares israelitas había luz” (Éxo. 10:23, NVI).

Una noche de verano se cortó la luz. Había tormenta fuerte, de esas que se anuncian con mucha antelación, con humedad y concierto de chicharras. Debido al corte, no se veía absolutamente nada.

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