Irene Escribano Veloso - Nunca me confieso

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La historia de Eliana es también nuestra historia; y aquí hablo de la historia que secretamente hubiéramos querido tener para alcanzar la estatura de esta luchadora que ha logrado reivindicaciones impensadas en nuestro país para las trabajadoras sexuales.

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LOM Ediciones Primera edición 2008 ISBN 9789562829762 - фото 1 LOM Ediciones Primera edición 2008 ISBN 9789562829762 - фото 2

© LOM Ediciones

Primera edición, 2008

ISBN: 978-956-282-976-2

eISBN:9789560012739

Registro de Propiedad Intelectual Nº: 170.624

Diseño de cubierta: Txomin Arrieta

Diseño, Composición y Diagramación:

Editorial LOM. Concha y Toro 23, Santiago

Fono: (56-2) 688 52 73 Fax: (56-2) 696 63 88

lom@lom.cl | www.lom.cl Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Fonos: 716 9684 - 716 9695 / Fax: 716 8304 Impreso en Santiago de Chile

I

Un brusco calor palpitante le sube por el estómago y se posa en su cara, inevitablemente. Aparece cuando menos lo espera y lo necesita. No es la primera vez que enfrenta a un público y representa a sus compañeras. En esta ocasión quiere mantenerse con los ojos bien abiertos y la mente despierta.

Haber sido invitadas a este evento por el Ministerio de Salud era sin duda un significativo reconocimiento que no ocurre con frecuencia. Con la complicidad que las caracterizaba, prepararon entre todas, una a una, las láminas de la presentación en Power Point y las archivaron en un disco. Eliana asistiría como panelista al Tercer Foro de Prevención y Control del vih/sida y las Enfermedades de Transmisión Sexual en América Latina y El Caribe.

Llevaban un par de años arrendando una casona con recursos aportados por la cooperación internacional en calle Maturana, en el centro de Santiago. Este sector, llamado Barrio Brasil, las acogió en silencio. Ningún letrero señalaba a qué se dedicarían las nuevas inquilinas y se mezclaron sin inconvenientes con instituciones sociales, editoriales, librerías, almacenes, fotocopiadoras y bazares. Emergían invisibles entre el pujante comercio de repuestos automovilísticos, restaurantes, bares y fuentes de soda.

La organización está ubicada a unos pasos de la Plaza del Periodista, en cuyo centro destaca una hermosa fuente, rodeada por desvencijadas bancas de fierro forjado donde se pueden admirar los sonoros hilillos de agua y la belleza arquitectónica de las otrora mansiones de la burguesía capitalina. Por la noche deambulan parejas y grupos bulliciosos que se refugian a fumar caños o a beber a hurtadillas unas cajas de vino. Vienen del hotel Carrera, territorio exento de identidades sexuales. Allí grupos de jóvenes bailan, beben y se divierten hasta perder la conciencia. En este escenario Eliana da entrevistas a cara descubierta a diferentes medios de televisión y de prensa escrita.

Son los albores del 2000. Los medios de comunicación chilenos incluyen notas, crónicas y artículos sobre las trabajadoras sexuales. Ellas concitan interés periodístico con sus impactantes denuncias. La organización goza de prestigio y logra imponerse en la agenda mediática en medio de sucesos de la farándula y del mundo político local.

La casona es de construcción sólida. La madera noble de su interior le da cierto aspecto de calidez, aun cuando su arquitectura y su estado de conservación sean de vieja data. Consta de tres pisos unidos por unas angostas escaleras de madera. A la entrada se ubica la recepción. En el segundo piso se reúne el Sindicato Nacional de Trabajadores Independientes “Ángela Lina”. El tercero lo habita una señora mayor sola que comparte con ellas sin problemas. Les presta el teléfono si la línea está muerta por no pago o, solícita, informa a las visitantes que acuden fuera del horario de funcionamiento. Más de una vez manifestó su apoyo por el quehacer del sindicato. Piensa que este es un país lleno de hipócritas, y ella, anciana ya, es lo que más aborrece de la gente.

El sindicato posee cuatro oficinas, un baño y una diminuta cocina. Las salas están dotadas de mobiliario básico, repisas con abultadas carpetas y equipos de computación. En las paredes y en las escaleras se exhiben afiches y carteles. El local recibe a las compañeras para conversar, compartir un café, un abrazo y una sonrisa.

En una de las salas más grandes realizan un taller semanal de desarrollo personal como parte del apoyo que da la organización a las asociadas. En el taller, las compañeras alteradas por las vivencias del “ambiente” encuentran apoyo emocional, aprenden reiki y técnicas de relajación. Un grupo de mujeres profesionales de la salud y las ciencias sociales son sus aliadas en este cometido.

La directiva del sindicato se reúne semanalmente. Planifican las salidas a terreno, en especial los recorridos a medianoche por las oscuras avenidas y las periféricas rotondas. Conocen ese riesgo, incrementado por la disputa del territorio con los travestís, la deslumbrante, ruidosa y embriagada competencia que opaca la presencia de mujeres que a la luz del día pasan inadvertidas como cualquier vecina del sector. Llegar hasta donde están las compañeras con un café o con un sándwich, con folletos y condones, es una de las fortalezas del sindicato liderado por Eliana.

En la reunión previa a su viaje, sus compañeras le advirtieron que debía ceñirse a los diez minutos de su exposición y disfrutaron recordando cómo en una ocasión Eliana ilustró al auditorio sobre la mejor manera de seducir a un cliente receloso del preservativo usando la lengua y los labios. O cómo en otra reunión de análisis de los resultados de un estudio de aceptación del uso de condones pidió la palabra y se dirigió al médico que exponía en ese momento inquiriéndole: “¿Y usted, doctor, es casado? ¿Usa condones cuando echa una canita al aire?”.

Eliana seleccionó su vestimenta y su perfume favorito –ese que le gusta oler en el movimiento de su pelo mientras camina, el mismo que reconoce al hacer el amor mezclado con los fluidos del sexo–, guardó los útiles de aseo sin olvidar ninguno, sus zapatos, los accesorios y su ropa interior preferida: la de color rosa. Fue a la peluquería y se cortó y tiñó el cabello. Quería sentirse bien, como ella acostumbraba.

Era mi primer viaje al Caribe. En recorridos breves había visitado Bolivia, Paraguay y Perú, invitada a mostrar nuestras experiencias de la organización en Chile, y solo había vivido un par de años en Argentina, pero por razones muy distintas. Sin embargo, ahora me dirigía a Cuba, un lugar que desde Chile yo veía tan lejos y sobre el cual había escuchado tantas versiones contradictorias. Estaba ansiosa por llegar. El evento me interesaba mucho. Quería conocer a más personas que trabajaban en el tema, ver a las compañeras de los países vecinos, a quienes admiraba por los logros sociales y políticos que habían conseguido antes que nosotras en Chile. Quería hacer todos los contactos posibles, lograr buenas relaciones era uno de mis propósitos. Allí sería posible conocer a gente importante, y en particular sentía mucha curiosidad por recorrer las calles de la Isla, hablar con la gente y conocer también a mis compañeras de oficio.

Durante el viaje solo pensaba en el momento de mi llegada. Quería que todo resultara sin problemas y que ojalá estuvieran esperándome, como habían prometido los organizadores en cada una de las comunicaciones previas.

El viaje estuvo calmo hasta que aterrizó el avión. Me estaba levantando cuando escuché, atónita, el aplauso cerrado a los tripulantes. Alguien de un asiento posterior comentó que los cubanos eran los mejores pilotos del mundo.

Avancé con el ritmo de los otros pasajeros, que se detuvieron a retirar sus bolsos de los compartimientos superiores. Al llegar a la puerta de arribo me llevé la primera impresión. Me espantó una asfixiante ola de calor que me golpeó con dureza y sin compasión. De inmediato comencé a sudar y noté en mi cuerpo la diferencia entre el calor húmedo y el calor seco acostumbrado en mi país. Suspiré resignada y deseé que en tierra fuera diferente. Me animó la calma que sentí al entrar a las oficinas del aeropuerto. Allí se podía respirar mejor.

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