Tal vez, llegado este punto, se podría decidir si en vez de discusión o controversia, que parecen conceptos más agresivos, se podría utilizar el término de reflexión que edulcora la opinión que se tiene de la defensa de opiniones diversas.
La defensa de cualquier tesis debe ser planteada según forma y contenido. Cualquiera de las dos debe tener carácter prioritario, puesto que con el lenguaje se intenta la comunicación y, a través de esta, el entendimiento. No se trata de llevar razón a cualquier precio; no, el fin primordial es entenderse, comprender al otro y hacer que el otro pueda entendernos a nosotros: si esto no es posible, el fracaso está servido y de nada valdrá la comunicación.
No es suficiente el uso de una palabra como unidad léxica, ya que por sí sola, y aunque nos indique algo, este es un algo inmóvil. Es necesario unirla a otros vocablos y en el orden que dé sentido y movilidad al pensamiento que se quiere expresar. Un pájaro es un pájaro y nada más. Un pájaro que vuela tiene movilidad, porque nos hace saber qué hace, pero es imprescindible el orden, no se puede decir “pájaro que vuela él”. El pensamiento de cada persona, al margen de tener sentido, tiene “su propio sentido” y porta el análisis que hace de su entorno a la vez que lo hace distinto a otro por lo que es necesario el intercambio de distintos análisis. Es necesario para conocer la verdad.
Los 34 temas expuestos hacen referencia a opiniones que no tienen correspondencia entre sí, o muy poca, dado que los primitivos temas que dieron lugar a una respuesta por mi parte eran muy diferentes. Históricos, unos; sobre temas de contenido ciertamente diverso, otros; y debidos a la perversión de un lenguaje que desgraciadamente se populariza sin tener una idea exacta del significado de las palabras, muchos de ellos. Su mención causa dolor, pero es necesario dado que cada vez se habla peor y el conocimiento de nuestra lengua, universal, es cada vez más exiguo. También, como no, hay referencias a temas que afectan al país donde vivo, donde nací y al que confieso sin pudor que amo profundamente y por el que vale y siempre valdrá la pena luchar y si es necesario...
¿Cómo no tocar tantos temas sociales que nos afectan de manera permanente sin ver a nuestros poderes públicos defenderlos, aunque sea de forma somera, sin percibir la necesidad de implicarse en ellos y asir la antorcha de la defensa de nuestra educación, formación y potenciación de valores tan trascendentes como el respeto a los demás, a nuestras tradiciones y a la esencia de nuestra forma de vida mantenida durante años y siglos?
Las televisiones, unas privadas, malas, aunque algunos dicen que al ser privadas se gastan su dinero en lo que les da la gana porque es suyo; públicas, otras, igual de malas y pagadas con el dinero de todos los españoles, pero dominadas principalmente por unos políticos que solo ven en ellas un medio de “limpieza ideológica” y un corral donde se ponen a escarbar en el estiércol en busca del indocumentado voto de ciudadanos poco cultivados.
Es necesario salir a la palestra en defensa de unos principios que desde una muy particular visión política se intentan destruir: porque cuanto más inculto sea el votante, más fácil será su control y, por eso, tenemos una sociedad que vota sistemáticamente a los partidos políticos sin valorar la idoneidad de un programa donde claramente se indique qué y cómo se quiere gobernar un país para construir una sociedad más justa, ecuánime y digna.
En muchas ocasiones, tal vez demasiadas, se mantienen diálogos en los que es difícil extraer conclusiones, ya que la terminología utilizada no es correcta y esa circunstancia nos lleva a una nueva torre de Babel o Etenemanki, donde la dispersión humana es consecuencia directa de la dificultad dialéctica y, por ende, de la comunicación.
Son muchas las razones que me llevan a controvertir, de igual manera que otros discreparán sobre las mías.
¿Quién tiene razón?
Es necesario desarrollar la fantasía y el ideal de llegar a la verdad, si es que esta no es una utopía. Es necesario utilizar el esfuerzo necesario en la consecución de una sociedad mejor y más desarrollada.
¿Cómo?
El lenguaje es el vehículo que nos incita a la comunicación; de esta, nace la controversia capaz de aportar luz y conocimiento. Y este conocimiento es el que nos muestra la verdad.
R. S. C.
Septiembre 2018
EUTANASIA…
¿PALABRA PERVERSA?
Introducimos en nuestro vocabulario cotidiano frases y palabras de las que tal vez no conocemos su significado. A pesar de todo, las enfatizamos sin un mínimo análisis de las mismas. Esta circunstancia puede traer inusitadas consecuencias, ya que de ella se pueden derivar dificultades para su comprensión y, sobre todo, para entablar un diálogo abierto entre contertulios que defiendan opiniones distintas. Es imposible llegar a obtener resultados válidos cuando se está dialogando sobre una misma palabra a la cual, y al parecer, cada uno atribuye distinto significado.
Es evidente que cualquier palabra puede ser mal interpretada con un resultado desalentador; no obstante, y debido a la repercusión social de su contenido, otras pueden provocar un serio peligro por la interpretación y conclusiones que puedan extraerse de las mismas. Desde mi prisma, es lo que sucede con la palabra eutanasia. Eutanasia es una palabra perversa. Todo el mundo cree conocer su significado, todo el mundo opina sobre su contenido y, sobre todo, nos creemos capacitados para decidir, según nuestra valoración de la misma, cómo, cuándo y en qué condiciones debe aplicarse. Curiosamente, el consenso es imposible, ya que suelen exponerse tantas soluciones como individuos que opinan y, desde luego, así es fácil determinar los problemas de cada cual cuando se observa que la solución que aportan es la adecuada a su propio caso. Eutanasia viene del griego eu, igual a buen/a, y tanatos, igual a muerte. Por tanto, se referiría a una buena muerte y, desde ese punto de mira, nada que objetar. Pero ¿qué significación se le está prestando actualmente? Es evidente que se ha tergiversado y se le está confiriendo un sentido nada que ver con su etimología. La mayor parte de la población cree que cuando un enfermo se encuentra en estado terminal, o sea, cuando desde el conocimiento médico y el análisis que hace este profesional sobre las posibilidades de recuperación de este paciente, cuando la biología ya no tiene nada que hacer, es necesario no hacerlo sufrir más y se debería poner fin a su sufrimiento, es decir, poner fin a su vida, sin tener en cuenta la posibilidad de otras alternativas menos agresivas.
¿Podría ser bueno, o valorarse como digno, la posibilidad de cuidar esos pacientes en un entorno adecuado a su situación terminal?
Yo así lo contemplo, aunque desde mi propia perspectiva no me atrevo a enfatizar e imponer un criterio que otros podrían considerar como maximalista. No es bueno el maximalismo. Pero tampoco son buenas las decisiones que impone la conveniencia propia, sin tener en cuenta que a medio o largo plazo pueden afectar a otros que no piensan de la misma manera. Disponemos de suficientes medios para calmar el dolor, recursos humanos para atender a los pacientes terminales e incluso la burocratización de ciertos tratamientos, como es la morfina, está decreciendo, con lo que hace más fácil su prescripción. El conocimiento de los trastornos psíquicos que podrían incidir en este tipo de pacientes está cada día más al alcance de todos los profesionales y el conocimiento de las drogas que se utilizan es también más conocido. Tal vez, el punto más débil sean los recursos que las distintas administraciones han puesto al alcance de una población cada vez más senil; no obstante, debemos darnos cuenta de que este país no es rico y los recursos disponibles no son infinitos, por lo que se impone una estricta gestión para la armonización del gasto. A pesar de todo, es conveniente alzar la voz para que las prestaciones sociales avancen algo más deprisa y puedan aproximarse al proceso irreversible de una mayor longevidad
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