Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana - Antequera, su Semana Santa

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La Semana Santa de Antequera en un libro que no debe faltar la biblioteca de cualquier cofrade ni del público de Antequera en general. La Agrupación de Cofradías de Antequera, junto con ExLibric, editan esta obra gráfica, con el deseo de recoger la tradición popular, orgullo, riqueza y reflejo del esfuerzo de una sociedad cuyas raíces religiosas se pierden en el tiempo, dando cuenta de una forma muy particular de sensibilidad donde se aúna el sentimiento, el arte y la belleza que trasciende los misterios del alma antequerana, más allá de las palabras, los conceptos, los ritos y las plegarias.A pesar de la larga y extensa tradición que Antequera tiene en la conmemoración de su peculiar Semana Mayor, nunca ha contado con una obra que recoja y recopile las distintas facetas y modos que hacen de la Semana Santa de Antequera algo único.La Semana Santa de Antequera ha conservado unas características formales que la diferencian y le dan una personalidad definida y original. Baste citar el correr la Vega, la manera de llevar los tronos, las peculiaridades de estos, especialmente los de las vírgenes, y un conjunto de detalles en los que hay que incluir desde los lugares por donde discurren las procesiones hasta la gastronomía. No hay que olvidar que la Semana Santa es un discurso, una narración compleja, una celebración total, una suma de todos los sentidos que se ha ido decantando a través de los siglos. Un libro de la Semana Santa de Antequera como nunca se había contado.

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Una de las facetas más representativas de las cofradías de pasión antequeranas de este período la constituye su vertiente asistencial hacia los hermanos, bien socorriéndolos en sus enfermedades, bien afrontando entre todos los costos económicos de los actos funerarios: entierros y exequias.

En las hermandades estaban, por lo general, perfectamente delimitadas las funciones asistenciales a sus miembros. En caso de enfermedad, había unos hermanos encargados de auxiliar al cofrade enfermo cuidando de que fuera visitado por el médico, y de ayudarlo económicamente durante su convalecencia. Con ello, las hermandades van a cubrir esta importante faceta social.

Asimismo, la cofradía se ocupará de proporcionar al sujeto todos los efectos materiales relacionados con el sepelio, como la camilla para el transporte del cadáver, a modo de catafalco, la mortaja con la túnica penitencial, el féretro, etc. La garantía del sepelio en la bóveda o cripta de la capilla propia de la hermandad, todos la tenían, estableciéndose un paralelismo ideológico entre la permanencia temporal del cuerpo junto al titular de la cofradía y la idea de la permanencia del alma junto a ser divino, representado por la imagen plástica. Pero, sobre todo, la hermandad le proporcionaba la cera. La cera tiene una importancia vital dentro de la hermandad. No olvidemos que la liturgia católica la considera símbolo de la vida que se extingue en honor de Dios prefigurando la vida eterna. Las cofradías la adquieren, la labran y la guardan como si de un auténtico tesoro se tratara. La cera es quemada en los sepelios y, sobre todo, en los cultos internos de las hermandades en cantidades realmente increíbles, y por supuesto, en el acto más importante y vital que toda hermandad tiene, su desfile procesional.

El pleno desarrollo de las hermandades penitenciales lo tendremos en los siglos XVII y XVIII. Durante este período se establecerá el modelo que pervivirá hasta nuestros días.

El cambio de mentalidad en el hombre y en su gusto estilístico será fundamental para concretizar la esencia de las hermandades y cofradías. Durante estos dos siglos se fundarán prácticamente todas las hermandades que configuran nuestra Semana Santa.

No podemos dejar nuestro breve paso por el siglo XVII sin hacer un alto y fijarnos, aunque sea de pasada, en uno de los más interesantes personajes de la Málaga de esta época y, por ende de Antequera: se trata de fray Alonso de Santo Tomás. Este controvertido obispo dictó una serie de normas encauzadas a reestructurar las formas y modos de las cofradías, especialmente de las penitenciales. El principio básico que inspira las disposiciones cofrades de este obispo, del que se dice fue hijo natural de Felipe IV, es 1a obligatoriedad de que las autoridades eclesiásticas, obispos, vicarios, párrocos, vigilen y supervisen anualmente la vida de la hermandades, en lo que respecta a las procesiones de Semana Santa, que tenían y tienen como centro el Misterio de la Pasión de Cristo. Tras hacer un retrato desalentador y poco edificante, dicta un serie de normas que pretendían acabar con los abusos más escandalosos, tales como la prohibición de procesiones nocturnas, obligatoriedad de que los penitentes lleven túnicas sencillas, sin bordados ni alhajas, o el llamamiento a las autoridades municipales y reales para que mantuvieran el orden en las calles durante el tiempo de la estación penitencial.

Eran frecuentes los altercados entre hermanos de distintas cofradías. En Antequera tuvieron tradición, y trascendieron del ámbito local los que se protagonizaban los Viernes Santo, por la mañana entre las Cofradías de Arriba y Abajo, y por la tarde entre la Soledad y el Santo Crucifijo. También prohibían comer y beber dentro y fuera de las iglesias, antes o después de las procesiones, pues existía la costumbre de agasajar a los hermanos de los tronos y a los penitentes, antes, durante y después de la estación penitencial, con abundante comida y bebida.

Como pueden ver, las cosas no han evolucionado tanto en su cuestión formal como nos podría parecer.

Bula a la cofradía de la Sangre concediendo los mismos privilegios y derechos - фото 3

Bula a la cofradía de la Sangre, concediendo los mismos privilegios y derechos que tiene la capilla de San Juan de Letrán. (Siglo XVI). Pergamino. Detalle

Del análisis pormenorizado de estas disposiciones, se deduce que el modelo de Semana Santa que Fray Alonso deseaba para su diócesis entraba en abierta contradicción con la especial y festiva manera de entender la religión en Andalucía. Por ello, toda esta estricta normativa sufrirá la misma suerte que sufrieron las anteriores disposiciones desde el obispo Blanco Salcedo en 1571, no teniendo el calado y aceptación que debieran por parte del mundo cofrade.

Las hermandades continuarán con su ancestral idiosincrasia protegidas y auspiciadas por un clero regular temeroso de perder sus privilegios y buenos ingresos de estas corporaciones y de una nobleza preocupadísima en conseguir el perdón de sus pecados y la salvación de su alma, a través de los legados y suntuosas donaciones a las hermandades, con el consiguiente prestigio social que suponían estas circunstancias.

Será con la llegada de la ilustración cuando las autoridades, tanto eclesiásticas como gubernamentales, tratarán de una forma tajante de reorganizar y encausar a las hermandades y cofradías. Así, tenemos cómo el obispo Bartolomé Espejo Cisneros promulga un decreto en 1703 con el que pretende encaminar a las cofradías a una correcta representación de la Pasión de Cristo. Este obispo intenta cambiar todo el aparato escenográfico de los pasos y, por supuesto, de las imágenes. Prohíbe que las imágenes de los cristos lleven pelo natural, los bordados de las túnicas, las coronas, potencias u otros adornos de plata, las ostentosas cruces de plata y carey de los nazarenos y las ricas y elaboradas sayas de las vírgenes. En definitiva, Bartolomé Espejo simplemente se entretuvo en refrescar la memoria a los cofrades y recopilar toda la legislación que hasta sus días había dictado la diócesis de Málaga al respecto. El resultado y la suerte que sufrió, en términos generales, fue la misma que la de sus antecesores: no pudo aplicar en toda su esencia la Ley. Las cofradías continuaban desafiantes y ajenas a la nueva realidad.

No sufrirán mejor suerte los ministros de Carlos III, el conde de Aranda y Campomanes, al intentar fiscalizar las numerosas cofradías y hermandades, reformar sus reglas y dedicar sus ingresos a obras de caridad. La lucha contra esta importantísima forma de religiosidad popular solo consiguió que el pueblo se alborotase ante la noticia y la total indiferencia por parte de las órdenes religiosas y, por supuesto, de las cofradías.

El principal ejecutor de estas normas en Andalucía fue su gobernador general Juan Pablo de Olavide, uno de los más acérrimos defensores de la ilustración en España, que como recompensa a su labor solo consiguió que la Inquisición de Sevilla le incoara un proceso sumario que le obligó a huir de España y refugiarse en Francia Es perdonado por Carlos IV y regresa a España, muriendo en 1803 en Baeza. La única consecuencia de este intento reformador fue que algunas cofradías dejaran momentáneamente de hacer estación penitencial y que otras crearan las denominadas bolsas de caridad.

En su intento de racionalizar la religión y sus manifestaciones, los mandatarios tanto civiles como religiosos se dejaron llevar por la imprudencia y no supieron captar la profundidad del arraigo que estas devociones tienen en el corazón del pueblo, sobre todo en nuestra tierra.

Definitivamente, las hermandades entraron ya en el siglo XIX agotadas y exhaustas por las constantes normativas que contra ellas se dictaron. Hecho decisivo fue también la guerra de la Independencia Española, en la que los franceses saquearon su patrimonio mueble y documental. Como consecuencia de la ocupación, los conventos de religiosos son clausurados y las cofradías, disueltas. Este hecho inició el total proceso de disgregación de las hermandades, provocando la ruina económica en la mayoría de ellas.

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