Conchi León - La nostalgia de los sentidos

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Tienes en tus manos un libro de teatro que trasciende, con creces, su objetivo. En él, se recogen los principios para la creación de obras basadas en las vivencias personales de la autora. "En este libro singular, red sin orillas, cúmulo de galaxias y mundos paralelos, se entretejen insoslayables vertientes de reflexión: el diario íntimo de su autora; la inminente deriva hacia la develación de secretos provenientes del álbum familiar y la apropiación y divulgación de las tradiciones culturales de su región: «mi aldea no es sólo el lugar en el que nací, mi aldea también soy yo, con mis recuerdos, mis desmemorias, mi odio, mi amor, mi infancia, mis pesadillas y mis sueños…». Enrique Mijares

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Comparto las reglas que me parecen básicas cuando se escribe sobre la vida propia o la de alguien más.

1. No victimizarme ni victimizar al otro.

2. Los tiempos del teatro son distintos a los tiempos de la vida. En la vida podemos pasar horas escuchando el relato de quien nos comparte su historia, en el teatro, si la obra excede de la hora y media, el espectador empieza a inquietarse. Aquí es cuando la capacidad de síntesis de la que tanto nos hablan debe hacerse presente.

3. Distinguir qué recuerdos, imágenes o situaciones son lo suficientemente poderosos para escribir una historia.

4. Atravesar la historia (sin pervertirla) por los hilos de la ficción.

5. Construir la obra a partir de los códigos y signos de la teatralidad y no a partir del relato únicamente. Ese me parece que es nuestro principal trabajo: dotar el relato con los elementos de la teatralidad.

6. Distanciamiento. Creo que cada historia tiene que esperar su tiempo para ser contada. En muchas ocasiones, hablar de un suceso reciente hace que los hechos no se perciban con claridad o sigan cargados de sentimientos que aportan poco al suceso escénico. He visto naufragar obras autobiográficas porque se convierten en un regaño al espectador o un “momento catártico” donde el artista se flagela a sí mismo, generando incomodidad en los espectadores; entonces son ellos quienes se distancian de lo que queremos contarles.

7 Contexto y referencias, esto permite que el espectador construya un mapa personal sobre lo que está viendo en la escena.

8. Acompañar la historia personal con una situación límite, una historia paralela o ponerla en un lugar que abra otras posibilidades al relato.

9. Construir —desde la escritura— el universo en el que se desarrolla la historia.

10. Informarse lo mejor posible sobre el tema central de lo que vamos a escribir.

11. Encontrar una necesidad real para escribir sobre nuestra vida o la de alguien más. Hay temas o formas que se ponen de moda, pero creo que carecen de fuerza porque no están arraigadas en un deseo profundo del artista.

12. No convertir en héroes a las personas que nos cuentan su historia; el teatro está hecho de humanidad, eso es lo que queremos ver: un ser humano con sus defectos señalables quizá parecidos a los nuestros.

Con seguridad hay personas para quienes resulta muy sencillo salir con una grabadora a entrevistar gente y regresar con sus historias. De hecho, hay muchos “periodistas” que hacen eso, que alimentan nuestro morbo y nuestro horror. ¡Hay tantos! Pero esa tiene que ser la diferencia que debemos construir los artistas: superar el morbo, la estadística y el horror, tomar todo eso y convertirlo en poesía teatral. Siempre digo que somos como Orfeo: descendemos al infierno para recuperar el alma de nuestra Beatriz y revivirla en el breve tiempo de la escenificación.

Yo alguna vez deseé ser periodista, mi madre me hizo desistir de ese deseo haciéndome notar que los periodistas van a la guerra y ahí es muy fácil que los asesinen. Soy una mujer miedosa y prefiero estar lejos de la guerra, de las balas, del peligro, de la muerte. Curiosamente, en la búsqueda de historias he estado en peligrosas prisiones, he compartido con asesinos, ladrones, adictos, violadores, alcohólicos, hombres y mujeres violentos y violentados. Nunca he sentido miedo, nunca he negado mi mano a la mano extendida. Y es que el teatro me ha dado audacia, un ingrediente que en la vida me ha hecho falta, pero en el teatro me ha dado lo justo para escribir. Igual que el cordón umbilical que me unía a mi madre, el teatro testimonial es el cordón umbilical que me une al teatro.

JULIANA, EL AGUA Y LA CARICIA

“Decidí tener a mi hija Juliana sin nada de anestesia y en agua. Entonces pude sentir todo, absolutamente todo, sentí cómo apareció la cabeza y cómo entendimos las dos que era el último esfuerzo. El dolor muy muy intenso me hizo sentir por unos segundos estar entre la vida y la muerte. Luego sentí cómo ella empujó la cabeza para salir, después acomodó el hombro de lado y salió disparada al agua con la última respiración, yo estaba agarrada de unos rebozos que colgaban para hacer contrapeso.

“El doctor la tomó y me la puso en los brazos, todavía con el cordón conectado.

“Fausto estaba conmigo ahí en el agua. Es muy curioso porque todos fuimos testigos de cómo Juliana me acarició la cara casi inmediatamente.

“Nos quedamos ahí un tiempo, abrazados los tres, hasta que llegó el momento de salir del agua y descansar juntas. Recuerdo las palabras dulces de Rayo, mi doula, que nos hizo fuertes a todos con su amor por el acompañamiento del nacimiento de July”.

Susana Romo . Guadalajara, Jalisco.

“Susana quiso que Juliana naciera en el agua, yo la veía sufrir las contracciones y el movimiento de su cuerpo semejaba una danza ancestral; ahí, en el agua, con la niña a punto de salir de su cuerpo, Susana se movía como si bailara. Los dolores eran muy fuertes, ella estaba a punto de rendirse cuando en un último esfuerzo nació la niña. Susana la tomó en sus brazos y lo primero que hizo Juliana fue acariciarle la cara. Yo lo vi, nunca lo voy a olvidar”.

Fausto Ramírez . Guadalajara, Jalisco.

4. LOS CÓDIGOS VITALES VERSUS LOS CÓDIGOS TEATRALES

La vida no es como sucede, sino como la cuentas .

G.G.M.

Hay quienes consideran que con tener los testimonios es suficiente: solo los transcriben y ya tienen una obra de teatro. Yo creo que no basta con tener una historia, es necesario darle un tratamiento, pulirla, separar las pequeñas piedras que la rodean para llegar a la diminuta semilla de oro.

Creo que los tiempos del teatro y los tiempos de la vida son distintos. En la vida real tenemos tiempo para escuchar, en el teatro, los tiempos del espectador suelen estar acotados. Siempre advierto que no es suficiente con tener el testimonio, hay que pensar en la estructura con la que vamos a contar la historia. ¿Cuál es el cielo que sostiene la historia que contamos? ¿Cuál es el universo en el que se mueven esos personajes? Creo que los testimonios deben estar atravesados por el hilo de la ficción, y paradójicamente la ficción acerca a nuestros espectadores.

En los últimos tiempos hemos sido bombardeados con el tema de “la verdad”; los productores descubrieron que si al inicio de la película ponen la leyenda “inspirada en un hecho real” la película se vende más. El ejemplo más claro es La bruja de Blair , que horrorizó a millones de espectadores cuando dijeron que lo que veíamos en pantalla eran las grabaciones reales de un grupo de exploradores desaparecidos. Años después explicaron que fue mentira, un mero truco publicitario.

He entendido que la verdad es un elemento más, pero no necesariamente el más importante. Me gusta torcer los testimonios a favor de la ficción, no me importa si la gente cree la historia completa o no, me interesa encontrar la manera de contarla, de transformarla, de volverla código teatral. Cuando hice una obra biográfica en la que contaba sobre el alcoholismo de mi padre y la violencia que viví de niña, mucha gente decía que los personajes de la obra eran completamente inventados. En particular uno de ellos apodado “el Pulpo”; un tipo que había perdido ambos brazos y manejaba un vehículo con sus muñones. Yo sabía dónde vivía él, me obsesioné en demostrar que lo había conocido. Quería demostrar que era verdad, tenía que conseguir una fotografía de “el Pulpo” para que el público creyera mi historia.

En ese tiempo yo daba taller en el penal de Mérida. Mis alumnas me contaron que la esposa de “el Pulpo” llegó a dar una charla y les contó que su marido había muerto recientemente y ella estaba muy deprimida. Pensé que sería imprudente ir a verla si estaba tan mal. Además, sería de muy mal gusto pedirle la foto. Dejé pasar el tiempo y fui a verla, me atendió uno de sus hijos, le dije que era columnista de un periódico local y que quería hacer una nota sobre su padre. El joven me miró con desconfianza y me dijo que no. Me cerró la reja en la cara, una voz se escuchó desde dentro. “¿Quién es?” el joven le explicó y la señora, la viuda, me dejó pasar. Me contó la historia de amor entre ella y el señor Javier Pat “el Pulpo”. La historia tremenda de sobrevivencia de este hombre, su inteligencia, su fortaleza. Sin conocimientos de mecánica diseñó su propio vehículo para manejarlo con los muñones. Sin duda la ausencia calaba hondo en su familia. Su viuda se conmovió hasta las lágrimas al recordarlo. No tuve corazón para pedirle la fotografía. Estaba por salir a la calle cuando la señora me dijo: “¿No quiere una foto?” La tomé, escribí el artículo e incluí la imagen al final de mi nota.

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