La ciencia de los sentimientos
Ignacio Rodríguez de Rivera
ISBN: 978-84-19042-39-2
1ª edición, julio de 2021.
Editorial Autografía
Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona
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Sumário
planteamiento general
1 sensaciones del cuerpo y sentimientos de la mente
2 ¿qué pone en movimiento a la mente?
3 ¿cuáles son las necesidades básicas humanas?
4 la mente como tejedora de argumentos
5 significados y argumento de la vida de cada persona
6 fundamentación de las leyes del sistema mental humano
7 pulsión de poder y la destructividad humana
8 otros argumentos del poder
9 argumentos del tener
10 argumentos del valer humano
11 la pulsión sexual y sus múltiples argumentos
12 conocer y saber: ¿experiencia o información?
13 el sentimiento amoroso: un intento de estudio
14 conclusiones y sugerencias
15 fin
16 textos y comentarios
bibliografía
Frente a la creencia general e histórica de que sentimientos y ciencia son opuestos que se repelen entre sí, el autor demuestra y explica de forma divulgativa, amena y accesible, cómo el amor y la tristeza, la rabia o los celos pueden explicarse desde el prisma del método científico.
Un viaje apasionante que te hará ver lo que sientes de una manera muy distinta y te ayudará a gestionar de otra forma tus emociones.
“No ignores lo bueno de tu enemigo,
ni lo malo de tu amigo”.
Gratitud a:
Todos los que me habéis acompañado (bien o mal) en mi vida, pues a todos os debo mucho.
Dedicado:
A quien le importe comprender un poco mejor a los demás y a sí mismo.
A quien, además, le interese la investigación humana con base científica.
planteamiento general
Desde hace mucho tiempo, sobre todo en el ámbito que llamamos ‘civilización occidental’ (heredera de la Grecia Clásica y del cristianismo), estamos acostumbrados a distinguir dos mundos diferentes dentro de los humanos: el mundo del pensamiento (más o menos de índole racional) y el mundo de las emociones o sentimientos (calificado como irracional).
De ahí proviene la conocida frase de que el corazón tiene razones que la razón no entiende.
Pero también hay que citar la frase de Goya, al pie de una de sus obras: El sueño de la razón produce monstruos.
Sin embargo, a pesar de esa dualidad, cada persona es considerada como una unidad indivisible, un individuo; aunque lo más frecuente ha sido pensar (o más bien creer ) que esa unidad está compuesta de dos cosas diferentes: cuerpo y alma, o cuerpo y mente, que para el caso es lo mismo, porque mente y alma son prácticamente sinónimos.
De esa forma de pensar, que en filosofía se llama dualismo, proviene el gran escándalo que produjo inicialmente (y aún ahora en muchos casos) la teoría iniciada por Darwin en el siglo XIX, cuando afirmó que la especie humana había surgido por evolución de otras especies animales; porque, según esa teoría, la especie humana no es sino una especie animal más, entre otras muchas.
De modo que, desde Darwin, eso que llamamos mente tiene que ser explicado como el producto de una evolución biológica, no como algo que se introduce repentinamente en un cuerpo, sino que se desarrolla paulatinamente en paralelo a la evolución de los organismos y, más concretamente, del cerebro de esos organismos. La pregunta que trataré de responder es: ¿cómo y por qué se produce el paso de lo físico (‘objetivo’) a lo psíquico (‘subjetivo’).
En cualquier caso, hasta bien entrado el siglo XX, el tema de la mente constituyó un problema casi irresoluble para la ciencia, hasta el punto de que algunas corrientes – como la psicología conductista – llegaron a afirmar que el mismo concepto de mente era un error, pues sólo podemos estudiar con método científico la conducta del individuo; y esa conducta podría explicarse mediante una serie de reflejos condicionados.
No obstante, a partir del nacimiento de la cibernética y de la investigación de los sistemas de información, la mente recuperó su rango de realidad digna de estudio; con lo que el viejo conductismo quedó obsoleto; sin negar sus logros en el campo de los reflejos condicionados que han servido, entre otras cosas, para la investigación del funcionamiento de la memoria (como es el caso del premio Nobel Eric Kandell, de 2000).
En consecuencia, la nueva psicología, llamada ‘cognitiva’, se ocupa principalmente de estudiar la mente desde el punto de vista de procesos de información, íntimamente vinculados al funcionamiento del cerebro.
Este campo ha tenido un enorme desarrollo sobre todo a partir de la década de los noventa del siglo XX, gracias a la innovaciones técnicas de exploración del cerebro, que siguen creciendo hasta ahora y que prometen seguir siendo muy fructíferas para comprender el cómo funcionan los procesos de conocimiento (no sólo humanos, sino de otras especies).
Pero una cosa es averiguar cómo se produce y se tramita la información, y otra bien distinta es comprender cómo y por qué esa información la sentimos del modo que la sentimos y cómo esa forma de sentirla condiciona nuestra respuesta o conducta.
Esto que acabo de decir nos pone frente a la dualidad humana entre pensamiento y sentimiento, porque parece que pensar y sentir discurren por distintos caminos y de forma muy diferente, a veces en mutua sintonía, pero con demasiada frecuencia en clara discordancia e incluso en conflicto: pienso una cosa y siento todo lo contrario ¿cómo es esto, si yo soy una única persona?.
El caso es que, aunque hemos averiguado mucho respecto al tema de pensar, entendido desde la perspectiva de procesar información, todavía sabemos muy poco del tema de sentir, a pesar de que nos hemos dado cuenta de que nuestro pensamiento está notablemente influido por nuestros sentimientos.
De modo que llegamos a la conclusión de que seguimos divididos ante el problema de ensamblar esos dos hechos que ocurren en nosotros, como si pensamiento y sentimiento fuesen dos mundos claramente diferenciados, cada uno siguiendo sus propias leyes o sus propias razones: las razones de la ‘razón’ y las del ‘corazón’, que sólo con gran dificultad logramos poner de acuerdo.
¿Ser humano es ser inteligente exclusivamente de forma racional? Entonces nos parece que esa persona carece de humanidad. ¿O ser humano consiste exclusivamente en ser inteligente emocional? Entonces nos parece que esa persona es poco racional.
¿Pensar o sentir?: este es el dilema (Hamlet parafraseado).
¿En qué radica la unidad del individuo humano?.
Este es un problema o una pregunta que pretendo abordar: ¿cómo podemos comprender que cada uno de nosotros es un individuo (no divisible)?. La hipótesis de la que parto, para comprobar su validez de acuerdo con los conocimientos de los que disponemos actualmente, es que sentir y pensar son dos facetas de un solo hecho que es el conocimiento, entendiendo que conocer implica necesariamente sentir.
Aclaremos una cosa: no es lo mismo conocer algo que saber de algo: yo puedo saber mucho de Moscú, pero no lo conozco; tu puedes conocer Moscú y saber muy poco de esa ciudad.
El principal obstáculo con el que nos venimos tropezando desde que se inició la ciencia moderna, allá por tiempos de Newton, es que el campo de estudio de las ciencias se ha limitado a aquellos hechos que pueden ser observados de igual modo por distintas personas, hechos que pueden ser repetidos a voluntad del investigador mediante el procedimiento que llamamos experimental. También se pueden estudiar científicamente hechos no experimentales, como es el movimiento de los astros, pero cuya observación se repite reiteradamente; de modo que, una vez repetidas las mismas observaciones, podemos formular leyes que se cumplen invariablemente en esos hechos. Ya tenemos, pues, observaciones que llamamos objetivas, porque no dependen de quién sea el observador; y tenemos también unas fórmulas o leyes que corresponden a esas observaciones.
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