Germán Rodriguez - Tras la puerta oculta

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Tomás Melllizo, periodista del misterio, está acostumbrado a las historias dudosas. Pero esta supera a todas.A sus oídos llega una historia sobre unos viejos documentos secretos del Vaticano que hablan del Proyecto Cronovisor: una máquina para ver el pasado y obtener imágenes de Jesús.Pero en este proyecto algo fue mal y fue cancelado de repente y sus responsables muertos en circunstancias extrañas.Una historia descabellada, de no ser por una fotografía que acompaña a los documentos. Tan borrosa como perturbadora, la imagen retrata a Jesús en la cruz Tomás inicia la investigación uniéndose a la doctora Esther Weiss y se ponen tras la pista de lo ocurrido. ¿Existió realmente el Cronovisor? ¿Tuvo éxito? ¿Qué vieron y por qué el Vaticano canceló el proyecto?Pero Tomás y Esther no tardarán en comprender que personajes muy poderosos están dispuestos a todo con tal de que la historia del Cronovisor no salga a la luz

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Tomás había terminado su tercera ginebra. Haciendo un esfuerzo, obligó a su mano a tapar el vaso para impedir que Olga le sirviera otra.

—¿Por qué querría Weiss mostrar un Jesús tan...? —dudó.

Tan real.

—…tan fuera de lo común?

—Mmm… Debo reconocer que para ser un hombre tan mediocre, Weiss tuvo una visión original. De hecho, creo que con sus limitaciones fue capaz de ver más claro que la mayoría. Lástima que no se dejase aconsejar para extraerle todo el potencial a su idea y todo acabase en terrenos populacheros más propios del museo de cera que de la sofisticación que el tema merecía.

—¿Qué tema?

Con un brillo de sorna en los ojos, Viturro sonrió de forma sugerente.

—¿Sabe lo que le digo? Creo que Dios tiene unos gustos muy convencionales si hablamos de arte.

—¿A qué se refiere?

—Me refiero a la crucifixión. ¿Ha reflexionado alguna vez sobre ella?

—Lo normal.

—Habrá reparado en su inmenso poder de evocación. Hablo de la ceremonia en sí, por supuesto. Del hecho de crucificar a Dios.

—Pensaba que hablábamos de arte.

—Así es. ¿O es que acaso no es la crucifixión, el acto de clavar a Dios en una cruz, una obra de arte en sí misma? Aún diría más: se trata de la obra de arte total del hombre para Dios.

—No le sigo.

—Adopte usted un dios; adórelo, póstrese ante él y pídale todos sus deseos, pero mientras tanto, en secreto, vaya tallando una cruz con un pedazo de madera. Cuando la cruz esté terminada, coja a su dios y asesínelo sobre ella. ¡Genial! ¡Sangre sobre un cuerpo perfecto suspendido en equilibrio sobre la cruz! ¡Grandes principios morales y sadismo! ¡La eternidad sobrevolando la escena! Una deidad con el debido sentido del deber artístico se mostrará encantada de participar en esa suprema farsa. Pero un dios taciturno y severo, insensible a las sutilezas estéticas, como se sospecha que es el dios de los cristianos, podría considerarlo una broma pesada. Quizá el señor Weiss, en su simplicidad, fue capaz de intuir algo así; de ahí que su Crucificado muestre tan poco espíritu de colaboración. —Hizo una pausa para saborear sus propias palabras junto a un sorbo de whisky —. De todas formas, tampoco se lo puede culpar. Si me crucificasen a mí, no sé qué cara pondría, la verdad...

c a

Tras un par de desvíos erróneos por los senderos secundarios del jardín, consiguió salir a la calle. Sopesó la petaca. Solo quedaba un trago de ginebra y decidió bebérselo para recargarla. En ese momento sonó el teléfono móvil.

—¡Soy yo! Acabo de ver la película —dijo la voz de Jesús desde el otro lado.

Tomás aparcó lo del trago.

—¿Y?

—Me temo que Fermín y Juanma dieron en el clavo, colega. Es un anzuelo para que piquemos.

—No jodas. ¿Qué se ve?

—Bueno, se lo han currado bastante. Parece de verdad. Yo diría que quien la haya hecho produce cine o televisión.

—¿Pero qué se ve?

—Cardenales, o supuestos cardenales; de aquí para allá. Todo muy sugerente, pero ni una sola imagen del cronovisor. Nada de nada: ni Jesucristo en la cruz, ni leches. Apesta a Roswell, tío. Mañana llevaré el proyector para que todos la veáis.

—De acuerdo. —Colgó el teléfono—. ¡Mierda!

Frustrado por saber que la película no serviría de nada, se dirigió a su moto. Entonces se percató de que cerca había un coche aparcado y se fijó en el conductor. Rondaría la treintena, iba trajeado y tenía el pelo rubio platino, el rostro cuadrado y un cuerpo fuerte y atlético. Estaba haciendo algo con el móvil, y levantó la vista de él para observarlo cuando se acercó. Tomás se quedó con una sensación rara, pero siguió hasta su moto y desapareció del lugar.

c a

Eulalia sostuvo en una mano la foto del crucifijo de San Lázaro obtenida por Tomás y, en la otra, la fotografía original de Jesús que acompañaba los documentos del cronovisor.

—A ver si lo entiendo —dijo, enarcando las cejas con escepticismo—. El crucifijo al que se refirió Mateo existe; la foto supuestamente obtenida con el cronovisor bien podría ser una foto de ese mismo crucifijo; pero, aun así, ¿te empeñas en que no es ningún montaje? ¿En que de verdad fue realizada con el cronovisor?

Tomás observó de nuevo la fotografía de Jesús, borrosa y oscura como un mal sueño materializado, y asintió desde el otro lado de la mesa. Ella lo miró con un gesto que reclamaba explicaciones.

—¿Qué quieres que te diga? Cuanto más lo pienso, más convencido estoy. Es la única manera de que este asunto tenga algún sentido.

—Depende de lo que entiendas por tener sentido —dijo Eulalia sin apearse de su escepticismo—. Para mí y para cualquiera, es evidente que Weiss se inventó una historia y luego le sacó una foto al crucifijo para que sirviera de prueba.

Tomás sacó la petaca y bebió un trago mientras negaba con el dedo índice. Sentía una fina película de sudor sobre la piel, más producto de su excitación mental que del hecho de que la estufa del despacho estuviese encendida a su lado.

—Para fabricar una foto borrosa —explicó— le hubiese valido cualquier crucifijo. ¿Por qué iba a encargar uno a propósito? Y, lo que es más: ¿por qué uno tan extraño?

—¿Porque estaba como una cabra?

—Olvídate de eso y supón por un momento que nuestra foto es auténtica. Fíjate en las fechas.

Cogió la fotografía de Jesús y se la mostró junto a un documento que extrajo de la carpeta de Weiss.

—Según pone aquí, Late obtuvo la fotografía en Israel en junio de 1975, o sea, más de un año antes de que Weiss le encargase el crucifijo a Viturro, en octubre del 76. Así que el crucifijo estaría inspirado en la foto, no al revés.

Eulalia se colocó el cenicero en el regazo y se echó hacia atrás en el asiento, reflexionando. Por unos momentos jugueteó con el encendedor sin decir nada.

—Muy bien. Olvidemos por un momento que a Weiss le faltaba un tornillo. Supongamos que los documentos que nos entregó son auténticos. Entonces, ¿para qué encargó el crucifijo?

Tomás suspiró.

—Eso es lo que todavía no sé... Si Weiss estuvo al servicio de Del Val en el Enebro, sería lógico pensar que encargó el crucifijo siguiendo sus órdenes.

—¿Con qué propósito?

—Quizá para tener un as en la manga. —Se adelantó en el asiento—. El Proyecto Cronovisor era un secreto peligroso. ¡Quién sabe lo que llegaron a ver! Tal vez tuvieron acceso a informaciones que debían permanecer ocultas, y… ¿cuál es la mejor manera de tapar una verdad que no quieres que se sepa?

—Restringirla a gente de confianza. Que sea alto secreto.

—¡Eso es imposible en este mundo de cotillas! Lo más inteligente es prepararse para lo inevitable: si tiene que haber filtraciones, que las haya; pero que la verdad se filtre cubierta con una fina capa de mentiras. ¡Convertirla en algo de lo que dé vergüenza hablar! Si el proyecto y sus logros llegasen a oídos ajenos, el Vaticano solo tendría que dejar circular la foto en los medios adecuados y, una vez inflada la burbuja de la expectación, desinflarla de golpe revelando la existencia del crucifijo. Eso echaría por tierra la historia y bastaría para disuadir a los curiosos, convenciéndolos de que todo era un bulo.

—Todo eso son elucubraciones —dijo ella acariciándose la frente con gesto cansado.

Tomás se puso de pie con impaciencia y golpeó la mesa con ambas manos.

—¡No son elucubraciones, joder! ¡Son hipótesis! Si la historia del cronovisor es falsa, ¿qué coño hacía el cardenal Del Val en San Lázaro esta mañana? ¡Buscaba estos documentos! ¿Por qué crees que los buscaba, eh? ¿Por qué?

Había elevado la voz. Vio a Eulalia mirar su petaca de soslayo y la devolvió al bolsillo. Ella apagó la colilla y se dio la vuelta para contemplar su nueva pintura de Dalí, como si eso la ayudase a pensar. Añadió entonces un eslabón más a su incansable cadena de cigarrillos y dejó que las volutas de humo se enredasen con la escena imaginada por el pintor, quizá deseando que el elefante de interminables patas arácnidas que se paseaba al fondo del cuadro transportase sus pensamientos hasta algún lugar que solo ella sabía.

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