Isabel Margarita Saieg - Serendipia antémica

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Serendipia antémica: краткое содержание, описание и аннотация

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Sus caminos se cruzaron cuando menos lo esperaban, pero fue aquella coincidencia lo que los salvó de perderse para siempre en la oscuridad.
Adelaide quiere hallar una forma de olvidar su pasado, Paris necesita una razón para vivir el presente, Theodore busca recuperar aquello que dejó atrás y William piensa que por fin ha logrado salir adelante. Pero, al cruzarse sus caminos, sus vidas se trastocan y toman rumbos impensados.
Serendipia antémica es la historia de cuatro adolescentes que intentan reencontrarse con ellos mismos mediante la música, la poesía, el arte y el amor. ¿Podrán conseguir lo que buscan? ¿O encontrarán algo mejor?

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—¿Se hizo pasar? —pregunté, confundida.

—Sí. Conozco perfectamente a Theodore, y este chico no se parecía en nada. No puedo recordar su nombre, pero lo conozco. Es atleta, creo, y es muy alto y delgado.

No logré pensar en nadie. Jamás había hablado con nadie, ¿cómo podría recordarlos a todos?

—¿Cómo lucía? —pregunté.

—Bien vestido —empezó ella, pensando—, cabello negro, ojos oscuros, sonrisa de niño bonito, algo mediocre, si me preguntas a mí. Dudo logres pensar en alguien porque hay cientos de chicos como él aquí.

De hecho, sí me sonaba la descripción. Un chico llamado Tristán de tercer año. Lo recuerdo porque salió con Cris por mucho tiempo, pero Jazz lo conocía, así que no podía ser él.

Un momento...

Entonces caí en cuenta. Mi cuello comenzó a transpirar por el nerviosismo, pero me aliviaba encontrarle un poco más de sentido a todo. Lo encontraba muy creativo, pero al mismo tiempo tenía miedo. Le tenía miedo a él, a Cris, a Gabe y a las consecuencias de todo esto. Tomé aire y traté de ocultar los sentimientos que me atormentaban. Jazz no podía enterarse. Si lo hacía, no dudaría en contárselo a Gabe.

—Se llama Dante, creo —mentí. Necesitaba confirmar si mi deducción era correcta, porque la descripción que Jazz me había dado era muy general—. Tú eres miembro del consejo estudiantil, ¿conoces a alguien con ese nombre?

Su mirada felina me incomodaba, y ella lo sabía, por eso la intensificaba más y más. Al fin, pareció creer mis palabras y contestó, restándole importancia:

—Ubico a un chico en tu clase, pero no le dicen así. Supongo que Dante es su segundo nombre. Se apellida Carson... ¿Paris, quizás?

Lo sabía.

Me sentí extrañamente feliz porque fuese él y no otro. Quizás se debió a que después de nuestro encuentro en la bodega de la sala de arte había pasado mucho tiempo pensando en él y, además, porque Cris y Gabe definitivamente no estaban detrás de todo. Por primera vez, era en serio. No era una prueba, no era una lección, era una vía de escape.

—Puede ser. No sé. La verdad es irrelevante.

Jazz se encogió de hombros, giró hacia la puerta y volvió a entrar en el aula, dejándome sola en el pasillo. Caminé nuevamente hasta mi casillero para sacar mi cuaderno de arte, para la siguiente clase.

Aproveché de llegar temprano a la sala, así dejaría todo listo antes de que comenzara la clase. Paris estaría allí. Era una de las pocas asignaturas que teníamos juntos, si acaso no era la única. El problema era que había cuatro amigos de Gabe que tomaban arte con nosotros, así que no había forma de que pudiese hablar con él. Dudé en poder ingeniármelas, pero si lograba hacerlo de forma sutil, lo peor que podía pasarme era que no me entendiera.

Al abrir la puerta, me llevé una gran sorpresa. La pizarra estaba llena de apuntes, que supuse luego tendríamos que copiar. Caminé otro par de pasos para poder mirar mejor, y entonces lo vi: de pie junto a la pizarra se encontraba un chico con una sudadera gris. Estaba terminando de escribir. Al sentir el ruido de la puerta, giró la cabeza y me miró con detención.

Silencio.

Oh, esto tiene que ser una broma...

Capítulo 6

8 de octubre, 14:30.

ADELAIDE MELDEEN

—Hola, Mel —dijo Paris, sonriendo con curiosidad.

No dije nada. Paris hizo rodar los ojos y continuó con su trabajo. Comencé a leer parte de lo que ya había escrito:

Inventar frases creativas e inspiradoras para un proyecto de la clase de literatura en primaria.

Bajo esa información se encontraban los nombres de los alumnos de toda la clase de Arte sin orden específico. Alternados, al lado de los nombres había signos más y signos menos, como si fueran diálogos. Mi nombre se encontraba al principio, bajo el de Paris, con un signo menos. La frase junto al nombre de Paris ya estaba escrita.

Al leerla, se me paró el corazón.

¿Vas a dejar de sobrevivir para empezar a vivir?

Con eso confirmé que era él quien había escrito la carta. Sonreí para mí misma y me puse una mano en el cuello, rodeando el colgante de amatista que siempre llevo conmigo.

No sabía cómo manejar la situación. No sabía si decir algo, si irme o si sentarme e ignorar todo. Decidí avanzar lento hasta él.

Me miraba atentamente. Sus profundos ojos negros se me clavaban como cuchillos en la piel. Hice caso omiso a mi desconfianza y mi temor, me detuve a su lado, le arrebaté el marcador y, junto a mi nombre, escribí. Al terminar, lo miré. Parecía satisfecho y feliz. Procedí a sentarme en mi puesto habitual al otro lado de la sala.

Pasé el resto de la clase escribiendo una carta nueva, contestando, proponiendo, ideando y explicándole muchas cosas, también evitando otras varias. Incluso, ya que él lo había hecho, incluí un par de versos que escribí yo misma. Intenté recordar algún poema que hubiera leído. Uno de estos días iría a la librería para comprar un libro de poesía. Sería una de mis muchas alteraciones al maldito sistema Santana.

No le puse atención a lo que Paris le explicaba a los demás alumnos, pues yo ya sabía de qué se trataba todo. De vez en cuando oía un par de palabras sueltas sobre el tema. Recalcó que la idea era no hablar sobre la frase previamente, para que los sentimientos estuviesen en bruto y las palabras fuesen espontáneas.

—La coherencia no importa —decía—, lo importante es que se dejen llevar por lo que sienten y por lo que quieren transmitirles a las generaciones más jóvenes.

Alguien se sentó detrás de mí, pero lo ignoré. Ya sabía de quién se trataba. Me preocupé de terminar la carta rápido y esconderla bajo la mesa para que no me preguntara respecto a ella. Apenas lo hice, sentí el agarre de una mano sobre mi hombro. Se me erizó la piel, la fuerza que poseía confirmó mis sospechas respecto a su identidad. Ni siquiera tuve que voltear para hacerlo.

—Hola, Vince —dije.

—¿Qué haces? Te noto concentrada.

—Un trabajo para Lengua. Tenemos que escribir una carta ficticia hacia un personaje de alguna novela o película.

—¿Un libro? Santana odia la literatura... ¿Te deja leer?

¿En serio, Vincent?

Me dolió darme cuenta de lo tonta que había sido al dejar que alguien manejara mis pensamientos de esa forma. Era un hurto. Gabe me arrebató, siendo una niña, la posibilidad de ser libre y ahora no sabía cómo recuperarla. Había pasado inadvertido, pues al estar enamorado de mí, decía tener el derecho de manejarme como quisiera, y no era así. Algunas cosas que por tantos años Gabriel me había hecho creer, comenzaban a perder su sentido y no sabía si sentirme agradecida o aterrada por ello.

—No le gusta y siempre se queja de ello, pero de vez en cuando lo hago. No sé si mis padres tienen libros y Gabriel no me los compra, así que tengo que conseguírmelos.

—Lo supuse —dijo mientras se sentaba a mi lado, recogiendo su cabello en una pequeña coleta—. Además, apenas hablas con tus padres, ¿no?

Un escalofrío atravesó mi espalda. Odiaba que todos ellos hablaran sobre mi familia como si nada, como si fuese normal, como si supieran todo. Vince no lo hacía intencionalmente, siempre me había tenido cariño, pero los demás lo hacían incluso para amenazarme. Algunos ni siquiera sabían quién era California, mucho menos lo qué le sucedió. Si no sabían eso, no sabían nada. En todo caso, podía ignorarlos.

—No nos llevamos bien.

—Es una pena que tus padres no te quieran. La gente suele decir que es algo vital para el crecimiento, pero dudo que sea cierto. Después de todo, nos tienes a nosotros. Gabe te da todo el amor que necesitas, y nosotros te damos lo demás.

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