Isabel Margarita Saieg - Serendipia antémica

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Serendipia antémica: краткое содержание, описание и аннотация

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Sus caminos se cruzaron cuando menos lo esperaban, pero fue aquella coincidencia lo que los salvó de perderse para siempre en la oscuridad.
Adelaide quiere hallar una forma de olvidar su pasado, Paris necesita una razón para vivir el presente, Theodore busca recuperar aquello que dejó atrás y William piensa que por fin ha logrado salir adelante. Pero, al cruzarse sus caminos, sus vidas se trastocan y toman rumbos impensados.
Serendipia antémica es la historia de cuatro adolescentes que intentan reencontrarse con ellos mismos mediante la música, la poesía, el arte y el amor. ¿Podrán conseguir lo que buscan? ¿O encontrarán algo mejor?

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Sonrió melancólicamente y continuó diciendo:

—Me pagan mañana en la mañana. Iré al mercado y compraré bombillas. Aprovecha y pregúntale a las chicas si les falta algo. Por ahora tendrán que arreglárselas sin la luz del baño.

Sus palabras me dolían. No porque nuestros problemas llegaran al punto de no poder comprar bombillas, sino porque, a pesar de ser el hombre mayor de la familia, me seguía mintiendo.

—¿Sabes? Lo mínimo que podrían hacer esos bastardos es darnos algo de plata para poder vivir. Helena, Will y tú se rompen el lomo trabajando; yo espero poder llegar a algo con mis estudios para poder mantenerlos. ¿Y qué pasa con los demás? Con Marie, Amadeus y Joan somos siete personas en una miserable casucha para tres, mamá. ¿No crees que es hora de buscarlos y decirles que existimos? ¿Decirles que deben hacerse cargo? Por lo menos al padre de Helena, tenemos su contacto, puedes llamar a la cárcel, o...

—Paris, suficiente —me interrumpió—. Sabes que no sé nada más que tú no sepas.

No se veía muy afectada. Había oído el sermón más de mil veces, y la respuesta siempre era la misma. Estaba segura de que las cosas no mejorarían, incluso que podían empeorar si hablábamos con esos sujetos. La verdad, no nos interesaba conocerlos. Ni a mí, ni a nadie bajo este techo.

Mamá decía no saber quiénes eran. No sabía si mentía, pero hacía mucho decidí creerle y, fuera cual fuera la verdad, era mejor dejarlo así.

—No sé si creerte. ¿Ni siquiera sabes de uno? ¿Nada?

Bajó la vista al suelo.

—Nada.

Antes de que pudiese responder algo, Helena entró en la habitación vestida con la camisa negra y el delantal rojo que usaba para ir a trabajar.

—Marianne —dijo, sin saludar—, la bombilla del baño se quemó. Voy a ir al mercado por otra.

—Helena, detente —dije, sin mirarla. Caminé hasta mamá y me detuve a un par de centímetros de su rostro. Parecía estar intimidada, como si tuviese miedo de que fuera a golpearla—. Mamá...

De pronto, pareció envejecer. Sentí el peso de mi corazón acelerado.

Nos tuvo a todos siendo tan joven…

A veces olvidaba que teníamos solo dieciocho años de diferencia. Se veía agotada, como si no hubiese dormido en más de dos semanas. Mis pulmones se quedaron sin aire repentinamente.

No es su culpa. Nada de esto lo es.

Traté de calmar mi mal temperamento y tomé su mano entre las mías para calmarla.

—Perdóname —dijo, mirándome a los ojos. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al ver a Will reflejado en ellos—, jamás quise esto para ustedes. Puedes ir a un cajero y sacar dinero de mi cuenta si realmente lo necesitas. No quería ser tan paranoica, pero sabes cómo me pone este tema.

Acaricié su rosada mejilla sin decir nada. Sonrió y volvió a hablar.

—Le temo al futuro.

—Más deberías temerle al...

—Paris —interrumpió Helena—, yo pago las bombillas. No es problema.

No esperé a que mamá volviera a hablar. No quería oírla. Volteé velozmente y salí por la puerta de la habitación.

Sabía que Helena venía detrás de mí. Antes de irnos, tomé una bolsa hermética con billetes que guardaba dentro de un calcetín viejo. Saqué uno y volví a la entrada. No dejaría que Helena pagara incluso una ampolleta después de todo lo que había trabajado. No lo merecía.

Mamá, Helena, William, y yo contribuíamos de distinta forma al sustento de la casa. Mamá trabajaba como secretaria en una empresa, Helena era barista en un café en la avenida principal de Cressida, Will trabajaba en una librería, y yo, además de estudiar, tocaba guitarra en la plaza Aragán de vez en cuando. Todo esto con treinta y seis, dieciséis, diecisiete y dieciocho años respectivamente. Por el bien de la familia, Helena y Will dejaron la escuela, pero yo no me resigné a hacerlo. Quería ser un profesional para, tarde o temprano, poder cuidarlos a todos como ellos han cuidado de mí.

Los trabajos eran poco lucrativos, pero no teníamos otra opción. Si no hubiésemos hecho nada para mejorar nuestra situación, Marie, Amadeus y Joan habrían seguido nuestros pasos, y yo me encargaría de evitar eso a toda costa.

Helena y yo nos encontrábamos en la mitad de la calle Soler, bajando al mercado. El silencio era pleno, pero no incómodo en absoluto. Me gustaba ver cómo sus ojos celestes iluminaban todo a su alrededor, tal como lo hacían los de mamá y los de Will.

Los cuatro nos parecemos bastante, de hecho. Si no fuese porque mis ojos son prácticamente negros, Will, Helena y yo podríamos decir que somos trillizos sin ningún problema.

—Paris —interrumpió mis pensamientos—, me han dado un ascenso en el café. Me han ofrecido trabajar tiempo completo por el triple de dinero.

Por un par de segundos, todos mis problemas parecieron desaparecer. Sonreí y la abracé, pero ella no se veía muy contenta.

—¿Qué pasa? Deberías estar alegre.

Bajó la cabeza y entrelazó una mano con la mía, sin dejar de caminar.

—Si acepto, tendré que salir de casa todos los días a las ocho de la mañana, para después llegar a las ocho de la noche. ¿Qué será de Joan y Marie sin mí en casa todo el día? Van a odiarme.

—Eh, no digas eso. Marie ya tiene trece años, va a entender lo que está ocurriendo. Y más allá de los caprichos de las chicas, debes pensar en lo que es mejor para la familia. Necesitamos ese dinero. Mamá no gana lo suficiente, yo menos, y Will está haciendo su mayor esfuerzo, igual que tú. Odio tener que convencerte, pero creo que esto es algo que debes hacer.

Sus ojos estaban húmedos por la desesperación. Aun así, mantuvo la compostura.

—Tengo dieciséis años, ¿por qué tengo que tomar este tipo de decisiones?

—El mundo es un lugar muy cruel. Nos obligó a crecer rápido. No tuvimos opción.

Una enorme ola de tristeza se asomó en los ojos de Helena.

No era broma. Jamás tuvimos tiempo para jugar o disfrutar cuando niños. Mamá se enfermaba muy seguido y pasaba días encerrada en su habitación. Yo cuidaba de ella mientras Will se hacía cargo de los más pequeños. Luego, al llegar Helena a la familia, todo se hizo un poco más fácil, pero ya habíamos crecido. No era lo mismo.

—Sí —dijo Helena—, definitivamente no tuvimos opción... Voy a hacerlo. Por ti, por mí, por todos. Además, me gusta mucho el trabajo.

—Eso es lo más importante —respondí, abrazándola con un solo brazo para poder seguir caminando—. Yo compraré las bombillas, como regalo de felicitaciones.

Helena rio. Sentí un pequeño halo de calor rodear mi corazón al oírla.

—Gracias, Paris, siempre he querido una de esas. ¡Sueño hecho realidad! —dijo con ironía.

—Lo sé, de nada. Soy el mejor hermano que podrías haber pedido.

La sonrisa de Helena se volvió tenue, sin perder su belleza.

—Sí. Lo eres.

Continuamos nuestro camino hasta el mercado, que quedaba justo al lado del café en el que Helena trabajaba. Compramos las dos bombillas más baratas y volvimos a casa. En el camino, Helena me explicó cómo sería su dinámica desde ahora. Trabajaría los siete días de la semana, cambiaría de uniforme, pero sin contacto con los clientes, que era lo que más odiaba de ser barista. Desde ahora se encargaría del tema de la organización y el stock, que se ajustaba más a su estilo y personalidad que la preparación del café en la barra.

Más allá del esfuerzo que tendría que hacer, estaba feliz. Me encantaba verla así. Lucía aún más bella con una sonrisa destellando en su fino rostro.

Aun así, verla me daba miedo; miedo que mi hermana pequeña creciera, miedo de tener que tomar distintos caminos, miedo de perder el contacto, miedo de olvidarnos.

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