En la relación de Tomás Muñoz nos encontramos con obras como Historia urbis antiquarensis, Las antigüedades de Antequera de Juan de Mora o La historia de Antequera de Agustín de Tejada. Todas ellas son del siglo XVI y representan la auténtica base sobre la que se desarrollará fundamentalmente a lo largo de la siguiente centuria la narración histórica, la cual recaerá principalmente en tres autores: Alonso García de Yegros, fray Francisco de Cabrera y el canónigo Luis de la Cuesta. Estos marcarán el patrón que posteriormente, hasta finales del siglo XIX, seguirán los demás autores a la hora de escribir historia sobre Antequera.
En el siglo XVII, entre estos autores citados, no cabe duda que el de mayor importancia es el padre Cabrera. Su obra, de cuidado estilo, denota un trasfondo cultural que nos revela la elevada formación académica de su autor. Su metodología de trabajo se evidencia tanto en la estructura del texto final como en la exhaustiva aportación de datos, de los que de manera sistemática trata de acreditar las fuentes, documentales o arqueológicas, transmitiendo credibilidad al incluir solamente hechos contrastados. Sin embargo, la novedad en su obra no radica tanto en su método, pues ya anteriormente aunque de manera muy básica es empleado por Agustín de Tejada en su obra, referida al período clásico, sino en la extensión, alcance y, por supuesto, resultado final del trabajo.
Como podemos apreciar, el agustino padre fray Francisco de Cabrera es una pieza vital en el desarrollo historiográfico local.
Sin embargo, ¿qué conocemos realmente de este personaje? La respuesta es: prácticamente nada. Sorprendentemente, salvo unas breves notas aportadas en su día por el padre Andrés Llordén, que a su vez se hace eco de algunas referencias que proporcionaba Narciso Díaz de Escobar en su obra Galería literaria malagueña, publicada en 1898, nadie más se ha preocupado de profundizar en este sobresaliente autor. Indagando un poco hemos conseguido saber que fue hijo de un escribano del número de nuestra ciudad llamado Francisco de Cabrera y Astorga, el cual ejerció en el oficio 12. Nació, nuestro autor, en 1584. Fue bautizado el día 14 de julio en la parroquia de San Sebastián, actuando como padrinos D. Hernando de Carrión y, el también escribano, Rodrigo Alonso de Mesa, el mozo. Ignoramos cómo fue su educación y en qué lugares vivió.
Existen solo un par de documentos reveladores en cuanto a su educación: los testamentos de su madre, Lucía Ruiz, y de su padre. Concretamente, en las mandas de su madre se nos detalla, en una de las cláusulas, el siguiente dato:
[...] yten declaro que el dicho mi marido y yo hemos pagado y gastado con el dicho fray Francisco nuestro hijo en las cosas necesarias para entrar en la religión y profesar en ella y en estudios y otros gastos que hizo antes de entrar en la religión quinientos ducados a demás de los que yo gasté sin que el dicho mi marido lo supiera, que serían cien ducados [...].
Seiscientos ducados de finales del siglo XVI es un suma realmente importante, lo que denota una apuesta firme por la formación del hijo. Igual de explícito es su padre en otra manda de su testamento, donde también se hace alusión a esta suma:
[...] declaro que la dicha doña Lucia mi mujer y yo entre ambos hemos entregado al dicho fray Francisco nuestro hijo en el convento del señor San Agustín de esta ciudad y en darle estudios en nuestra ciudad y en Córdoba y Sevilla y en los alimentos y ajuar y otras cosas que llevó al convento y en otros gastos que con el se hicieron en particular lo que se declara en la dicha partición [...].
El padre fray Francisco de Cabrera falleció en 1649, víctima de la epidemia de peste que asoló Antequera ese año. Su labor no se limitó tan solo a la historiografía, sino que, como se verá posteriormente, fue una pieza clave en su día en la transformación física del convento agustino antequerano.

Portada del Arco de los Gigantes. Dibujo a tinta. Historia de Antequera del padre Cabrera.
****18Anteriormente publicado en Fragmentos para una historia de Antequera por el Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2009 con ISBN 978-84-7785-827-0.
El licenciado Juan de Aguilar ****19
La cátedra de gramática o latinidad representaba, desde su origen en la época medieval, una especie de segunda enseñanza previa a los estudios superiores. Consistía básicamente en la lectura y comentario de obras clásicas siguiendo unas determinadas normas que, según parece, no se llegaban a cumplir habitualmente, ya que frecuentemente daba lugar a discusiones sobre cuestiones para nada relacionadas con el texto objeto del estudio.
Estas cátedras de gramática tenían un carácter eminentemente eclesiástico. A la Iglesia le correspondía la vigilancia y administración de los documentos. Se calcula sobre unas 4.000 el número de cátedras de gramática que llegaron a constituirse hasta el siglo XVII.
La cátedra de gramática de la iglesia colegial de Antequera se establece en 1504, fecha de la creación de la Colegiata por el obispo D. Diego Ramírez de Villaescusa. En la documentación de la Real Colegiata conservada en el Archivo Histórico Municipal se hace alusión al establecimiento en esta institución de dichos estudios.
Sin embargo, en el archivo existe una importante laguna documental. Por un lado, las actas capitulares no comienzan a ser conservadas sistemáticamente por los canónigos hasta 1526, fecha de inicio del primer libro de actas como tal. En cuanto a la administración, toma de posesión de los licenciados, expedientes de oposiciones, alumnos y demás temas administrativos, tan solo se conservan, o tenemos información para el estudio de este sistema de enseñanza en nuestra ciudad a través de esta serie de actas capitulares, como soporte con continuidad, a partir del segundo cuarto del siglo XVI.
Numerosos han sido los trabajos que se han realizado en torno al estudio e investigación de la cátedra de gramática. Destacamos, por lo significativo, el de José Quirós de los Ríos, Erección, fundación y dotación de la Santa Iglesia Insigne Colegial de la Ciudad de Antequera, en el siglo XIX, y el de Fermín Requena Escudero, en el siglo XX, Historia de la cátedra de gramática de la iglesia colegial de Antequera en los siglos XVI y XVII.
La importancia de la cátedra de gramática viene determinada por la calidad de los preceptores y por el peso específico que debieron tener en el entorno social antequerano. No olvidemos que la colegiata va a representar, más allá de su estricta función eclesiástica, un foco de influencia intelectual que marcará claramente determinados desarrollos culturales colectivos que se reflejarán en la población y en el concepto de Antequera como ciudad, en el sentido de ente urbano administrativo de una comarca y centro de producción de riqueza y creación artística.
Este grupo de intelectuales también será clave en la mentalización colectiva sobre los nobles orígenes clásicos de Antequera, es decir, vinculados a Roma, acreditados mediante una producción historiográfica de gran importancia, tanto por la calidad de los textos como por la cantidad de sus autores.
En la actualidad, por las circunstancias antes expuestas, tan solo tenemos constancia de los preceptores de gramática de la cátedra antequerana a partir de 1527, con el nombramiento del bachiller Diego López.
El conocimiento que poseemos sobre estos personajes es bastante desigual. Hay figuras muy estudiadas, como el caso de Juan de Vilchez, y otros no menos importantes que pasan casi inadvertidos. A pesar de ello, sus nombres al menos son conocidos, como es el caso de Juan de Mora o Juan de Aguilar. A lo largo de ese período dorado para la cátedra de gramática de la colegiata antequerana (siglos XVI y XVII), se tienen documentados un total de 25 preceptores entre titulares e interinos.
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