El otro bien, destacado anteriormente, que percibió como capital don Bernabé Delgado de manos de su padre, en el momento de contraer matrimonio, fue una casa en el coso de San Francisco. No lo hemos escogido por casualidad. La plaza de San Francisco va a cumplir una importante misión centralizadora del poder a lo largo de los siglos XVII y XVIII, será escenario para divertimentos y escaparate para la oligarquía local, cuyo elemento más característico será la Casa de Cabildos, conocida también por el nombre de Casa de los Miradores, al cumplir también la función de palco para ver y asistir a los diversos eventos que se celebraban a lo largo del año.
Indiscutiblemente, uno de los mayores símbolos de prestigio, dentro de la oligarquía local, que se podría tener en esos momentos sería el ser propietario de un edificio propio, con balcones y ventanas donde la unidad familiar y la red clientelar pudieran asistir a los espectáculos. Como vemos, este inmueble, esa casa con doce ventanas, sería un bien de una gran importancia social, máxime si pensamos además que estaría ubicado justo enfrente de la Casa de Cabildos.
Como vemos, don Bernabé Delgado y Lara viene a representar una parte de la sociedad antequerana de una época, de un grupo social, que jugó un importante papel.
Lo realmente interesante de nuestro noble personaje sería que, además de su retrato, pudiéramos contar con la documentación generada a lo largo de su existencia y por sus descendientes, que sin duda nos aportarían una importante e interesante información sobre aspectos concretos de nuestra ciudad, enriqueciendo nuestro Archivo Histórico Municipal.
Francisco de Roa,
de escribano a guerrillero
Uno de los momentos referentes más importantes de nuestra reciente historia contemporánea es la Guerra de la Independencia. Los historiadores marcan un antes y un después de este episodio. Este catastrófico acontecimiento sin duda afectará brutalmente a toda la sociedad española. Toda invasión militar lleva unida un ineludible factor traumático, que marca profundamente al grupo social y territorial que la sufre. Por otro lado, se desencadenan toda una serie de procesos que transformarán la vida cotidiana y las bases ideológicas y políticas, a veces de forma definitiva y en ocasiones de forma transitoria.
En nuestro caso, la invasión militar napoleónica y la subsiguiente guerra producirán toda una serie de profundas modificaciones que se desarrollarán a lo largo de tres décadas marcadas ineludiblemente por el enfrentamiento bélico.
El Antiguo Régimen se viene abajo. Tras el hundimiento y vacío de poder que se produce en mayo de 1808, los españoles se tienen que enfrentar a un dilema y elegir entre dos alternativas: adherirse a Napoleón y a su Manifiesto de 25 de Mayo y a la Constitución de Bayona; o bien, luchar unidos como nunca con un significado sentimiento nacionalista, reformador y renovador, dirigido por un improvisado nuevo poder, que desembocará en las Cortes de Cádiz y en la posterior proclamación en 1812 de una Constitución.
Al grito de libertad y bajo la fuerza que da la necesaria unión para desalojar al enemigo, se destapan nuevos sentimientos nacionalistas. Toda una serie de fenómenos se acelerarán a partir de 1808. Las costumbres y la sociedad cambiarán su rumbo de manera imparable.
El proceso es muy complejo y, por supuesto, no vamos a analizarlo en esta página. Aquí tan solo veremos hoy algunos aspectos del conflicto, y para ello nos fijaremos en la figura de un personaje, que bien podría haber servido para crear en la meca del cine uno de esos héroes de constante lucha por las libertades, ese estereotipo de bandolero bueno lleno de principios y de ideas revolucionarias.
Efectivamente, en Antequera es de sobra conocida la figura del capitán de infantería Vicente Moreno, que tras la batalla de Arquillos, desmantelado su regimiento, monta una partida que se dedica a realizar ataques esporádicos a las tropas regulares francesas, hasta caer prisionero el 2 de agosto de 1810, en la sierra del Torcal, siendo trasladado a Granada y posteriormente ejecutado. A principios del siglo XX, se conmemora su recuerdo dedicándole una calle y posteriormente un monumento.
Sin embargo, Vicente Moreno no fue el único héroe y guerrillero antequerano en la Guerra de la Independencia. Tenemos a un interesante personaje que ha pasado prácticamente desapercibido hasta casi nuestros días. Se trata de un hidalgo que fue escribano del número de nuestra ciudad. Don Francisco de Roa y Rodríguez de Tordecilla ejerce en su oficio entre 1804, fecha en toma posesión, y 1809. A partir de este año comienza una determinante actividad política antifrancesa, abandonando el ejercicio de su oficio como escribano. En 1810 se ve obligado a abandonar Antequera. Perseguido por las tropas imperiales, se refugia en principio en la sierra del Torcal, siguiendo los pasos de Vicente Moreno.
Tras la caída de este, decide montar una partida de guerrilleros, o de bandoleros, según los franceses, a su costa, dada su desahogada situación económica. Para ello, pertrecha en principio una fuerza compuesta por 200 hombres, a los que arma y uniforma. La suma aproximada que gasta en ello es de casi de 600.000 reales. Francisco Roa estuvo hostigando al ejército francés durante 32 meses. Su partida de guerrilleros llegó a configurar un pequeño ejército, al conseguir alcanzar en un momento determinado el número de 510 hombres a caballo y 600 de infantería. Este “cuerpo de ejercito” estaba acantonado en la sierra del Torcal. Al frente del mismo dispuso una serie de oficiales, con lo cual consiguió estructurar de forma castrense a sus variopintas filas, imponiendo disciplina y un complejo sistema de intendencia, que iba desde la adquisición y cría de caballos y yeguas hasta el almacenamiento de víveres, armamento y munición.
Todo este complejo entramado funcionó a la perfección, gracias al aporte económico de su caudal, lo que le permitió contar con la fidelidad de todos los miembros de su armada. A ello habría que añadir los incentivos que el inteligente Roa impuso para mantener la combatividad y competitividad de sus hombres. Así, llegó a establecer una serie de “premios por productividad”, algo que hoy día esta muy de moda. Francisco de Roa estableció que pagaría a los miembros de su partida, por cada soldado o cabo francés capturado o muerto, 40 reales; por cada sargento, 80 reales; por los alférez, 160 reales; tenientes, 320 reales; y capitanes, 480 reales. Por cada par de pistolas o carabina capturadas al enemigo, 30 reales; y por cada caballo o yegua, 600 reales. En un memorial conservado, se afirma que Roa tubo que abonar a sus hombres en un mes 36.000 reales.
De sus muchas hazañas y correrías, destacaremos el asalto a diversos convoyes con alimentos y munición para el ejército francés. Así mismo, efectuó numerosas acciones contra el ejército regular, como el ataque a la guarnición de Teba, el 14 de marzo de 1810, consiguiendo 44 prisioneros y causando un alto numero de bajas. También actuó en Tolox, Carratraca, Colmenar, Álora e incluso Málaga.
Una elevada proporción de ataques los centró Roa en torno a Antequera y a sus entonces anejos, así consiguió poner cerco a nuestra ciudad el 5 de agosto de 1811, asaltando la cárcel. Pero, sin duda, la acción más espectacular que hemos podido documentar hasta ahora fue la ocurrida un año después, en agosto de 1812, en los campos de Bobadilla, donde, al mando de una fuerza de caballería de 113 hombres, hizo frente y derrotó a una potente fuerza francesa que se desplegaba por la vega compuesta por un regimiento de infantería y una compañía de lanceros polacos.
Pocos días después, concretamente el 3 de septiembre, el ejército regular al mando del Capitán General de Andalucía don Francisco Ballesteros entra en Antequera, poniendo fin a la invasión francesa.
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